Netanyahu se resiste a aplicar mano dura contra los colonos extremistas
Los ministerios de Justicia y Seguridad Pública no logran que el primer ministro catalogue a las bandas violentas como grupos terroristas
Los colonos extremistas se han mostrado especialmente activos en los últimos días. Han atacado a palestinos y han quemado mezquitas, como en anteriores ocasiones. Pero también han asaltado una base del Ejército israelí y han agredido a sus dos máximos oficiales, un coronel y un teniente coronel. Eso ha obligado al primer ministro, Benjamin Netanyahu, a enfrentarse a un problema que lleva años fuera de control. Netanyahu ha decidido que en adelante los colonos violentos sean detenidos y juzgados por tribunales militares. Pero se ha negado a catalogar a esos grupos entre las “organizaciones terroristas”, como le pedían los ministerios de Justicia y de Seguridad Pública.
Las organizaciones políticas de los colonos se han apresurado a condenar la violencia. Danny Dayan, presidente del Consejo de Yesha, que dirige la empresa colonizadora en la Cisjordania ocupada, afirma que las agresiones “no son justificables”. Pero matiza que existe “una campaña de desprestigio” contra los colonos. Dayan y otros líderes de la colonización se han reunido hoy con el presidente Shimon Peres, quien ha afirmado que lo que hacen los jóvenes colonos de la extrema derecha religioso “debe terminarse ya”.
En las últimas horas han sido cubiertas de inscripciones obscenas e incendiadas dos mezquitas, una en Jerusalén y otra cerca de Ramala, en los territorios ocuoados. En el barrio de Kiriat Moshe, en el centro de Jerusalén, cientos de religiosos ultranacionalistas se enfrentaron ayer a la policía después de la detención de seis jóvenes colonos, deportados recientemente del asentamiento de Ramat Gilad por sus actividades violentas y sospechosos del incendio de una de las mezquitas. Cinco automóviles palestinos han sido incendiados en Cisjordania.
Todo eso no habría suscitado especial alarma, porque la sociedad israelí que vive detrás de la línea verde, que separa Israel de los territorios ocupados, se ha hecho refractaria a ese tipo de noticias. El asalto al cuartel general de la Brigada Efraim, sin embargo, ha constituido un aldabonazo. Los colonos ultraderechistas aprovecharon que numerosos soldados habían sido desplazados a Ramat Gilad, un pequeño asentamiento de 15 familias pendiente de demolición por orden judicial y foco de tensión permanente, para entrar en la base militar con palos, piedras y cócteles molotov.
Golpearon al teniente coronel, apedrearon el automóvil en el que tuvo que encerrarse el coronel e hirieron levemente a varios soldados, mientras les acusaban de “nazis”. Nadie hizo uso de las armas para defenderse de la agresión, lo que da una idea de cómo funcionan las cosas en los territorios ocupados. La extrema dureza con que se afronta cualquier protesta palestina (hace cuatro días murió un palestino que lanzaba piedras, alcanzado en la cara por un bote de gas) se transforma en respeto reverencial ante los colonos.
Que los colonos radicales ataquen de forma tan abierta al Ejército, la institución más fundamental de Israel, ha causado alarma. Los ministerios de Justicia y Seguridad Pública pidieron a Netanyahu que considerara el radicalismo violento entre los colonos como terrorismo, lo que habría permitido dificultar sus movimientos (no podrían, por ejemplo, alquilar autobuses para desplazarse en sus expediciones punitivas contra los palestinos) e imponer penas más severas.
Netanyahu no se ha atrevido a dar ese paso. Ha autorizado al Ejército a realizar detenciones, sin esperar a la policía como suele hacerse, y ha ordenado que los colonos acusados de violencia sean juzgados por los mismos tribunales militares que juzgan a los palestinos. No está claro, vista la mansedumbre de los soldados frente a los colonos, que las condenas vayan a resultar más severas que las de la justicia civil. Pero Netanyahu ha decidido que los violentos no son “terroristas”, sino “anarquistas”, lo cual carece de implicación penal.
Los miembros de los grupos en cuestión son conocidos como “juventud de las cimas”, por el hecho de que los asentamientos judíos en los territorios ocupados se sitúan en lo alto de las colinas. Es muy difícil someterlos a control porque son los hijos de los dirigentes del movimiento colonizador, aparentemente más radicales que sus padres porque expresan de forma abierta y sin cautelas políticas una ideología, basada en el odio a los palestinos y en la convicción de que expulsar a la población nativa y crear el Gran Israel constituye un mandato divino, compartida por la inmensa mayoría de los colonos militantes. En lugar del gradualismo táctico preferido por los adultos, los jóvenes optan por la acción. Y creen que el Ejército se convierte en su enemigo cuando obstaculiza su mandato divino.
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