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TRIBUNA
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Primavera sudamericana

El milagro de su crecimiento no es obra de sus gobernantes sino de la demanda mundial

Tiempos primaverales de las economías sudamericanas, en los dos últimos años prácticamente  todos los Gobiernos han ganado las elecciones: Colombia, Brasil, Bolivia, Ecuador, Costa Rica, Uruguay y, últimamente, Argentina. En Perú no hubo candidato oficialista y en Chile hubo cambio pero hacia una opción más conservadora. Además del buen humor connatural a una economía expansiva, estos Gobiernos han tenido a su disposición enormes recursos para atender programas sociales, muchas veces usados con eficacia clientelística. Las llamadas “transferencias condicionadas”, cuya teoría parece razonable (brindar subsidios a los necesitados a cambio de que aseguren educación y salud a sus familias), se han corrompido fácilmente mediante una explotación que, en vez de servicios o alimentos, brinda dinero sin un adecuado control de la contrapartida.

Desde 2002 toda América Latina está creciendo a buen ritmo y casi ha pasado sin sobresaltos la crisis de 2008, de la que aún EE UU y Europa convalecen. Luego de seis años de crecimiento sostenido, cayó el PIB un 2,9% en 2009, pero ya en 2010 subió un 6% y este año terminará arriba de un 4%.

Esta bonanza se vive especialmente en Sudamérica porque, al norte de Panamá, economías comercialmente orientadas hacia EE UU, experimentan las alternativas del gran mercado norteño, mientras que los del sur disfrutan del auge universal de los precios de las materias primas y alimentos. Argentina ha crecido por encima de un 8% desde 2002 y Brasil un 7,6% el año pasado, mientras en el corriente andará por 4,5%.

El motor de este crecimiento son los notables precios internacionales, un crédito barato y la fuerte inversión extranjera. Este año se estima en un 27% el crecimiento de la exportación, que se descompone en un 8% por aumento de volumen pero un 18% por la constante elevación de los precios. En este auge exportador, se proyecta, para variar, la sombra de China: en los últimos cinco años, el comercio general latinoamericano ha crecido a una tasa de un 7%; el intercambio con China, en cambio, ha estado en un 22% anual.

Ante este panorama, la pregunta obvia es si durará esta bonanza. Naturalmente, los ciclos económicos no se han desvanecido de la historia económica y el episodio financiero de 2008 debería tomarse, por lo menos, como un aviso de los cambios inesperados que siempre pueden ocurrir. Algunos Gobiernos se ufanan de estar “blindados” al poseer grandes reservas que han acumulado comprando dólares para que el tipo de cambio no se derrumbara más, dificultando su ritmo exportador. El viento, sin embargo, ya está virando y algunos, como el de Argentina, han puesto las barbas en remojo y no bien pasaron las triunfales elecciones, está suprimiendo subsidios a los consumos populares, ha adoptado severas restricciones cambiarias y procura una mejor relación con Estados Unidos.

Una pregunta más de fondo es si los excedentes del gran momento se han aprovechado realmente. Chile y Perú, por ejemplo, han recogido una enorme inversión extranjera, mientras que, en la otra punta, Venezuela ha despilfarrado sus inesperados ingresos en fantasiosas aventuras políticas o militares. Entre esos dos extremos, hay variadas respuestas, aunque Brasil merece destacarse porque, siendo la mayor economía de la región, su crecimiento se ha transformado en un fuerte factor de arrastre para sus vecinos, que encuentran en él un enorme mercado en expansión. Brasil, sin embargo, adolece todavía de enormes déficits de infraestructuras, que tan poco se han atendido estos años en que una de las primeras medidas del Gobierno de la señora Rousseff ha sido privatizar aeropuertos en crisis. Ni hablemos de la educación, que si bien ha ganado más recursos y crecido en cobertura, continúa mostrando —en todas partes— unos resultados pésimos en calidad.

Esta bonanza debió ser el gran momento para reducir drásticamente la deuda externa y realizar esas imprescindibles inversiones. Incluso en innovación, porque tampoco a mediano plazo cabe pensar que las materias primas sean las princesas de la tecnológica sociedad del conocimiento en que estamos inmersos. A ello añadamos que los aumentos del gasto público reducen los márgenes de acción de los Estados para cualquier modificación de escenario.

Los últimos datos del mundo parecen señalar que a esta primavera no le seguirá un cálido verano sino un nostálgico otoño. Y en ello debieran meditar los todavía optimistas gobernantes sudamericanos que a veces parecen creer que a ellos se debe el milagro del crecimiento y no al viento de cola de una sorprendente demanda mundial.

Julio María Sanguinetti fue presidente de Uruguay y, actualmente, es abogado y periodista.

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