Hora crítica para la UE
El incumplimiento de Roma y las maniobras de Londres complican una Cumbre trascendental
La decisiva cumbre europea de este martes carga de entrada con dos lastres que se han multiplicado en las últimas horas. Por un lado, es la segunda toma de la cumbre celebrada el domingo, a causa del aplazamiento instado por la canciller alemana Angela Merkel para obtener antes de la decisión común el aval del Bundestag, una novedosa especie de censura previa que otorga un papel desmesurado en la arquitectura comunitaria a un parlamento nacional. Por otro, la complejidad técnica de los tres asuntos clave (la cuestión griega, la recapitalización bancaria y la ampliación del fondo de rescate) y la variedad de puntos de vista sobre los mismos, auguran un paquete de decisiones nada fácil.
Y sin embargo, se trata de un paquete imprescindible y urgente para romper de una vez por todas la deriva de división política y el círculo vicioso económico en los que ha encallado la unión monetaria, cuyo último capítulo es consecuencia, al menos oficialmente, de la permeabilidad entre las deudas soberanas y el deterioro de los activos de la banca. A esas dos cuestiones se le han añadido dos enredos de mayor cuantía: el británico y el italiano. De forma insólita y sorprendente, la presidencia anuló ayer al filo de su inicio la reunión del Consejo de Ministros de Economía y Finanzas, el Ecofin, que debía ultimar la preparación de los contenidos para la cumbre del martes.
La precipitación de la cancelación y la confusión de que se rodeó provocó una inmediata caída de las Bolsas, lo que debería ilustrar a los dirigentes sobre la gravedad del momento y la necesidad de que actúen. Aunque la explicación oficial de la desconvocatoria aludía a inconcretos obstáculos sobre los trabajos técnicos, otras versiones apuntaban al problema planteado por la reivindicación británica, y de otros países ajenos a la moneda única, de tener voz en el club de la eurozona, al que no pertenecen. Por supuesto que sus dificultades les afectan e interesan, pero los autoexcluidos eran conscientes de las desventajas de esa posición con carácter previo; y en todo caso, la unión monetaria se creó con vocación de abarcar a todos. Si Londres intuye que la actual tormenta casi perfecta augura un salto adelante federalizante, mejor será que se apunte y no lo obstaculice tratando de fraguar fronteras internas inconsistentes, pues la mayoría de socios no integrados se unirán en cuanto cumplan los requisitos.
Pero el peor enredo es el surgido con un país fundador como Italia, miembro del G-8, la cuarta economía de la UE, y que supone el 16,8% de su PIB conjunto. Todos los focos sobre la crisis se han dirigido hacia ella, que casi de repente reemplaza a Grecia en una secuencia trágica. Las crisis mal resueltas incorporan una dinámica de metástasis, y esa es la secuencia a la que asistimos: cuando el primer rescate griego aún no estaba culminado, saltó el de Irlanda, que, aún sin encauzar, se multiplicó en el de Portugal, cuyo protagonismo enseguida fue disputado por el segundo rescate griego, que, todavía por acabar de perfilar, se junta con el aldabonazo —todavía no estamos ante un rescate— italiano.
El primer ministro Berlusconi fue incapaz el lunes de honrar su enésima promesa a sus colegas europeos de que cumpliría de inmediato un plan de ajuste reiteradamente anunciado, y otras tantas veces desmentido desde principios de agosto. Que se halle ahora entre la espada de sus aliados internos, contrarios al ajuste, y la pared de su propio compromiso ante sus socios europeos, que con razón se lo exigen, nada bueno augura para su supervivencia. Ello carecería de importancia, de no ser porque amenaza la estabilidad de un gran país y, con él, la del euro.
Ojalá que estos dos obstáculos de recorrido no frustren el resultado de una cumbre que debiera ser trascendental.
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