“Aquel hombre había hecho mucho daño en el barrio”
Jakim Otman, de 52 años, es dueño de una agencia turística
En el café al que suele acudir Jakim Otman la gente no concibe tomarse el capuchino de pie o su té en la barra. Las mañanas son largas y da tiempo para viajar por muchos temas alrededor de la misma mesa, aunque sea con medias palabras. La revuelta contra Gadafi puso a prueba las habilidades diplomáticas de cada uno. En el barrio de Jakim había, como en todos los de Trípoli, una oficinita del departamento de seguridad con comisarios políticos que se encargaban de informar sobre los vecinos.
“Se te acercaban muy educadamente. 'Hola, ¿qué tal, cómo estás? Oye, ¿Ha venido tu tío de Alemania, no? ¿Llevaba treinta años fuera, verdad? ¿Y qué tal está?'
Recuerda Jakim que uno de esos informantes, Asdin Jinchiri, solía llegar al café de enfrente del hotel Radisom y fanfarroneaba:
-Hoy hemos tomado Tubruk. Dentro de dos horas os enteraréis por la tele de que han muerto miles de ratas –el nombre con el que Gadafi bautizó a los rebeldes-.
“Nosotros nos callábamos, ¿qué podíamos hacer? Ese hombre era muy peligroso, había hecho mucho daño en el barrio con sus informaciones”.
Jakim aprendió español durante los cinco años en los que intentó licenciarse de Ciencias Náuticas en Bilbao, entre 1982 y 1987. A su regreso a Libia no le fueron mal las cosas. Trabaja para una empresa de construcción española y es dueño, junto a una socia belga, de una agencia turística. Solía traer unos seis o siete grupos al año y los paseaba por el país. Ahora tras la caída de Gadafi, espera que el negocio le vaya mucho mejor. “Libia es un filón para el turismo. Tenemos unos lagos preciosos en el sur en Gadames y el mayor cementerio de los aliados de la II Guerra Mundial está en Tubruk. En cualquier sitio de Trípoli te puedes encontrar ruinas romanas, fenicias, bizantinas o islámicas. Hasta los españoles dejaron su huella durante los diez o veinte años que estuvieron a principios del siglo XVI. La mayor parte del castillo de Saraya, desde el que habló Gadafi en la plaza de los Mártires, lo construyeron ellos. Desde entonces, el que vivía en ese Castillo dominaba todo el país”.
Trípoli lleva demasiados años corroída por la basura, pero durante muchos siglos fue la puerta desde donde se llegaba al corazón de África. En el casco antiguo la gente convive entre las ruinas romanas con la misma familiaridad que lo podían haber hecho 2.000 años atrás. Hay pensiones con patios romanos, esquinas con columnas milenarias pintadas del mismo color de la fachada, como si los dueños de las casas se avergonzaran de ellas. A Jakim le gusta descubrirle esos tesoros a la gente. Y también le gusta explicar que en Trípoli la gente tiene una mente abierta, que casi nadie recuerda a qué tribu pertenece, porque ahí llega gente de todas partes del país y al cabo de unos años se sienten ya de la capital.
Era algo muy grande, pero no sabíamos exactamente qué. Fuimos a la mezquita del barrio y cuando eran las ocho y veinte de la tarde del día veinte, la gente empezó a gritar Alá es el más grande
Él también estaba harto de la miseria en la que Gadafi había hundido al país. Pero, a sus 52 años y con tres hijos, no se veía con ánimo de coger un Kalasnikov. Jakim sabía que para el sábado 20 de agosto, al final del Ramadán, se estaba preparando algo en la ciudad. “Era algo muy grande, pero no sabíamos exactamente qué. Aquel sábado, fuimos a la mezquita del barrio y cuando eran las ocho y veinte de la tarde del día veinte, la gente empezó a gritar Alá es el más grande, Alá es el más grande”.
Cientos de vecinos marcharon hacia un almacén que hay cerca de la mezquita, abrieron la puerta y lo encontraron todo lleno de armas. Había unas 20 personas del barrio repartiendo fusiles entre todos los vecinos. En otros barrios de la ciudad también sucedió lo mismo. La gente tomó las calles al salir de la mezquita. “Y entonces vimos con sorpresa que algunos de nuestros amigos, de los que venían al café, eran altos mandos del Comité de Transición Nacional [el órgano que administraba la parte del país en manos de los rebeldes] En el hotel Radisom, antes del día 20 había unos 300 francotiradores, pero ese día ya solo quedaron seis. Los demás, habían huido. Los grandes jefes del ministerio del Interior habían dejado en las oficinas del barrio a los soldados rasos. Y ellos también huyeron”.
En la pequeña oficina del comisario político aquel sábado no había nadie. Pero los rebeldes buscaron a Asdin Jinchiri, el informante que llegaba al café hablando de las ratas que mataban las tropas de Gadafi cada día. “Después del sábado vinieron en Trípoli tres días sin control. Y el domingo mataron a Jinchiri. Ese hombre había hecho mucho daño en el barrio”.
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