Había una vez una dacha en Crimea
En aquel lugar de Ucrania había veraneado el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, y su familia en agosto de 1991
Lucía un sol espléndido, el mar era transparente y la brisa de la montaña llegaba acompañada por el rumor aletargante de los grillos. Podía ser el paraíso y sin embargo, el ambiente resultaba opresivo, o tal vez éramos nosotros, los visitantes, quienes transmitíamos nuestra desazón a la dacha Zaría de Forós, aquel lugar de Crimea donde el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, su esposa Raísa y su familia habían veraneado en agosto de 1991.
Habían pasado catorce años de aquello y EL PAIS preparaba un reportaje dedicado a los palacios de zares y príncipes y las residencias de líderes comunistas, que salpican la península de Crimea. El servicio de Intendencia de la presidencia ucraniana nos había dado permiso para visitar Zaría o la "dacha número diez", pero la víspera de nuestra concertada visita, a Forós llegaron de repente invitados del presidente Víctor Yúshenko, que pasaron la noche en la dacha y que tardaban en marcharse. Se trataba de un adinerado jeque árabe acompañado de una nutrida comitiva, que acabaron marchándose en un yate.
La dacha Zariá se alza en un territorio de más de 40 hectáreas con 1,350 kilómetros de playa particular reservada. Cubierta por un tejado de cuatro vertientes, el edificio está construido en torno a un patio interior rodeado por una escalera. El lugar, nos dijeron, se conservaba tal como estaba cuando era una residencia oficial de veraneo para el líder soviético. No se trataba de un confortable hogar moderno, sino de un lugar representativo, oficialista y poco acogedor. Lámparas de lágrimas reflejaban su luz sobre aparatosos muebles lacados. En el salón, una chimenea forrada de malaquita y un enorme televisor; en el despacho que fue de Gorbachov, libros de referencia, de arte y de sociología, y, en la sala de deporte, una bicicleta fija.
El jeque y su séquito durmieron en los aposentos que habían sido de Raísa y Mijaíl Gorbachov y se bebieron todo el whisky en la terraza. Cuando se fueron, las doncellas abrieron las ventanas, sacudieron colchones y almohadas y cambiaron la ropa de cama. Algunas trabajaban ya en esta dacha en época soviética como nuestro acompañante, Stanislav Spateruk, antiguo oficial del KGB, que dijo haber estado en ella el 19 de agosto de 1991. ¿Estaba prisionero Gorbachov aquel día? "Hubiera podido marcharse si hubiera querido. ¿Quién se lo hubiera podido impedir?", contestó.
En el jardín, protegida por una lona manchada de humedad, había una pantalla de cine al aire libre, que parecía un resto arqueológico de una civilización desaparecida. Descendimos a la playa en una escalera mecánica de dos tramos cubierta con un material transparente que dejaba entrar la luz, y se deslizaba, como una oruga de plástico y metal, por un paisaje de sauces, pinos y sabinas. Abajo había una piscina cubierta de 25 metros, una pista de tenis, una cabaña-vestuario, una gruta, una terraza, dos playas, y un embarcadero. Por entonces, y pese a aquellas comodidades, ninguno de los dirigentes de Ucrania había querido vivir en aquel lugar que parecía embrujado y congelado en el tiempo. Gorbachov dijo el pasado miércoles que él nunca había vuelto allí.
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