Testigos del pillaje
La capital británica es un escenario surreal donde nadie está a salvo de los disturbios
"A las cuatro en punto en la estación de Lewisham para armar lío". Mensajes como este a través del servicio de mensajería de Blackberry dieron el pistoletazo de salida para unos disturbios que han sumido Londres en el caos. Con la misma velocidad e intensidad del fuego que devoro el sabado un edificio en Totenham, la violencia se ha extendido por otros barrios de la capital: Lewishan, Peckham y Croydon en el sur y Hackney en el este.
Mare Street, habitualmente corazón comercial de Hackney, en el este de Londres, fue ayer un frente abierto. Cientos de antidisturbios impedían el paso formando sucesivas cadenas para intentar controlar una situación que se les había escapado de las manos. En un escenario surreal, docenas de curiosos tomaban fotos con sus móviles, mientras al otro lado de la barrera policial grupos de jóvenes quemaban automóviles y contenedores, y reventaban escaparates.
De vez en cuando la policía salía de su aparente estupor y cargaba con poca convicción contra los jóvenes que, como si fuera un juego, corrían siempre con varios metros de ventaja para detenerse un poco más adelante. Entre carga y carga, los jóvenes aprovechan el caos para romper la puerta de una tienda de licores y salir cargados con botellas de vodka y cajas de cerveza.
A pesar de no disponer de caballos ni de mangueras antidisturbios, el número de agentes parecía mayor, pero mantenían cierta distancia en una estrategia consistente en acordonar las calles y empujar (sin tocarlos) a los jóvenes a otras calles. Estos, envalentonados por la falta de respuesta policial, se acercaban cada vez más lanzando botellas y palos a la policía.
Los barrios sacudidos por los disturbios, tienen en común, además de estar entre los más pobres de Londres, tienen en común un fuerte componente de población de color. Sin embargo, el elemento racial no parecen ser determinante en este estallido de violencia de grupos de jóvenes alienados fruto de una enquistada desconfianza hacia la policía y un profundo descontento por la falta de oportunidades.
"Estoy avergonzado de que esto ocurra en mi barrio", cuenta un dependiente de una frutería con la mirada perdida en la distancia. Esta parece ser la sensacion generalizada entre la mayoría de los habitantes del barrio. Sin embargo, comentarios como el de una señora de mediana edad, preocupada por el paradero de sus dos hijos adolescentes, reflejan otra realidad. "Este es el barrio olímpico pero el dinero no ha llegado a la comunidad. Estamos peor que antes y no hay futuro para los jóvenes", se lamenta. Nadie esta a salvo de los disturbios: un periodista relata la paliza a la que acaba de ser sometido, mientras un fotógrafo muestra su cámara destrozada.
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