En tres meses, Rousseff ya no es Lula
La presidenta de Brasil ha acallado las sospechas de estar subordinada al expresidente y logra la misma aprobación que él al principio de su mandato
Han bastado los primeros tres meses de Gobierno, aniversario que se cumplirá la semana que viene, para poder afirmar que la presidenta Dilma Rousseff ya no es él. Dilma ya no es Lula da Silva. Esto no quiere decir que la alumna del carismático líder sindical, escogida por él para sucederle en la presidencia, se haya divorciado de su mentor. Pero Rousseff ha desmentido todos los análisis de la campaña electoral.
Hoy, la ex guerrillera ya no es ante los brasileños un clon de Lula, ni su sombra. Es ella, con su personalidad propia, claramente diferente en tantos puntos de su antecesor, que el influyente diario O Globo zanjó la comparación entre ambos con el título "Tan cercanos y tan distantes". El mismo diario destaca numerosas diferencias entre ella y Lula. El carismático Lula da Silva salió de la presidencia de Brasil tras ocho años de mandato con una asombrosa aprobación popular del 80%. Pero su sucesora mantiene tras los primeros tres meses de presidencia una cifra de aprobación del 47%. La cifra es la misma que tenía Lula al principio de su presidencia. El analista político Merval Pereira, comparando ambas presidencias, ha escrito que la presidenta Dilma Rousseff "está acertando donde Lula había errado y quizás errando donde Lula había acertado". Se refiere, en los aciertos, a su "capacidad de ser objetiva sin dejarse llevar por politiqueos". Sin embargo, este analista advierte de que "sus aciertos en la política exterior, menos personalista y más pragmática, una conducción del Gobierno con sobriedad y un mayor rigor en sus posturas, podrían ser anulados por los problemas económicos", explica Pereira.
Se ha atrevido a criticar la política de salud pública de su antecesor
En el exterior, intenta recuperar la dañada relación con EE UU y Europa
Nadie niega a Lula su habilidad política, que viniendo del sindicalismo y el Partido de los Trabajadores consiguió como presidente quitarse de encima el sambenito de izquierdista en el área económica. Lo consiguió con rigor fiscal y acento neoliberal, contradiciendo los postulados de una parte considerable de su partido. La incógnita de su sucesora es precisamente la economía. Ella no quiere renunciar a mantener y hasta ampliar las políticas sociales conseguidas con éxito por Lula, hasta el punto que su lema es "acabar con la miseria del país". Se trata de uno de los grandes éxitos del expresidente, reconocido hoy mundialmente por haber conseguido en sus dos mandatos sacar a decenas de millones de brasileños de la pobreza extrema. Sin embargo, Rousseff, desde sus tiempos de ministra de la Casa Civil, siempre abogó por un Estado fuerte y sus mayores preocupaciones no fueron precisamente el freno de la inflación o del gasto público.
La presidenta defiende con fuerza la apuesta de abrir las puertas del país a las empresas privadas extranjeras y afirma que no dejará flotar libremente la inflación. Pero, al mismo tiempo, le cuesta aceptar que la economía se está calentando y que necesitará hacer recortes drásticos en el gasto público y frenar el crédito y el consumo interno. Su problema es que la economía no crecerá los próximos años al espectacular ritmo del 8% que alcanzó en 2010. Lula le ha dejado una herencia difícil por el enorme gasto público de su último año de Gobierno, que ha obligado a la presidenta a hacer un recorte al presupuesto de este año de 23.000 millones de euros. Dilma ha dado un vuelco a la política exterior, menos condescendiente con los dictadores de turno. Ha jubilado el famoso eslogan de Lula: "Nadie antes en la Historia de este país" y reconoce, con mayor humildad, que Brasil ha mejorado, pero que aún le queda mucho camino por recorrer para acabar con una distribución de renta de las más injustas del mundo. Incluso se ha atrevido, hace dos días, a criticar la política de salud pública heredada de Lula, denunciando, por ejemplo, que la mitad de los aparatos de hacer mamografías están parados o averiados.
La presidenta se propone nombrar a Lula embajador para los asuntos africanos y ella se ha ha adjudicado la tarea de acercar Brasil a los Estados Unidos y a Europa, unas relaciones que con Lula se habían deteriorado. Rousseff es una presidenta que no tiene el carisma popular de su antecesor, que comunica mal con las gentes más pobres, ya que fue educada en una clase media alta, habla idiomas y es refinada culturalmente. Pero, curiosamente, son los de menor renta los que hoy, a los tres meses de Gobierno, más elogian su forma de gestionar, convencidos de que ensanchará aún las políticas sociales. En una cosa la ex guerrillera no ha cambiado: sigue dura con ministros y asesores a quienes les pide cuentas y resultados cada día. Eso le encanta a la gente de la calle, por lo que significa de su novedad en la idiosincrasia de gobernar de los políticos brasileños. Si consiguiese acertar también con la economía, ni los más críticos de entre los suyos dejarán de reconocer que Lula tuvo razón cuando puso los ojos en ella como sucesora.
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