Pekín y Pyongyang: la incómoda alianza
Kim Il Sung, que fundó Corea del Norte en 1945 y sobrevivió notablemente a la guerra con la otra mitad de la península, Corea del Sur (1950-53) murió en 2002. Estados Unidos acababa de derrocar al régimen de los talibanes en Afganistán, y al año siguiente ocupaba Irak dejando que los propios iraquíes ahorcaran al dictador Sadam Hussein. Los militares norcoreanos, que los cables de Washington afirman que son el verdadero poder, habían designado aquel año al hijo del dictador comunista, Kim Jong Il, como sucesor, pero también decidieron que algo más había que hacer para que la dinastía no corriera la misma suerte que el sanguinario líder árabe. En la última década el régimen ha repetido las provocaciones. Lanzamiento de missiles sobre el mar del Japón, exhibiciones de su capacidad atómica, ataques a objetivos surcoreanos como el reciente hundimiento de una patrullera o el bombardeo de una isla de su vecino meridional, han constituido su manera básica de hablarle al mundo. Y con ello al menos consiguieron interesar a Estados Unidos para que negociara, aunque siempre con la asistencia, en principio mediadora, de China, para que dijera Washington estaba dispuesto a pagar por la liquidación de la ya más que incipiente industria nuclear norcoreana. El objetivo de Kim Jong Il, hoy gravemente enfermo y se cree que a punto de que lo suceda su hijo, Kim Jong Eu, ha sido obtener de Estados Unidos la firma de un tratado de paz que le ponga al abrigo de una intervención militar occidental. A diferencia de Irak o Afganistán, que vivían a la intemperie, Pyongyang tiene en China un aliado a la fuerza porque se vería muy mal que Pekín dejara caer a un régimen nominalmente emparentado. Las conversaciones se han eternizado porque Estados Unidos no quiere tratados, y China espera que Corea del Norte, empobrecida y sometida a periódicas hambrunas, sea absorbida por el Sur. El Departamento de Estado especula con que Pekín admitiría la reunificación de la península bajo control de Seúl, a condición de que Estados Unidos retirara sus tropas, y la península quedara neutralizada. Kim Jong Eu habría sido el último eslabón de una dinastía, junto con la cubana las únicas que quedan en el mundo comunista.
China, de otra parte, es ya mucho más que una gran potencia emergente, como demuestra el interés de Estados Unidos por reforzar sus lazos con los Estados que circundan al imperio del centro, Japón, Corea del Sur, y sobre todo India, que posee el segundo establecimiento militar de Asia, que cede únicamente al de Pekín. Y la creciente influencia de China en el mundo entero y lo en serio que se toma sus prerrogativas internacionales, lo demuestra la campaña que ha desplegado para limitar el número de países asistentes a la concesión en ausencia del Nobel de la Paz al disidente pro-democrático Liu Xiabo, que se celebró en Oslo en diciembre. Fueron 19 los ausentes, entre ellos varios países de América Latina, lo que valora el gran desembarco económico de Pekín en el Nuevo Mundo, o en el caso de la Venezuela de Chávez, la disposición de Caracas a hacer siempre lo contrario de lo que quiere Washington.
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