Sin testigos
El Gobierno dificulta la entrada a los campamentos de refugiados a ONG y periodistas
El Gobierno del presidente Ali Abdalá Saleh no quiere testigos de la guerra que desde 2004 libra en el norte del país. No sólo nunca ha permitido el acceso de la prensa internacional a la zona de los combates, sino que intenta evitar que los periodistas visiten los campamentos donde se hacinan buena parte de los desplazados que ha provocado el conflicto.
El Ministerio del Interior me denegó finalmente ayer el permiso para ir a Harad que esperaba desde el sábado pasado, a pesar de que estaba respaldado por el ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. El último recuento del ACNUR, que colabora con las autoridades en la atención a los desplazados internos, cifra su número en 250.000 personas, la mitad de ellos desde el último estallido de la revuelta en agosto del año pasado.
El propio ACNUR y las ONG tienen dificultades para llegar hasta los afectados, según me han contado varios cooperantes desde el anonimato. "Estamos en una situación muy delicada y no queremos que nos echen del país porque entonces mucha gente se quedaría sin atención", confía uno de ellos. Su contacto con los desplazados permite que se enteren de "los bombardeos indiscriminados contra todo lo que se mueve".
"Harad es el escaparate que enseñan a los extranjeros, pero tenemos muchos problemas de acceso", asegura otra fuente. "En esa comarca de la provincia de Hajjah es donde mejor estamos pudiendo trabajar. En Amran, proliferan los asentamientos informales y problemas de seguridad. Y lo peor es Al Jawf, una zona muy inestable donde no sabemos qué está pasando", resume.
Mientras tanto, el aparato de propaganda oficial alardea de éxitos diarios, con decenas de rebeldes muertos, en una guerra que no acaba. A menudo, los militares anuncian la muerte del líder de la revuelta o de sus lugartenientes, que a los pocos días aparecen en un vídeo en Internet vivitos y coleando. "Si se usa la mentira, no sólo se pierde la credibilidad de los extranjeros y de la prensa internacional, sino de los propios ciudadanos", advertía el director del Yemen Post en un editorial la semana pasada.
"Es una guerra que no pueden ganar", afirma un yemení con dos sobrinos movilizados. "Se enfrentan a un enemigo fuertemente ideologizado tras años de adoctrinamiento en las escuelas coránicas, y que cree ciegamente en sus líderes. Además, hay muchos intereses en juego y el Gobierno tampoco está jugando limpio. ¿Quién si no les vende las armas a los rebeldes?", se pregunta escéptico ante la resistencia de los Huthi, una milicia surgida de la minoría chií zaidí, predominante en la zona, ante el avance del salafismo.
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