¿Ha empezado la nueva guerra?
Imagino, digo, y no sé por qué. Las nuevas guerras llevan tiempos con nosotros. Precisamente porque son inasibles van pasando desapercibidas, ocultas tras los grandes despliegues convencionales y la gran retórica bélica que todavía se exhibe en el ancho Oriente Próximo que va desde Gaza hasta Afganistán. Las muertes violentas de periodistas, antiguos espías, o potentados rusos son las bajas visibles de una guerra sorda y subterránea por el poder económico y político de la gran potencia decadente. Vemos también como se metamorfosean las viejas guerras, automatizadas y robotizadas, hasta convertirse en cuestión quién sabe si finalmente exclusiva de los servicios secretos mientras los soldados uniformados se emplean en tareas más rutinarias y en el fondo policiales o, irónicamente, de apariencia humanitaria. Pero el episodio que da más que pensar sobre las guerras del futuro es esta pelea súbita entre Google y Pekín, capaz de levantar las mayores suspicacias y temores pero con muy escasos signos ciertos para la interpretación sobre su carácter.
Pudiera ser una mera guerra comercial, en la que están en juego cuotas del mercado mundial y derechos de autor. Así es, si atendemos a los que dicen algunos competidores de Google, como Microsoft y lo que se destila desde las esferas oficiales chinas. Pero si hacemos caso a Google y a fuentes de la disidencia, puede ser que nos encontremos con una de las mayores guerras contemporáneas por el poder, en la que la marca comercial más poderosa del mundo se declara perdedora en esta primera batalla frontal con el partido único que dirige el mayor país del mundo. Lo que estaría en juego en este envite es, ni más ni menos, que la determinación de las reglas de juego de la comunicación entre los 1.3000 millones de chinos y éstos y el mundo, algo que muy probablemente los dirigentes chinos no quieren ni siquiera someter a discusión con nadie.
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