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Política a 35.000 pies de altura

Con reclamos mutuos, Gobierno y empresarios mexicanos buscan una nueva relación

En el mundo moderno se hace mucha política en el aire. No lo digo en sentido figurado, aunque a veces aplica. Me refiero a la mucha política que hoy se hace todos los días en los aviones.

Los traslados en avión ofrecen a políticos y gobernantes, el tiempo y las condiciones, para tener reuniones importantes de trabajo, para revisar políticas, para acordar con sus equipos y hasta para dar conferencias de prensa y para hacer declaraciones importantes.

Fue este último, precisamente el caso del Presidente de México, Felipe Calderón, quien el 12 de noviembre, a bordo del avión presidencial, en ruta a Singapur para asistir a la cumbre de APEC, decidió dar una inusual conferencia de prensa, en la que revivió un enfrentamiento con los empresarios que surgió con motivo de la reforma fiscal, que había empezado en tierra y que para muchos parecía superado.

El Presidente, dijo, a 35.000 pies de altura: "A los empresarios les incomodó mucho la propuesta de consolidación fiscal que, aprobada por el Congreso, fue en perjuicio de sus intereses. La campaña en contra del paquete, impulsada de manera espontánea por muchos sectores y de manera deliberada por el sector privado organizado en México, debilitó mucho las posibilidades de un paquete..." dijo también, "...el sector empresarial fue muy crítico respecto del gobierno, descalificaron ampliamente el paquete, la descalificación fue genérica, intensa, continua...".

De alguna forma el presidente responsabilizaba a los empresarios de haber hecho una campaña que impidió que transitara satisfactoriamente una reforma fiscal profunda.

Es una declaración significativa que no hay que dejar pasar y que hay que analizar con todo cuidado. Debemos preguntarnos: ¿Qué está pasando en la relación entre el presidente y los empresarios?

No se trata de una declaración aislada. Antes de esta cita, el presidente había hecho varios señalamientos muy fuertes contra los empresarios: el 28 de octubre en Puerto Vallarta, Jalisco, dijo, hablando de pagar impuestos: "...es más obligado para quien más tiene y quien más ha recibido, para quien más gana, para las empresas que más ganan. Y si esto es obligado para las empresas que más ganan, es más obligado todavía para las empresas que más ganan y que rara vez pagan impuestos en el país".

El 29 de octubre ratificó la misma posición ante empresarios de la industria química: "...lo que me parece inaceptable, amigas y amigos, es que haya grandes corporativos que le exigen al Gobierno que recorte su gasto, y el Gobierno lo recorta; que le exigen al Gobierno que ponga impuestos sobre alimentos y medicinas de la gente más pobre, pero que a la hora de ver sus cifras, en promedio pagan el 1,7% de impuestos durante varios años. Esto ya no puede ser."

El 10 de noviembre, en San Pedro Garza García, Nuevo León señaló: "No nos engañemos, no habrá más competitividad si no hay más competencia en el país. Y en ese sentido, las reformas que debemos emprender son para eliminar barreras de entrada, que generan voluntaria o involuntariamente prácticas monopólicas en los mercados relevantes y que impiden verdaderamente la competitividad y la productividad de la economía."

Es evidente que el presidente está preocupado por el tema.

Claramente la forma como se planteó y se procesó la reforma fiscal y las negociaciones de nuevos impuestos, crearon severos enfrentamientos y provocaron molestia en varios actores.

Podemos relativizarlo y ver el hecho como algo anecdótico, coyuntural y pasajero, comprensible por un aumento de impuestos, o bien, lo podemos leer como una señal de alarma, que anuncia problemas más graves, por el agotamiento estructural del modelo y la forma como se relacionan en México, los empresarios y el gobierno, el capital y el poder político. Me quedo con la segunda opción.

La prudencia aconseja, cuando menos, emprender una reflexión más profunda para tratar de entender este choque político y verbal.

En este episodio se enfrentaron dos visiones distintas de lo que se tiene que hacer en el país en materia tributaria. Este diferendo no se debe deja pasar, sin una solución inteligente, porque puede constituir un desencuentro que complique y demore aun más, las muchas reformas estructurales que son indispensables para la modernización del país.

Pero en el fondo el desencuentro refleja el agotamiento del modelo de relación y trabajo entre el Ejecutivo y los empresarios en México. Muestra dos visiones y concepciones distintas. No debemos equivocar el diagnóstico. Sería un error leerlo simplemente como un problema de relaciones personales. Este no es un problema entre Calderón y los empresarios. Todo parece indicar que tenemos un problema estructural, más profundo en la forma como ambas partes se relacionan.

Los empresarios y el presidente de la alternancia conservan en este tema como en muchos otros, inercias del pasado. Ambas partes conservaron los términos de una relación heredada del viejo régimen.

Quedó intacto el corporativismo empresarial y se conservaron muchas de las formas y prácticas del viejo arreglo autoritario. Ambos bandos conservaron mutuas expectativas, que hoy ninguna de las dos partes puede cumplir igual.

Los empresarios de México eran aliados tradicionales del Presidente en turno. Históricamente acompañaron y legitimaron el presidencialismo autoritario. Propiamente dicho, los empresarios no eran militantes de ningún partido. Los empresarios no eran ni priistas, ni panistas. Los empresarios eran simplemente presidencialistas.

Una forma bastante lógica y pragmática de actuar, en un régimen autoritario, en el que buena parte del éxito económico descansaba en las relaciones que se tenían con el poder político.

Todos sabían que del presidente derivaban gran parte de los favores que hacían posible la riqueza en México: extensiones fiscales, privilegios, grandes contratos, concesiones, licencias, mercados protegidos, eliminación de competidores, dotación de tierras y aguas, entre muchas otros.

En México durante casi un siglo, el poder político fue la mayor fuente de riqueza y cada sexenio se creaba una nueva camada de ricos. De la nada, los favoritos del Presidente, por obra de magia, emergían en medio de las muchas crisis, y lograban de pronto amasar inusuales e inexplicables cantidades de dinero que se convertían de golpe, en prominentes e influyentes grupos empresariales, regionales o nacionales.

Algunos sobrevivían otros desaparecían, pero el ciclo se renovaba y el acuerdo se refrendaba cada sexenio. Era un ciclo que tenía un origen corrupto o por lo menos pícaro, que el tiempo borraba y la sociedad olvidaba. El analista político Alfonso Zárate, lo explica muy bien cuando dice que se revivía sexenalmente el ciclo: "Pillo-empresario-filántropo."

Esta inercia se dio lo mismo en el periodo más estatista del régimen, que en el periodo más neoliberal. Las grandes fortunas emergieron, lo mismo con las nacionalizaciones, que con las privatizaciones.

Realmente pocos, muy pocos empresarios actuales, crearon su riqueza al amparo de la capacidad empresarial, de la competitividad, de la imaginación y de la innovación. Debemos partir de la base de que nuestro sistema de generación de riqueza no estaba diseñado para crear una empresa, trabajar en el mercado, ser bueno y así ganar dinero. Nuestro sistema estaba diseñado para tener amigos en el poder, caerles bien y recibir favores para hacer dinero.

Con los cambios generados por la democracia, el mercado, y la competencia global, este viejo arreglo, pícaro y disfuncional, muestra claramente signos de agotamiento y nos revela su inviabilidad.

Estamos obligados a replantearnos la manera como vamos a generar riqueza, la manera como la vamos a distribuir y el nuevo modelo de relación entre los empresarios y el presidente.

En la medida en que el Estado ya no puede dar esos favores y privilegios, en esa medida los apoyos y la forma de relación serán distintos. No es un problema de Calderón, es un problema de la democracia mexicana.

Ni el presidente puede seguir siendo la fuente de favores para crear riqueza, ni los empresarios pueden vivir permanentemente a expensas de esos favores. Las dos partes tienen mucho que cambiar. Hay una gran agenda pendiente, que es mejor trabajar en conjunto y de común acuerdo.

Es lógico el momento de tensión que se vive entre el presidente y los empresarios. Ambas partes advierten que hay que hacer cambios importantes que son incómodos y que serán muy difíciles. Pero no tienen opción, ni la presidencia puede dar lo que daba, ni los empresarios pueden apoyar como apoyaban.

El presidente y los empresarios deben aprovechar este diferendo para replantearse los términos de la relación, pero sobre todo, para entender que deben ir mucho más allá, a construir, a replantear, la forma como hacemos riqueza en México. Lo que está a discusión es la visión empresarial, de nuestra democracia.

El reto exige visión y sensibilidad. Esperemos que esa declaración emitida a 35,000 pies de altura, sea premonitoria de que ambas partes sabrán hacer alta política o que cuando menos, ambas partes estarán a la altura de las necesidades que tiene nuestro país.

Sabino Bastidas Colinas es analista político.

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