Hundimiento y metamorfosis
Lo nunca visto. La abstención, la caída del voto socialdemócrata y -aunque parezca extraño- también del conservador, el incremento del voto liberal, la dispersión de voto y muchas otras cosas han convertido estas elecciones generales alemanas en un caso insólito, una excepción que esta vez no confirma ninguna regla sino que la rompe e indica que Alemania está cambiando y reinventándose. "Nunca en los 60 años de la República Federal..." es la expresión repetida una y otra vez desde la noche del domingo para referirse a las cifras que arrojaron las urnas.
El partido de los que no votan ha sido el que más adhesiones ha recibido en esta ocasión. Un 28% de los electores prefirieron quedarse en casa, superando al número de votantes de la CDU (27,3%), aunque no a la adición de CDU y CSU (33,8%). El momento álgido de la participación se dio en 1972, cuando alcanzó el 91,1% y el momento más bajo, con las primeras elecciones después de la unificación, en 1990, con el 77'8%, cinco puntos más que ahora.
La mayor parte de los abstencionistas fueron votantes en las anteriores elecciones de los dos grandes partidos. Nada menos que 2,1 millones de votantes socialdemócratas se quedaron en casa, pero también lo hicieron 1,1 millones de democristianos. La abstención suele ser la estación intermedia antes de cambiar de voto, una acción a veces difícil cuando la migración es entre partidos muy diferenciados o incluso polarizados. El desgaste de la Gran Coalición ha conducido a muchos votantes descontentos a quedarse en casa. Lo más probable es que la próxima vez voten a otro partido, quizás a alguno de los tres pequeños -FDP, Verdes y Die Linke-, consolidando todavía más el cambio que ahora ha empezado de forma estruendosa.
Pero el fenómeno de la jornada no fue la victoria de Merkel, ni siquiera la irrupción la nueva estrella del firmamento político que es el liberal Guido Westerwelle. El acontecimiento histórico que va más allá incluso de los 60 años de la muletilla es el hundimiento del SPD, el partido de Helmut Schmidt y Willy Brandt, cuya historia se confunde con las del movimiento obrero y del socialismo democrático. Su resultado, ese 23% de votos, está cinco puntos por debajo del peor resultado en la historia electoral de la República Federal, que fue el de 1953. Además de desterrarle a la oposición y de abrir una crisis que le obligará a cambiar de dirección, de programa y de alianzas, estas cifras han disparado todas las alarmas en Alemania y en toda Europa.
¿Por dónde pierde votos el SPD? Por todos los lados y edades y en todas las direcciones. Es algo así como la implosión de un partido. El grueso de las fugas se dirige a la abstención. La transferencia más importante a otra fuerza es la que lleva 1.110.000 votos a Die Linke. También hay transferencia hacia los Verdes, 860.000 votos, la fuerza más beneficiada de las caídas anteriores de los socialdemócratas. Un número muy importante de votos, casi 1.400.000, van a las fuerzas del nuevo gobierno liberal-conservador, repartidos así: 870.000 para la CDU y 520.000 para el FDP.
El SPD sale de estas elecciones como el mayor de unos pequeños que se han convertido en medianos y no como el igual del otro grande que era hasta ahora. La pérdida total ha sido de 6,2 millones de votos, lo que le sitúa, con su porcentaje del 23%, muy lejos del volumen que se considera característico de los partidos de masa o Volkspartei.
Hace sólo 11 años, el SPD obtuvo un 41% y 20 millones de votos, el doble que ahora. Desde entonces ha entrado en una pendiente, con pérdidas en cada elección sucesiva.
La erosión del voto popular socialdemócrata afecta directamente a los trabajadores industriales, que han dado el 28% de sus votos a la CDU-CSU, por encima del 24% al SPD y el 18% a La Izquierda. La deserción de los jóvenes es otro de los datos preocupantes para el futuro del partido. Entre 18 y 24 años el SPD ha perdido un 20% de votos, muy por encima del 11% de su caída. La única franja de edad en la que el voto desciende más suavemente es la de mayores de 60 años, donde sólo baja un 7%.
La CDU-CSU también ha sufrido lo suyo, pero el premio de la cancillería y del Gobierno basta para compensar todos los disgustos. Su 33'8% es la segunda caída consecutiva y también el peor resultado de la historia (siempre haciendo abstracción de las primeras elecciones de 1949, todavía entre las ruinas de la guerra y en medio de la mayor precariedad e inseguridad políticas).
Un caso peculiar es el de la CSU, el partido bávaro hermano acostumbrado a votaciones plebiscitarias. El domingo arrasó en todas las circunscripciones bávaras, obteniendo todos sus correspondientes mandatos directos, y obtuvo una cifra del 42% regional (6,5% a nivel nacional), que para sí querrían muchos partidos en todo el mundo. Pero ha perdido un 6,7% en esta elección, después de una caída del 9% en las generales de 2005; y, lo que es más deprimente para el risueño conservadurismo bávaro, tras perder hace ahora un año la mayoría absoluta en el Parlamento regional que venían manteniendo desde 1958.
El dato central sobre el cambio de sistema lo proporciona la dispersión del voto que viene registrándose desde las elecciones de 2005, cuando la suma de los votos obtenidos por los dos grandes partidos fue ya la menor de la historia, un 69,4%, que quedaba muy lejos del pico del 91,2% de 1976 y del habitual comportamiento por encima del 80%. Este domingo, entre los dos sumaron sólo el 56,8%, cifra que consagra el final del bipartidismo. El aumento de la desafección hacia los dos grandes partidos y el traslado de voto hacia los tres pequeños tiene una fuerte componente generacional. Los mayores de 60 años siguen votando según las reglas del bipartidismo que han vivido toda su vida, mientras que las dos franjas generacionales de votantes más jóvenes desertan en masa y se pasan a los nuevos partidos.
Buceando en el mapa electoral puede observarse como el FDP casi iguala al SPD en un Estado tan poblado como Baden-Würtemberg. Die Linke empata con los socialdemócratas en Berlín, les supera en cuatro de los seis länder del Este (Sajonia, Turingia, Sajona-Anhalt y Brandeburgo) y anda a su zaga en Mecklengurbo-Prepomerania y Sarre, este último en el Oeste. Die Linke supera la barra del 5% en todos los Estados, lo que le sitúa en una posición excelente para seguir avanzando y entrando en gobiernos regionales y locales.
Un partido cargado de historia se está hundiendo, pero con él se hunde también el sistema bipartidista que ha dado estabilidad a Alemania durante los 60 años de fundación de la república que ahora se celebran. Gran parte de las novedades de este domingo de deben a los cambios sociales y económicos que ha experimentado Alemania y el mundo en las últimas décadas, como la globalización o la desaparición de las clases sociales tal como se configuraron en el siglo XX y su sustitución por otras formas de estratificación social. Pero otra parte de estas novedades son el fruto tardío de la unificación alemana, que abrió las puertas primero a un cuarto partido, los Verdes, y luego a un quinto, Die Linke.
Ahora, justo 20 años después de la caída del Muro regresan al poder los liberales con la fórmula llamada de pequeña coalición que más tiempo ha dirigido el Gobierno en estas seis décadas. En asociación con los conservadores han estado en el poder 21 años, y con los socialdemócratas 13; un total de 34 sobre 60. Pero ahora ya no será lo mismo: el partido de Guido Westerwelle no es la tercera fuerza entre dos grandes, sino el tercero de cinco, en un panorama en el que ya se atisba una sexta fuerza que empuja, aunque por el momento se vista de pirata y pida sólo la máxima libertad en la comunicación digital.
El SPD se hunde, pero es el entero sistema político el que se encuentra en plena transformación. Será un sistema menos estable y más plural. Y no tiene por qué ser peor, como temen muchos alemanes con el recuerdo siempre vivo de la República de Weimar que precedió a la subida al poder de Adolf Hitler.
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