La marea verde
La corresponsal de EL PAÍS vive una noche de marcha electoral a tres días de las elecciones
¿Quién dijo que no había marcha en Teherán? Lo de anoche fue marcha, en el sentido literal y figurado del término. He contado en mi crónica para este periódico cómo la ciudad se bloqueó por la marea de jóvenes que se echaron a la calle para jalear a su candidato favorito. Hay que conocer la capital iraní para saber lo que eso significa. Esta megalópolis tiene 16 millones de habitantes, 30 kilómetros de Norte a Sur y 40 de Este a Oeste. O sea, que paralizar su tráfico no es ningún chiste.
La hora larga que habitualmente es necesaria para atravesarla, se convirtió en más de dos horas cuando regresábamos del mitin de Mir-Hosein Musavi, el candidato al que se ha encomendado la antorcha del reformismo. Y llegados a Niayesh, la autopista estaba completamente bloqueada. La gente, desesperada, abandonaba los taxis y se echaba a andar. Ali Falahi, mi traductor, y yo hicimos lo mismo. Crucé la autopista, atravesé el parque Mellat y media hora después llegaba a mi casa con el tiempo justo para escribir. Falahi tardó más de una hora hasta la suya.
"Val-i Asr está inundada de gente", me dijo por teléfono. Los simpatizantes de Musavi, la peña que lleva las cintas verdes atadas a la muñeca, lograron su objetivo de formar una cadena humana a lo largo de esa avenida de casi veinte kilómetros, que atraviesa gran parte de Teherán de Norte a Sur. Ante el éxito de la marea verde, los seguidores de Ahmadineyad también quisieron dejar constancia de su peso. Arropados por las banderas nacionales, que han tomado como símbolo, aparecían en pequeños grupos aquí y allí, coreando consignas y exhibiendo pósteres del presidente saliente.
De momento, la rivalidad se ha limitado a los eslóganes y sólo ha habido incidentes aislados. Musavi denunció que le habían roto los cristales del autobús de campaña mientras daba un mítin en Karaj el sábado. En la plaza de Tajrish y en el cruce de Parkway ha habido algunas peleas, pero en general los partidarios de uno y otro campo parecen conducirse con bastante respeto. Los candidatos les han pedido que no respondan a las provocaciones. No obstante, la atmósfera se está calentando. A medida que se acerca el viernes, los reformistas están cogiendo fuelle, en tanto que los fundamentalistas empiezan a temer un giro inesperado.
Es difícil saber cómo va a traducirse en las urnas esta movilización. En Irán, no existen encuestas fiables. Están prohibidas. Eso no significa que no se hagan. Pero no se publican. En el bazar, un conocido recibió a un encuestador y sólo se prestó a contestarle si le mostraba los resultados que llevaba recogidos. En las cuatro hojas que pudo ver, 15 respondían que se inclinaban por Musavi y 5 por Ahmadineyad. No es científico, sin embargo un reformista me ha asegurado que la agresividad del presidente contra su principal rival reformista en el debate televisado tuvo que ver con el temor a que estén cambiando las tornas.
Los millones de iraníes que, desilusionados por el bloqueo de los ultras a las iniciativas liberales durante los mandatos de Jatamí, se abstuvieron en las presidenciales de 2005, pueden volver a las urnas el viernes. Esa posibilidad daría un vuelco al esperado triunfo de Ahmadineyad. Hasta ahora ningún presidente ha perdido la oportunidad de un segundo mandato desde el triunfo de la revolución islámica. "Si no hacen trampa, Musavi inclinará la balanza", corean sus seguidores.
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