En crisis: y en transición
Van cayendo una detrás de otro. Cabeceras centenarias, que se confunden con la historia de las ciudades a las que han servido. Agobiadas por un mercado publicitario que ya no acude a sus páginas y por unas ventas de ejemplares desfallecientes: los jóvenes están desertando en masa. Lo que se está hundiendo no es un negocio, es un mundo. Complejo y sofisticado, que gasta energía y materias primas a mansalva y está quedando irremediablemente obsoleto. Dentro de unos años nos parecerá una curiosidad como las viejas locomotoras a vapor esta industria que tiene que movilizar tantos recursos, mano de obra e instalaciones industriales, todo para conseguir leer impreso sobre papel lo que se puede leer en un teléfono o en un pequeño ordenador portátil. Ya es ahora mismo un ser antediluviano que todavía se mueve, un fósil vivo y capaz de ganar dinero a espuertas hasta hace bien poco tiempo.
Lo que está sucediendo estos días en Estados Unidos es sólo el principio. En Europa llevamos algunos años o alguna crisis de retraso. Pero también llegará. Y muy pronto, más de lo que se suele creer. Ahora las ciudades donde se han producido estos dramas periodísticos se quedan con un solo diario. Y muy pronto no quedará ninguno: no me parece un dato marginal que Seattle, la ciudad de Microsoft, sea una de las que tiene más números para que suceda. Existe ya un observatorio de la muerte de los diarios que hay que consultar cada día para ver cómo están de fastidiadas las cosas.
La muerte, también la de un periódico, es una transición. Primero llega la enfermedad, a veces súbita e inesperada. Luego los esfuerzos para salvarlo. Finalmente el desenlace. Y naturalmente, el duelo, que a veces se convierte en una tragedia: somos incapaces de aceptar la nueva situación. En Denver la muerte ha sido total: el Rocky Mountain News ha dejado de salir en todas sus versiones, papel y digital. Se acabó. La transición es a la nada. Otros en la ciudad, empezando por el competidor y socio Denver Post y siguiendo por los portales de internet o los blogs, deberán llenar el hueco. En Seattle la muerte es también una resurrección: con menor tamaño de la redacción (de 165 a 20 redactores), con nuevos directivos, con unas ambiciones mucho más acotadas, el Seattle Post-Intelligencer seguirá en Internet, donde tendrá que competir con otros.
Todos siguen el mismo modelo: primero se entra en pérdidas, luego se intenta sin éxito una venta ventajosa, mientras una deuda más o menos pesada tira hacia el fondo del mar el pobre cuerpo del ahogado. Al final, hay un día en que los propietarios no se ven capaces de seguir pagando y perdiendo dinero. Y echan el cierre. Vamos a tener noticias de este tipo con mucha frecuencia este año. La crisis, claro. Pero mucho más que la crisis: la transición.
En el mundo de después los periódicos en papel, los quioscos, todos los ritos cotidianos que acompañan a esta vieja costumbre, tendrán un lugar marginal si existen. El mundo posperiodístico puede tener muchos inconvenientes, pero se me ocurre que no debiéramos entretenernos mucho tiempo en las ceremonias de duelo y mucho menos en las ocurrencias europeas de subvencionar de nuevo la prensa, como si ya no la hubiéramos conocido y no supiéramos a quienes aprovechan. Lo que hay que hacer es armarse de valor e inteligencia para pasar página cuanto antes y de la mejor manera posible. Llorar sobre la leche derramada no devolverá el líquido a la jarra.
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