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Tribuna
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Difuminado

Fidel Castro no habría podido gobernar Cuba durante 50 años en las mismas narices de Estados Unidos si no hubiera sido uno de los primeros estadistas de su tiempo. Acaba de dirigir su propia salida con tanta maestría que un público mundial asombrado se sigue preguntando, aún después, cómo será la transición.

Estamos viendo la escena final, donde la imagen se difumina ante los espectadores apabullados. Desde que el dictador se enfermara, el régimen se ha consolidado alrededor del ejército bajo el mando de su hermano quien lleva tanto tiempo como él en el poder. Por lo demás, nada ha cambiado: los cubanos no tienen derecho a moverse a través de las fronteras de su país, los presos políticos siguen en la cárcel (salvo los cuatro que Zapatero obtuvo de regalo), no hay libertad de prensa o de expresión, ni de asociación, ni elecciones libres. Las escaseces son las mismas, la falta de viviendas también, y la salud y la educación ya no son lo que fueron.

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El pueblo cubano no ha visto a Fidel en un año y medio. Ese privilegio se ha reservado para algunos visitantes extranjeros para que den testimonio de su existencia. Algunos de sus artículos en Granma y Juventud Rebelde han sido tan curiosos que uno ha podido dudar o al menos preguntarse si realmente fueron escritos por él. Pero han sido elementos en una importante puesta en escena.

Fidel habrá dejado el poder, pero no el escenario. Se fue, pero se queda. La estratagema es ese hacerse desaparecer sin ningún punto definitorio donde otros de sus sucesores podrían tomar cartas en el asunto. Hacer que los demás esperen, tengan paciencia, especulen sobre el cambio, en La Habana, en Miami, en Madrid, en Washington. Más que nadie los propios cubanos, cansados, preocupados, esperanzados, pero sobre todo concientes de que la dictadura sigue siendo la misma. Todo es como antes, y el fantasma de Fidel sigue flotando sobre las aguas.

Sin embargo ha habido cambio. Raúl es la prolongación de Fidel, pero no tiene ni su carisma ni su capacidad de estadista. La legitimidad que ha heredado a través de este extraño guión será pasajera. Ninguno de los demás dirigentes tiene plataforma propia. Cuando la película termina, el público se suele levantar. Esta vez se queda sentado, aturdido, esperando que se encienda la luz y que se abran las puertas.

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