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Reportaje:

Hebrón: la impunidad de cada día

Colonos radicales atacan constantemente a los civiles palestinos en la ciudad cisjordana ante la pasividad de las fuerzas del orden

Kiryat Arba, asentamiento judío a las afueras de Hebrón (Cisjordania). Diez de la mañana. Mijael Maniken, de 28 años, se dispone a comenzar sus explicaciones ante la modesta tumba de Baruch Goldstein, el médico de Brooklyn que asesinó a tiros a una treintena de palestinos en el Mausoleo de los Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) antes de caer muerto, en febrero de 1994. Nada más abrir la boca, el colono Noam Federman le propina un fuerte empujón y comienza a cantar y gritar para que no se escuche su voz. Acude raudo Baruch Marzel, ex miembro del partido racista Kach, ilegalizado por el Gobierno de Israel, figura emblemática de los iluminados, acompañado de algunos jóvenes. Mijael no puede seguir. La policía llega en un minuto.

Los fanáticos llaman "terrorista" a Maniken; insisten en presentar una denuncia falsa, y unos y otros acaban en comisaría. Les acompaña al cuartel Yehuda Shaul, de 25 años, director de Breaking the Silence (Romper el Silencio), una ONG que recoge testimonios de militares que certifican las tropelías contra los civiles palestinos. "Es lo que desean, impedir que se organicen estos viajes para que nadie sepa de sus sistemáticas agresiones", comenta el atacado horas más tarde.

El frustrado orador y Shaul se esfuerzan por dejar claro que el ideario de Breaking the Silence nada tiene que ver con el de algunos movimientos de la izquierda radical. El perfil de ambos: religiosos practicantes, kipá permanente en la coronilla, "llámame, pero cuando termine el shabat", dice uno de ellos, ex uniformados combatientes que sirvieron en filas en Cisjordania los tres años reglamentarios, cuatro en el caso del teniente Maniken.

Los restos de Goldstein reposan solitarios nada más atravesar la barrera de entrada a Kiryat Arba. Aunque la ley israelí prohíbe los enterramientos fuera de los cementerios oficiales, estos colonos gozan de carta blanca, y la tumba de Goldstein es sitio de peregrinaje el día en que se conmemora su muerte.

Mijael, licenciado en Historia de Oriente Medio por la Universidad Hebrea de Jerusalén, y Yehuda Shaul, director de Breaking the Silence, dudaban de si el incidente con los colonos radicales resultaría provechoso para su organización. Por un lado, fue un ejemplo más de la impunidad de que gozan los fanáticos de Hebrón y Kiryat Arba. Por otro, altercados como éste pueden retraer a gente interesada en conocer la ocupación israelí de Cisjordania en esta ciudad de 170.000 vecinos, un lugar ideal para apreciar los desmanes. Incrustados en el centro de la ciudad, residen medio millar de colonos envalentonados. Cada día se agravan los asaltos, denunciaba ayer Betselem, otra ONG israelí que sigue de cerca los avatares en Hebrón.

Desde hace cuatro días ha empezado la recogida de aceitunas, y con ella el tormento que cada año sufren los empobrecidos granjeros palestinos. "Les apedrean y les roban la cosecha", comenta Eyal, otro joven religioso judío que continúa la labor de Maniken, obligado a resolver el entuerto en la comisaría. Es sólo una muestra de la permanente violencia que practican contra los civiles palestinos en una ciudad, Hebrón, de las menos conflictivas de Cisjordania.

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Docenas de ataques en los últimos meses han sido documentados por Betselem. Las casas de los colonos dan por un lado a la calle Shuhada, por la que tienen prohibido andar y circular en vehículos los palestinos desde hace más de seis años. Por la otra vertiente, las ventanas miran al zoco árabe. "Les lanzan basura, botellas llenas de orina, mean sobre ellos, escupen y les amenazan. Los asaltos se cometen a plena luz del día ante la presencia impasible de los policías", denuncia la ONG. "Se han instalado más bloques de cemento para impedir el paso en otras calles", añade. Más de 1.000 casas han sido abandonadas por sus vecinos árabes; casi 2.000 comercios han sido clausurados desde que estalló, en septiembre de 2000, la segunda Intifada.

El centro de Hebrón es una ciudad fantasma por la que se mueven sólo los colonos, protegidos por el Ejército y la policía: un uniformado por cada residente judío. "Incluso el Ejército ha permitido que se instalen caravanas de colonos en una de sus bases militares", asegura Hagit Ofram, activista de Paz Ahora. "Viven", añade, "al margen de la ley israelí. Están socavando nuestra democracia". Y es que los soldados no están autorizados a detener a ningún colono, aunque sean testigos de graves ataques. Lo puede hacer la policía, que no suele mover un dedo, como atestiguan decenas de vídeos que difunden las ONG hebreas. Sin embargo, los palestinos y los extranjeros sí están sometidos a las leyes militares.

Se respira tensión. Las miradas de los colonos son desconfiadas. Los palestinos se mantienen siempre a la defensiva. Durante 2002 y 2003, en el apogeo de la revuelta popular palestina, sufrieron un toque de queda brutal: podían salir de sus casas durante dos horas cada dos semanas. Ahora soportan infinidad de agresiones nunca castigadas. Lo sabe como tantos el cincuentón Hashem al Azzeh, un trabajador a tiempo parcial de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Este viernes, mostraba cintas en su casa de asaltos de viviendas y apedreamientos de niñas palestinas que regresan de la escuela Córdoba. Decenas de soldados y agentes contemplan las escenas. Nada más. Es espeluznante observar a pequeñas judías de 10 años chillando "muerte a los árabes" y dando patadas a las profesoras. "Los colonos envían a sus hijos menores de 12 años a lanzar piedras contra cualquier árabe con que se topen en su camino. Saben que nada se puede hacer contra ellos. Están jugando un papel fundamental en el acoso a los palestinos", afirma Hagit.

En el patio de su casa, Hashem asegura que a un sobrino le han dejado sin dientes antes de advertir al grupo de extranjeros: "Apartaos de ahí que ya han salido los niños. Tened cuidado que puede caer alguna pedrada", dice señalando ladera arriba. A escasos metros, los pequeños juegan delante de unas macetas. Son los hijos de Baruch Marzel.

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