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Los Sin Tierra admiten su incapacidad para movilizar a las masas bajo el mandato de Lula

El congreso del MST evidencia la crisis del movimiento, eclipsado por la popularidad del mandatario

Los líderes históricos del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil, el mayor de los campesinos de América Latina, han dado a entender que es preciso esperar a que el presidente del país, Luiz Inácio Lula da Silva, deje el poder para sacar de nuevo las masas a las calles y pedir así una "revolución económica". La popularidad del gobernante entre las clases pobres, reconocen, ha mermado la capacidad del MST para movilizarlas en las calles. Así se expresaron durante su 5º congreso, que se celebra en Brasilia y se clausura mañana, con la participación de 18.000 militantes.

Los Sin Tierra, que por primera vez no han invitado a su congreso a Lula ?un antiguo compañero de lujo del movimiento?, alegando neutralidad con un Gobierno con el que no comulgan en su política económica neoliberal, admiten así tácitamente que, bajo su presidencia, las masas pobres no están dispuestas a levantarse. Ello se debe a que, según el dirigente del MST João Pedro Stedile, Lula ha conseguido esconder los efectos de la crisis "con el programa Bolsa Familia", que concede ayuda económica a cerca de 12 millones de personas.

El congreso del MST está evidenciando una crisis de identidad en el movimiento. A sus dirigentes no les está resultando fácil trazar un camino claro de acción para los próximos cinco años, cuatro de ellos aún bajo el Gobierno de Lula, que cada día se distancia más tanto de la izquierda de su formación, el Partido de los Trabajadores (PT, brazo ideológico del MST), como de todos los movimientos radicales que aún llevan el sello marxista y que le acusan, como se está oyendo durante el congreso, de "gobernar para los ricos y para los banqueros".

El conflicto interno en el MST quedó ayer de manifiesto en la sinceras declaraciones de Stedile a los periodistas que siguen los trabajos del congreso, cuando afirmó con rotundidad que la reforma agraria perseguida durante tantos años por el movimiento "ha fracasado".

Al mismo tiempo, y sin anunciar qué otro tipo de reforma agraria posible desearían, otros líderes como Gilmar Mauro aseguran a los miles de campesinos presentes en Brasilia que el movimiento va a iniciar un nuevo ciclo que "ayudará a crear una revolución en el país".

La impresión, sin embargo, es que la palabra "revolución" ?aunque sin concreción? está siendo usada por la cúpula del MST para justificar la crisis interna del movimiento y las incertidumbres de sus líderes, que no saben cómo reconducir la capacidad de lucha de los Sin Tierra, desarrollada durante tantos años y que se ha cobrado no pocas muertes y actos de violencia.

Sus relaciones con Lula, quien en ocasiones se ha colocado la gorra de los Sin Tierra ante el aplauso estruendoso de los campesinos, continúan siendo ambivalentes: de amor y odio. Amor, porque sigien considerándolo uno de ellos, y de odio, porque querrían que lo fuese explícitamente. De ahí que baste un gesto de simpatía de su antiguo "gran amigo", para que tanto los militantes como sus líderes renueven la confianza en su viejo jefe político. El problema es que Lula no se muestra demasiado proclive a seguir al movimiento en sus sueños revolucionarios en un país que crece económicamente, aunque no todo lo que debiera, y en el que es innegable que las grandes masas de pobres han mejorado sus vidas más que la propia clase media.

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