Salir de Irak, abandonar Oriente Próximo
Dentro de muy pocos meses, en septiembre concretamente, los militares norteamericanos podrán sacar conclusiones definitivas sobre Irak. El comandante en jefe de las tropas desplazadas al país árabe, el general David Petraeus, ha dicho que para entonces sabrá con toda certeza si el incremento de tropas, la llamada ‘surge’ u oleada, ha tenido algún efecto benéfico y si hay perspectivas realistas de reconciliación entre las distintas facciones que pelean en una guerra civil a varias bandas. El Post de Washington lo cuenta con fecha de ayer, en una excelente crónica de Jonathan Weisman y Thomas E. Ricks, este último autor de Fiasco, uno de los mejores libros sobre la guerra de Irak, y corresponsal militar del prestigioso rotativo washingtoniano. “Si no vemos la luz al final del túnel, septiembre será un mes muy malo para esta administración”, señala el congresista republicano James P. Moran. Weisman y Ricks consideran que ya hay signos evidentes de que el apoyo republicano al presidente se está quebrando y creen que el Partido Republicano quiere resolver la cuestión iraquí antes de ir a las elecciones en 2008.
Bush y el Congreso se hallan enzarzados en un pulso político terrible a propósito del establecimiento de una fecha para la retirada de Irak. Un duelo de titanes, en palabras de Carlos Mendo. El presidente tiene el derecho de veto sobre toda la legislación americana y el segundo la llave de la caja. Los congresistas demócratas, ahora mayoría en las dos cámaras, han puesto fecha para la retirada de Irak a la hora de aprobar los fondos militares necesarios para proseguir con la guerra. (Atención: los fondos también son para Afganistán, donde España tiene tropas y las cosas van cada día a peor). El presidente ha vetado estas leyes, por lo que dentro de unos meses pueden empezar los problemas de falta de dinero. El Congreso podría fulminar el veto presidencial, pero necesita los dos tercios de las dos cámaras. Ahora no es posible alcanzar esta mayoría cualificada porque los republicanos siguen mayoritariamente apoyando a Bush. Pero las cosas pueden cambiar según los periodistas del Post, que pronostican un recrudecimiento definitivo de la pelea entre el legislativo y ejecutivo para el próximo otoño.
Para el historiador y economista Edward Luttwak, especializado en estrategia militar, no basta con que Estados Unidos abandonen Irak. En un artículo en la revista Prospect propugna directamente que Washington se olvide de una vez de Oriente Próximo. Luttwak cree que exageramos la importancia de la región y llega a señalar que los 100.000 muertos del conflicto arabe-israelí desde 1921son muchos menos que las víctimas de la actual guerra de Darfur. “Estratégicamente, el conflicto árabe-israelí ha sido irrelevante al menos desde el final de la Guerra Fría”, escribe. La dependencia mundial del petróleo árabe está disminuyendo. La zona de conflicto está delimitada y la región en su conjunto pierde peso e importancia. De Irán, la potencia emergente de la zona según muchos expertos, asegura que “ni siquiera existe como nación”. Todo lo que ocurre y lo que pueda ocurrir por intervención occidental, asegura, no hace más que incrementar la hostilidad hacia nosotros. Y esto vale para los apaciguadores como para los necons. “Sin invasiones ni compromisos amistosos –añade- deberíamos permitir a los pueblos de Oriente Próximo que hagan su propia historia, la única cosa que los expertos en la zona de todos los bordos parecen determinados a negarles”. El final no puede ser más contundente: “A menos que sea bajo la presión de un peligro inmediato, deberíamos concentrarnos en los viejos y nuevos países de Europa y América, en India y Asia del Este, lugares de población muy trabajadora que miran hacia delante en vez de soñar en el pasado”.
¿Estamos ante la aparición de un nuevo paradigma de las relaciones internacionales? De la derrota de los neocons está surgiendo un nuevo realismo en política internacional. De la salida de Irak puede salir un nuevo aislacionismo norteamericano. Y de la combinación de ambos una especie de globalización aislacionista, que abandone una parte del mundo a su suerte y se dedique exclusivamente a gobernar y hacer negocios en las regiones afines y en paz. Todo ello, por supuesto, con la definitiva superación del proyecto de extender la democracia por el ancho mundo. Y con altos muros de separación donde haga falta resguardar a los amigos globalizados del mundo hostil que mira al pasado.
La columna de este jueves: Como Churchill, mejor que Churchill
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