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Oleada de asaltos violentos a iglesias y conventos en Brasil

Seis lugares religiosos han sido atacados en los dos últimos meses

Los ciudadanos de la ciudad brasileña de Río de Janeiro están alarmados e indignados por la ola de asaltos violentos a iglesias y conventos. Se trata de algo inédito en la historia del crimen en Brasil, que preocupa tambien a las fuerzas del orden. Hasta ahora, como ocurría en el mundo de las mafias, los territorios sagrados solían ser respetados, pero en los dos últimos meses seis lugares religiosos han sido atacados.

El mes pasado, tres bandidos armados con pistolas y revólveres entraron en la catedral de Itapuaí, en la zona de la Baixada Fluminense, en la periferia de Río, y llegaron hasta el despacho del obispo José Ubirata Lopes, que estaba recibiendo a nueve personas. Los bandidos sometieron al obispo y a los sacerdotes y fieles presentes, los encerraron maniatados en la sacristía, golpearon al obispo con las culatas de los revólveres y se llevaron todo lo que encontraron: el pectoral que Ubirata había recibido del fallecido papa Juan Pablo II, cálices, custodias, casullas bordadas en oro, dinero, cheques y tarjetas de crédito.

A pesar de que el obispo Ubirata confesó que temía denunciar lo acontecido por miedo a represalias, acabó acudiendo a la policía, aunque de poco sirvió. Como él mismo ha denunciado, un mes después del asalto nadie se ha presentado en la catedral a pedir información sobre el suceso.

El martes pasado le tocó el turno a la famosa iglesia de São Sebastião, el patrono de Río, a la que acuden cada semana miles de fieles, en el barrio de Tijuca.

A la una de la madrugada, dos bandidos saltaron la tapia del convento de los franciscanos capuchinos que están a cargo de la iglesia; llamaron a otros seis por un móvil y los ocho, armados hasta los dientes, entraron en las habitaciones de los religiosos, poniéndoles las pistolas en las sienes y amenazándoles de muerte si no les daban todo lo que tenían. Uno de los religiosos, de 84 años, resultó herido.

Los bandidos querían la llave de un cofre inexistente. Al final, tuvieron que contentarse con los relojes de los religiosos y las pequeñas cantidades de dinero en metálico que suelen tener para gastos personales.

Esta iglesia es un monumento histórico, ya que conserva los restos mortales de Estácio de Sá, el fundador de la ciudad de Río de Janeiro. El sacerdote Vicente Arthurs, de 53 años, uno de los que permaneció encañonado por los asaltantes, comentó ayer: "La violencia es una realidad de la que todos somos víctimas. Hay que saber mantener la calma en estas ocasiones, pero al mismo tiempo hay que saber decir basta. La sociedad debe organizarse y exigir del Estado una política de seguridad más eficaz".

También han sido asaltadas en los dos últimos meses las iglesias de São Cristovão, de São Januario y Santo André y de Nossa Senhora da Consolata. Algunas de ellas han sido ya atacadas varias veces. Generalmente, los bandidos permanecen escondidos en la iglesia a la hora de cerrar y por la noche arrasan con todo lo que pueden.

Como han afirmado algunos obispos y religiosos, lo triste es que hasta las iglesias van a tener que acabar blindadas por rejas y defendidas por militares.

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