Un siglo en el centro del poder
El centenario de la Reina Madre despierta el fervor de los monárquicos británicos y las críticas de los jóvenes
Reportaje publicado en EL PAÍS en el 100 cumpleaños de la Reina Madre (agosto de 2000)
Cuando Isabel, la reina madre, asome hoy al balcón del Palacio de Buckingham para celebrar sus 100 años de vida, los súbditos británicos la aclamarán calurosamente.
Pero detrás de las felicitaciones y banderines patrióticos se esconde otra realidad: la indiferencia de gran parte de la población y el deseo de los jóvenes de cortar los lazos con la monarquía.
La minoría republicana aprovecha las celebraciones para alzar la voz contra una institución anclada en el pasado. El 4 de agosto de 1900 el imperio británico prosperaba. El Partido Laborista estaba en su infancia, Oscar Wilde vivía, Einstein trabajaba en su teoría de la relatividad y Freud acababa de publicar La interpretación de los sueños. La tradición exigía a los hijos de los reyes casamientos con miembros de la realeza.
Los vientos reformistas favorecieron a la novena hija de los condes de Strathmore. Isabel Angela Margarita Bowes-Lyon fue la primera plebeya en acceder al círculo real al casarse, en 1923, con Bertie, el tartamudo y torpe duque de York, segundo en la línea de acceso al trono.
Otro golpe del destino, la abdicación del rey Eduardo, aseguró la coronación de la atractiva y simpática duquesa de York. Desde entonces, los anales la recuerdan como la commoner que salvó la monarquía y el pueblo la adora por su entereza durante los bombardeos de la II Guerra Mundial.
"La ironía", señala el historiador Anthony Holden, "es que siempre ha sido la más mimada y egoísta de todo el lote. Este verano la hemos tratado con algo cercano a la idolatría debido, en parte, a su edad.
Su posición es el resultado de la longevidad combinada con algo que, en baremos racionales, no es una señal automática de distinción. Nos piden que la queramos porque un día estuvo casada con el rey. Prueba suficiente de que la monarquía hereditaria no tiene lugar en un mundo maduro", escribe Roy Hattersley, ex ministro laborista.
Los monárquicos reaccionan con dureza contra estas y otras voces críticas. Con "horror y furia" respondieron a la publicación de los diarios del desaparecido lord Wyatt, que retratan a la bisabuela Windsor como "admiradora" de Margaret Thatcher y de P. W. Botha, ex presidente del regimen racista surafricano.
El mes pasado, el cronista palaciego lord St. John of Fawsley describió como "un extraño regalo de cumpleaños" un documental de Channel 4 que revela el lado oscuro de la reina madre. El establishment protege a Isabel y archiva hasta después de su muerte documentos personales que podrían dañar la imagen de dama cariñosa, vivaz y comprometida con el pueblo que guardan la mayoría de los súbditos.
Su faceta como madre que vetó la boda de su hija Margarita con el capitán Townsend, por ser un divorciado, de rango inferior, o como cuñada que obstaculizó la reconciliación familiar con la odiada y "vulgar" Wallis Simpson, quedan para análisis posteriores. Se descubrirá entonces también el impacto de su hostilidad a que la reina pague impuestos, que la erige en reaccionaria a la modernización de la monarquía. De momento, su rechazo a aceptar alteraciones a la tradición le ha pasado una dolorosa factura.
El divorcio afecta a todos sus nietos, incluida la princesa Ana, casada hoy con el capitán Laurence, que desempeña el mismo cargo palaciego que el rechazado Townsend. Carlos se confesó adúltero, pero su abuela perdonó el pecadillo y blandió su influencia contra Diana, la oveja negra de la familia.
La monarquía intenta modernizarse y frenar las corrientes republicanas, pero la amenaza procede sobre todo de la indiferencia del pueblo. El pasado junio, una encuesta reveló que el 44% de los británicos, frente al 70% una década atrás, piensa que al Reino Unido le irá peor sin la monarquía.
Igualmente relevante para el futuro de los Windsor es el porcentaje de jóvenes que defienden los beneficios de la institución: menos del 25% entre los británicos de 18 a 24 años. "Debemos cortar los lazos", propuso esta semana una de las inquilinas en el hogar de Gran Hermano, "que sigan ahí para los que lo necesitan, pero que se mantengan por sus propios medios, sin ayudas del contribuyente".
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