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TRABAJAR CANSA
Columna
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El sexo de los caracoles, tal como está el mundo

Cuanto peor está todo más tonterías se publican. Hablar de “la chorrada del día” es un refugio, pero también contribuye a alimentar la ignorancia

Caracoles
Íñigo Domínguez

Cada mañana, al leer las noticias, asigno el premio al titular Forges del día. Me explico: cosas que antes serían un chiste de Forges ahora son titulares que van en serio. Antes eran perlas recónditas, pero ya te los encuentras enseguida, pasan por noticias normales. Este año ya he dado el premio de 2025 al caracol Ned. ¿Cómo, no saben quién es? No siguen ustedes la actualidad. Una señora de Nueva Zelanda (sí, las antípodas) se topó con un caracol sorprendente: tenía la espiral de la caracola al revés, hacia la izquierda, lo contrario a lo habitual (uno de cada 40.000, ese es el dato). Pero esta peculiaridad tenía trágicas consecuencias para el caracol Ned: no puede reproducirse porque, no me hagan explicárselo, esto le impide tener relaciones sexuales satisfactorias, y eso que los caracoles son hermafroditas y le dan a todo. “El amor imposible de Ned, el caracol zurdo”, “La triste historia de Ned”, etcétera, todo esto en diarios serios, prensa internacional. La historia lo tiene todo —sexo, minorías, animalitos, cuernos—, uno empatiza, no cabe duda. Pero, sobre todo, creo yo, el caracol Ned es una metáfora de lo que nos pasa. Porque imaginemos que se pudiera entrevistar al caracol Ned, cosa que sin duda se haría si fuera posible. Yo me lo imagino así:

—Caracol Ned, buenos días, antes que nada, ¿sabe usted que se llama Ned?

—Ah, pues ni idea.

Esto para empezar (le han puesto Ned como el vecino de Homer Simpson, que es zurdo). Y luego, quiero creer que diría, sobreponiéndose a su drama personal: “¿Pero de verdad, con lo que está pasando en Gaza, en Ucrania, en Sudán, ustedes los humanos están pendientes de mí?”. Y entonces el entrevistador se pondría colorado, déjenme soñar. Ojalá los caracoles pudieran hablar para ponernos en nuestro sitio.

En los diarios siempre hubo espacio para asuntos ligeros, frívolos o, directamente, la chorrada del día, pero se trataba como tal. Ahora tienen un insólito protagonismo. Cada mañana, tras dos o tres grandes noticias, a renglón seguido, sin solución de continuidad (nunca he sabido lo que significa esto exactamente), tienes al caracol Ned. Y después, otras noticias evidentemente más importantes que el caracol Ned. Así que la pregunta es: ¿qué hace ahí el caracol Ned? Yo creo que responde a nuestro deseo de no saber nada de lo que está pasando. Cuanto peor está el mundo más tonterías se publican. Es un refugio en los repliegues más recónditos de la realidad. No digo que no haya que bajar un poco la tensión, pero todo lo que sea contribuir a alimentar masas estúpidas e ignorantes (que, según Hannah Arendt, están en los orígenes del totalitarismo) hoy es tomar una precisa decisión ética. Concretamente, la dejación de responsabilidades. Es una discusión de toda la vida entre periodistas, que suele concluir así: es lo que quiere la gente, se lee mucho, da lectores y publicidad. Es decir, es al periodismo lo que el populismo a la política, que criticamos tanto.

Volviendo a lo nuestro, a los pocos días salió otra noticia que captó mi frágil atención: en un zoológico francés se dedican a masturbar a una orca macho adolescente sin pareja, llamada Keijo, para evitar que enloquezca. Aquí es donde relacioné todo: ¿sería posible emparejar a la orca Keijo con el caracol Ned? El amor podría salvar todas las distancias, geográficas y de tamaño. Sería la pareja del año. Podrían casarse en Venecia. Cuántos titulares nos daría. Además, a mí me sirvió de consuelo en la vuelta al trabajo: definitivamente, hay profesiones peores. Masturbador de orcas, no sé si a Forges se le hubiera ocurrido, la verdad.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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