Pablo Stefanoni, ensayista: “La derecha piensa que representa a la gente común que se rebela”
El autor argentino, experto en política latinoamericana e izquierda, ha pasado en los últimos tiempos a estudiar las nuevas derechas y su conversión en rebeldía antisistema
¿Es el conservadurismo el nuevo punk? Así lo afirman algunos de los interesados, y esa postura antisistema, frente a una izquierda identificada (según los mismos interesados) con el establishment, le está saliendo rentable a ese espacio político. Pablo Stefanoni (Buenos Aires, 52 años) investigó el asunto en su libro ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Siglo XXI / Clave Intelectual, 2021). Estudió Economía, pero nunca llegó a ejercerla. Luego se doctoró en Historia y vivió durante siete años, desde 2003, “momento de épica revolucionaria”, en Bolivia, donde dirigió Le Monde diplomatique y fue corresponsal de medios argentinos como Página 2 o Clarín. Su tesis doctoral trató sobre los años treinta en aquel país y el régimen del “socialismo militar”, que se impuso tras la guerra del Chaco; un tipo de nacionalismo militar que introducía la cuestión social y era ambiguo respecto a los fascismos europeos.
En la actualidad es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad, de pensamiento sobre América Latina. Sus áreas de interés han sido, además de las nuevas derechas, la política latinoamericana y la izquierda, como muestra parte de su obra, como La revolución de Evo Morales, de la coca al palacio (Capital Intelectual, 2006, escrito con Hervé Do Alto). Stefanoni tuvo relación con el troskismo, una relación que pasó, pero que sirvió como formación. Hoy se identifica con el socialismo democrático, cuenta tras intervenir en el Ateneo de Madrid en unas jornadas sobre extrema derecha y democracia.
Pregunta. O sea, es usted socialdemócrata.
Respuesta. Bueno, a ese término le falta filo, parece que cualquiera puede decir que es socialdemócrata. Con la derecha actual, quizás un poco menos, pero hace unos años… Hay una tradición socialista democrática que se ha ido perdiendo, más comprometida con el cambio social, con la idea de que las reformas pueden llevar a algo distinto al capitalismo vigente.
P. ¿Algo así como el ala izquierda del Partido Demócrata estadounidense, con Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez?
R. Estados Unidos es, tal vez, el único país donde hay cierto entusiasmo por ese socialismo democrático: allí no existe el Estado de bienestar a la europea y la derecha opina que la salud pública es el preludio del comunismo. Así que lo que en Europa podría pasar como socialdemócrata, en EE UU, donde no ha habido socialismo, es algo más fresco, juvenil, revolucionario. Una cierta posición antisistema que ya no se da en el Viejo Continente.
P. ¿Son los Treinta Años Gloriosos de la socialdemocracia de posguerra lo máximo a lo que puede aspirar una izquierda democrática?
R. Querer volver a algo que ya fue nos puede hacer caer en la nostalgia, una enfermedad común hoy en día. La situación ha cambiado: la economía no estaba entonces deslocalizada, la clase trabajadora era fuerte; ahora es difícil el pacto capital-trabajo con arraigo nacional. Y esa nostalgia nos puede llevar a derivas reaccionarias, incluso rojipardas. Ya no se trata de una clase de obreros blancos varones, la clase trabajadora ya es más heterogénea y precaria. Pero creo que ha vuelto una agenda sobre lo público que sí tiene potencial: sanidad, educación, vivienda, el derecho a la ciudad contra la gentrificación y la turistificación. La lucha contra las desigualdades.
P. En aquella época, con todo, sucedió el Mayo del 68, el terrorismo revolucionario…
R. Eso demuestra el corrimiento ideológico que ha habido hacia la derecha. Entonces el Estado de bienestar le parecía poco a buena parte de la izquierda. Ahora la precarización, la falta de perspectiva, hace que las opciones de izquierda más allá del socialismo reivindiquen aquello, o incluso menos. Hoy ni siquiera la izquierda radical propone nacionalizaciones. Cuesta pensar alternativas, sobre todo en economía.
P. Y sin embargo, le llaman comunismo.
R. Llamar comunismo a cualquier cosa es una estrategia discursiva que no tiene anclaje en la realidad. Recupera ciertas ideas de la escuela austriaca de Hayek y Mises que decían que entre la socialdemocracia y el comunismo solo había diferencias de grado. Vivimos una parodia de la Guerra Fría: se lucha contra un comunismo que es un zombi.
La expectativa es totalmente pesimista: nadie cree que el futuro vaya a ser mejor. Están de moda las distopías, que hoy son muy convincentes
P. ¿Por qué surgen las nuevas formas de la derecha?
R. Una razón es la cancelación del futuro. La expectativa es totalmente pesimista: nadie cree que el futuro vaya a ser mejor. Están de moda las distopías, hoy son muy convincentes. El socialismo y el liberalismo, son proyectos para el futuro. Al no haber este futuro, surgen estas nuevas derechas.
P. ¿Cómo son?
R. Están apareciendo unos liderazgos estrambóticos que en otro momento no hubieran tenido arraigo. Todos los países se creen excepciones a esta derecha, hasta que caen en ella. Se da una paradoja: la izquierda está sumida en su melancolía de la pérdida y, a la vez, la derecha dice que es la izquierda la que domina el mundo. Es un momento que no satisface a nadie.
P. ¿Por qué?
R. Creo que vivimos un capitalismo que se autonomizó mucho, y es contradictorio, porque culturalmente acepta eso que se llama lo woke. Las grandes empresas y los organismos internacionales son más o menos progres en el sentido cultural, pero en lo económico es un capitalismo muy desigualitario y precarizante, donde no está garantizada una base material para la vida digna. Así que no le gusta a nadie, excepto a una pequeña minoría cosmopolita y liberal.
Todas las derechas han tomado las idea de la dictadura de la corrección política y de la apropiación del sistema por parte de la izquierda
P. La ultraderecha denuncia el “marxismo cultural” triunfante.
R. Sí, es la idea de que la izquierda perdió la batalla económica, pero supo acomodarse y ganar la batalla cultural. Hay algo de verdad, pero lo que se dice tiene una dimensión complotista, como si la escuela de Fráncfort hubiera ido infiltrando el sistema. Los neorreaccionarios de Silicon Valley hablan de la catedral, teorizada por el bloguero de extrema derecha Curtis Yarvin, que sería la suma de los grandes medios, Hollywood, el Gobierno, las universidades de la Ivy League… Creen que es como una Matrix progresista, que genera un totalitarismo del que la gente no es consciente. La derecha ofrecería la pastilla roja para ver la Matrix desde fuera.
P. ¿Son ideas conspiranoicas?
R. Sí, pero más allá de Yarvin, todas las derechas han tomado algo de esta idea de la dictadura de la corrección política y de la apropiación del sistema por parte de la izquierda. Pero se mezcla todo, porque las instituciones que denuncian no tienen mucho de izquierdistas. En realidad, son otro tipo de lógicas las que hacen que una gran empresa petrolera contrate activistas antirracistas o que Disney adopte posturas pro-LGTB… Tiene más que ver con el capitalismo actual que con la izquierda.
P. ¿Qué capitalismo es ese?
R. Un capitalismo tardío que ha ido destruyendo ciertas formas más burguesas o conservadoras del capitalismo tradicional. La desestructuración de la familia, la pérdida de religiosidad o el multiculturalismo tiene que ver con eso. Pero en la derecha piensan que las élites son de izquierdas y que la derecha representa a la gente común que se rebela. Eso es eficiente. Las derechas son muy distintas entre sí, pero comparten esa idea.
Me interesaba estudiar en mi libro por qué los jóvenes adoptan esa ideología, por qué es ‘cool’, es guay, ser de derechas.
P. Efectivamente, en las protestas que hubo en la calle Ferraz, delante de la sede del PSOE, se veía una notable diversidad en la derecha. Unos rezaban el rosario, otros mostraban simbología neonazi. Unidos en la rebeldía.
R. Las derechas son una suma de muchas cosas, incluso ese folclore extraño que señalas, por eso me interesaba estudiar en mi libro por qué los jóvenes adoptan esa ideología, por qué es cool, es guay, ser de derechas. Todo esto se potenció en las protestas durante la pandemia o con el asalto al Capitolio y aquel hombre disfrazado de bisonte, la conspiranoia de QAnon, los antivacunas…
P. Internet parecía al comienzo el caldo de cultivo de la utopía izquierdista. Quedó en otra cosa.
R. En La rebelión del público, Martin Gurri plantea que hay un enfrentamiento en cámara lenta entre las jerarquías del mundo industrial que conocíamos y el público. Y que se expresa básicamente en internet. Probablemente nadie gane esa batalla por ahora, así que vemos un constante enfrentamiento mientras muchas cosas de ese mundo industrial se van debilitando, como los partidos políticos, los periódicos o las empresas tal y como las conocíamos. Parte de ese público que se rebela es canalizado por la derecha. Y se beneficia de las técnicas de troleo, que van permeando en la conversación pública, que se polariza.
P. Da la impresión de que mucha gente no politizada está asumiendo las tesis de la derecha como el sentido común de la época.
R. Sí, pero yo creo que la izquierda también ofrece resistencia. En los últimos años el feminismo, lo LGTB o el antirracismo han transformado mucho la realidad y, sin embargo, tendemos a exagerar los éxitos de la derecha, así como la derecha exagera los de la izquierda. Pero es cierto que la derecha está capturando cierto estado de ánimo de inconformismo social, como lo capturó el fascismo en los años 30.
Que Disney adopte posturas pro-LGTB... Tiene más que ver con el capitalismo actual que con la izquierda
P. ¿Por qué la derecha parece más rebelde que la izquierda?
R. Ahora mismo la oferta de rebelión antisistema de la izquierda es un poco pobre y sus tradiciones revolucionarias han desaparecido. Ni siquiera se lee a los teóricos clásicos, ahora se cumple el centenario de la muerte de Lenin, pero ¿quién lee a Lenin hoy en serio?
P. El gurú derechista Steve Bannon lee a Lenin, alguna ultraderecha a Gramsci…
R. Es cierto, Bannon admira a Lenin por esa idea de cambio radical. Yarvin dijo que se necesita un Lenin o un Napoleón. Desde la Nueva Derecha francesa se lee a Gramsci, por eso de la batalla cultural, de discutir con la izquierda en el plano de la cultura. No sé si la van a ganar, pero ahí están, haciendo su troleo cotidiano, introduciendo ruido, cambiando los ejes del debate.
P. Usted es argentino. Javier Milei forma parte de estos fenómenos.
R. El caso Milei, imprevisto, entra en este contexto de figuras emergentes que hace unos años no tendrían oportunidad. Milei ni siquiera era la figura que los grandes empresarios estaban esperando, esa era Patricia Bullrich. No es un empresario rico como Trump o Berlusconi, sino un economista de clase media. No todas las derechas encajan en la rebeldía: no encaja Orbán, Vox solo a veces, pero Milei encaja muy bien, con su estilo roquero y su discurso anarcocapitalista, que es utópico hasta para el capitalismo realmente existente. Los empresarios no quieren abolir el Estado, quieren en todo caso, controlarlo y utilizarlo.
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