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Ana Carrasco Conde, filósofa: “Nada más absurdo que huir de la muerte, siempre te acompaña”

Conocida como la pensadora del mal, acaba de recibir el Premio de Ensayo Eugenio Trías. Su nuevo libro reflexiona sobre la hora final

Ana Carrasco Conde
Ana Carrasco-Conde en el Hotel Urso de Madrid el pasado mes de diciembre.Álvaro García
Joseba Elola

Se la conoce como “la filósofa del mal”. Pero a ella, lo que le atrae es lo inefable, lo indecible, poner palabras a lo que en principio no se puede decir. Siempre le fascinaron las zonas de sombra, las profundidades marinas, y desde muy joven se vio atraída por el idealismo alemán (Schelling, Kant), lo que la condujo a investigar los abismos de la existencia y a publicar tres libros acerca del mal en nueve años: Infierno horizontal. Sobre la destrucción del yo (Plaza y Valdés, 2012); La limpidez del mal. El mal y la historia en la filosofía de F. W. J. Schelling (Plaza y Valdés, 2013), y Decir el mal. Comprender no es justificar (Galaxia Gutenberg, 2021). Profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, esta mujer de 44 años reflexiva, renuente a la aceleración contemporánea que impide tomarse el tiempo de pensar las cosas, habla en voz baja, con tono muy suave. En noviembre recibió el Premio de Ensayo Eugenio Trías con un libro que supone un cambio de tercio en su trayectoria: con La muerte en común. Sobre la dimensión intersubjetiva del morir, que se publicará el próximo 21 de febrero, propone pensar en la hora final desde el nosotros.

La entrevista se celebra en una fría tarde de diciembre, en el hotel Urso de Madrid. Carrasco Conde empieza diciendo que la muerte no es un mal, que es consustancial al ser humano, y señala que los textos sobre la muerte de los grandes filósofos de la tradición (y de algunos de sus colegas) son para los lectores un “muro impenetrable”.

PREGUNTA. ¿Cuál es el problema, que solo escriben para la Academia?

RESPUESTA. Utilizan una forma de decir las cosas que no tiene en cuenta la dimensión del daño y del dolor de la muerte. La filosofía hoy en día ha perdido uno de sus componentes fundamentales, la flor más preciosa, dice Cicerón, que es el elemento consolatorio. Si se va hacia la consolación, se confunde con la autoayuda, y yo creo que la filosofía ha dejado que esta ocupe un lugar cuando ella misma podía intentar ayudar.

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P. ¿La filosofía podría de algún modo sustituir a la autoayuda?

R. No se trata de sustituir, no tiene que ver con la autoayuda. Inicialmente, la filosofía era una aproximación para entender la realidad. Te enseñaba a no aceptar la realidad como viene, no a tener un pensamiento positivo. Va de entender, aunque duela.

P. En su nuevo libro reflexiona sobre la muerte, ¿tenemos que aprender a enfrentarnos a ella?

R. Hay que aprender a vivir y a morir. Una vez que aceptamos que vamos a morir, tenemos que hacer una apuesta por vivir una vida que merezca la pena ser vivida. Esto no quiere decir aplicar esa terrible interpretación que hace la gente del carpe diem: como vamos a morir, vamos a vivir todo intensamente a lo loco. Horacio no dice eso. Dice que hay que aprender a vivir con intensidad cada momento; no pensando en lo que tienes que hacer; no estando siempre fuera de ti mismo o siempre con el móvil al lado, que es una manera estupenda de no estar presente. Hay que estar presente en la vida y disfrutar de las cosas que están pasando ahora.

“Estar siempre con el móvil al lado es una manera de no estar presente”

P. ¿Estar con el móvil al lado es no estar presente?

R. No estás con la persona con la que estás, no estás aquí. Va a parecer que soy tecnófoba, pero creo que es distinto disfrutar de un concierto mirando a los músicos que estar con el móvil en medio. Tenemos esta obsesión por dejarlo todo grabado, ¿no será mejor tenerlo todo incorporado en tu memoria? Al final, yo creo que lo que cuenta es aceptar que vas a morir y aceptar, por supuesto, que duela; pero que este tipo de certezas no te lleven a una vida desenfrenada o a una vida de huida: nada más absurdo que huir de la muerte cuando siempre te acompaña.

P. Da la sensación de que la gente escapa de la soledad a través del teléfono móvil. ¿Qué implicaciones tiene para nuestra sociedad que no sepamos enfrentarnos a la soledad?

R. Esto no es nada nuevo. Somos seres sociales, no porque vivamos en sociedad, sino porque nos configuramos en un nosotros, llevamos la comunidad dentro, siempre. Pero hoy hemos reducido al mínimo el contacto personal, la comunidad, porque estamos cada vez más atomizados. Allí donde había personas de carne y hueso que te podían escuchar o no, que te enseñaban a dialogar, ahora hay redes sociales. Se construye entonces la propia subjetividad en torno a imágenes falsas de personas que lo que hacen es fomentar tus miedos o tu dogmatismo.

P. ¿Las redes sociales no sustituyen, pues, a la comunidad?

R. Yo creo que no, lo que hacen es usurpar esa función. Somos personas que estamos siempre buscando relación con los demás, pero la que obtenemos a través de las redes sociales muchas veces es un agua que no sacia. Estar en una habitación con una persona de carne y hueso te obliga a aprender cuándo debes callar y cuándo hablar. Con las redes sociales no tienes filtro, dices cualquier cosa y da igual.

P. Hay dos grandes guerras en el foco de la actualidad. En ellas confluyen dos de sus temas, la muerte y el mal. ¿Nos demuestra la historia que el ser humano es incapaz de no hacer el mal?

R. Manejamos tópicos de hace un montón de siglos. Que el mundo está en el mal es una queja tan antigua como la historia. Eso lo dice Kant, también Hesíodo. ¿Somos seres violentos y agresivos que siempre estamos en conflicto?: entonces apaga y vámonos, ¿no? Hay una vergüenza de especie, una concepción muy negativa del ser humano. Son inercias en el pensamiento que manejamos todos, pero ¿de qué va la filosofía?: va de extraviarse, de salirse del camino. Y quizá hay que aparcar esos tópicos. No es el mal, no es la guerra lo que se repite, es nuestra actitud victimista ante estos, porque es más fácil decir que somos seres malos a intentar pensar en medidas para paliar aquello que no es irremediable.

“La filosofía ha perdido la flor más preciosa, que decía Cicerón: el elemento consolatorio”

P. ¿Y usted cómo se posiciona con respecto a lo que está sucediendo en Gaza?

R. Que los terroristas de Hamás sean palestinos no significa que todos los palestinos sean terroristas de Hamás. Y una cosa es perseguir el terrorismo y otra asesinar con daño innecesario a personas que no tienen que ver con él. También creo que esa demonización que se está haciendo de los judíos es perjudicial, porque hay judíos que no están a favor de lo que se está haciendo.

P. Dijo usted en una entrevista: “Frente a la esperanza, que lleva a la desesperación, la desesperanza nos lleva a ser activos”. ¿Es mala la esperanza?

R. Creo que con la esperanza confiamos en elementos externos para que nos resuelvan los problemas. Frente a ella, hay que enarbolar la confianza: con las cosas buenas que ya tienes, hacer algo, no esperar a que vengan a salvarte. La desconfianza en el ser humano, por ejemplo, ante el cambio climático, me parece terrible porque, entonces, ¿qué vamos a solucionar? Hay que confiar en lo que la especie humana puede hacer. Si no hay confianza, sino desconfianza, lo que hay es miedo.

P. Y ahora vivimos tiempos de mucho miedo…

R. De mucho miedo. ¿Y por qué?: porque no confiamos.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.
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