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Noelia Adánez: “Las mujeres seguimos muy expuestas a que se nos trate de locas e histéricas”

La dramaturga y doctora en Ciencias Políticas y Sociología reflexiona sobre la incomodidad, los estigmas y contradicciones del feminismo en ‘Parentesco animal’

Berna González Harbour
Noelia Adánez Feminismo
Noelia Adánez, politóloga, ensayista y dramaturga, en el Parque del Oeste, en Madrid, el pasado 20 de noviembre.Jaime Villanueva

Noelia Adánez no solo ha escrito un libro sobre la incomodidad del feminismo a partir de los legados de Doris Lessing y Kate Millett, sino que además se anima a trasladar sus reflexiones al presente. No hay complacencia en su literatura sino, por el contrario, una mirada crítica y exigente tanto hacia el interior del movimiento como de la sociedad. La doctora en Ciencias Políticas y Sociología nacida en Madrid en 1973 firma Parentesco animal (Galaxia Gutenberg), un repaso de los estigmas y contradicciones que pueden sacudir a las mujeres. Adánez, que colabora con el proyecto de Teatro del barrio, ha escrito también textos teatrales, imparte talleres y trabaja desde distintos ámbitos por recuperar la obra de escritoras olvidadas (Emilia Pardo Bazán, Gloria Fuertes). Recibe a Ideas en Madrid en la zona de Ferraz, epicentro de una revuelta reaccionaria que también analiza.

PREGUNTA. ¿Qué es vivir una vida feminista?

RESPUESTA. Es sobre todo un desafío. Tanto en los años sesenta o setenta, en los tiempos de Lessing o Millett, como ahora, es lidiar con contradicciones. Veo a muchas jóvenes que se aproximan al feminismo en términos de epifanía y yo no he tenido esa vivencia. Soy hija de una madre feminista, a mí me llegó por otras vías y para mí es una contradicción. El feminismo es contradicción, tensión, no es cómodo.

P. ¿Contradicción interna o con el resto de la sociedad?

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R. Ambas. Dentro del feminismo hay conflicto todo el rato. Lessing por ejemplo se pelea bastante con el feminismo. Millett busca más la concordia, pero se pelea porque la acusan de ser lesbiana, ergo de no ser feminista. El conflicto nos acompaña siempre, sobre todo en momentos de efervescencia. El feminismo además conflictúa con la sociedad, es una impugnación del régimen de privilegios, de uno de los varios que existen. Soñamos con una unidad del feminismo que nunca ha existido ni existirá.

P. Asegura que se ha fortalecido “un feminismo burocrático que hoy se revuelve en defensa de sus privilegios”. ¿En quién está pensando?

R. Hay muchos feminismos y ha habido uno muy concreto que hoy ha adquirido cierto protagonismo. Hemos visto un feminismo desde el Ministerio de Igualdad con una orientación debatible, que ha intentado hacer políticas con una contundencia y un afán de transformación que no sé si el BOE garantiza. La sociedad no se cambia por decreto. Se ha intentado con muy buena intención, pero hurtándonos debates necesarios. La ley del solo sí es sí necesitaba un debate sobre consentimiento que no hemos podido tener, también por el acoso extraordinario que ha sufrido el ministerio. A mí no me interesa quién es feminista y quién no o quién lo patrimonializa. Me interesa el feminismo de base, los movimientos sociales.

“El feminismo es contradicción, tensión, no es cómodo”

P. “La maternidad es un honor o una carga”, se debate en su libro. ¿Lo hemos superado?

R. El debate sigue, quizá sobre bases diferentes. Sigue habiendo mucho sufrimiento con relación a la maternidad, hay una reivindicación de las malas madres, las malas hijas. Sigue habiendo una gran presencia de dolor.

P. Y la patologización que sufrían las mujeres como Kate Millett. ¿Qué ha implicado para el feminismo?

R. Yo trato de contar cómo el feminismo ha tenido un aliado en la terapia psicológica, las propias feministas la utilizaron y politizaron. Y al mismo tiempo se sigue señalando a las mujeres como si determinados dolores, por ejemplo los que tienen que ver con la maternidad, fueran una enfermedad. Seguimos estando muy expuestas a que se nos trate de locas, histéricas, lo vemos cada día. Es una tensión más que forma parte de estos conflictos.

P. ¿Por qué eligió a estas dos mujeres?

R. Me permitía trabajar con dos estigmas: la mala madre [Lessing dejó a sus dos primeros hijos con su exmarido] y la loca [cita a Millett como neurodivergente]. También quería descanonizar a dos referentes de la segunda ola como ellas. Y reflejar lo difícil que es ser feminista, lo mucho que te peleas contigo misma y con la sociedad, que te da un mandato que no tiene que ver con la vida que quieres llevar. En el caso de Lessing, “sé buena madre”. En el de Millett, “sé feliz, sé ordenada, no seas boyera, sé feminista…”. Todos esos mandatos y la angustia que sienten cuando tratan de ser quienes son.

P. Narra una escena de 1991 en la que el actor Oliver Reed planta un beso en un programa de televisión a Millett y ella reacciona. Parece lejano, pero a la vez hay momentos actuales que nos ponen ahí otra vez.

R. Claro. Ha habido avances, nuevos derechos. Pero lo que no vimos venir era este revival reaccionario y machista con ese nivel de agresividad. Yo rescato ahí su reacción: la mezcla de vulnerabilidad tremenda, su angustia, la barbilla le tiembla, pero es capaz de exigir una respuesta que solo puede ser marcharse del plató. Ese es el feminismo que reivindico: el de poder responder en tus propios términos. Cuando hablo de feminismo burocrático me refiero a eso: a interiorizar las herramientas. La ley es una herramienta, pero no es la única.

“¿Quién está gobernando en Madrid? Milei ya gobierna en Madrid. No queremos verlo”

P. Ha ganado Milei. Trump puede volver. Vox está crecido, aunque haya perdido escaños. ¿Esta reacción amenaza los avances feministas?

R. Se puede llevar por delante varios consensos. El peligro es tan grande que ya no lo advertimos. No estamos sabiendo leer el ciclo político pandémico. La pandemia fue una conmoción y un colapso del orden existente. Las decisiones que se tomaron eran excepcionales, pero tienen consecuencias. Y hay liderazgos políticos que no se entienden sin la pandemia, por ejemplo, el de Ayuso. Ella había perdido las anteriores elecciones y arrasó convocando otras al grito de “libertad”. No hay que ser muy listo para entender que es una líder construida sobre la pandemia, como Milei. Milei lo leyó muy bien, vio el momento y su lema es el mismo: libertad. Estamos en el ciclo político pandémico. Tenemos por delante una década en la que estas tendencias evolucionarán, se asentarán o se combatirán. Cuando nos preguntamos si va a pasar, es que ya está pasando, pero no nos queremos dar cuenta. ¿Quién está gobernando en Madrid? Milei ya gobierna Madrid. No queremos verlo.

P. ¿Lo políticamente correcto y los avances del feminismo han acelerado esta oleada reaccionaria?

R. Quienes han señalado eso han sido las derechas, lo han utilizado como palanca para dar lo que llaman la batalla cultural, pero es de una enorme perversión, la corrección política no estaba cambiando el mundo. Han atribuido a la corrección y a la cultura de la cancelación una importancia que no tienen. Hablar de marxismo cultural o de lo woke es de una tremenda inconcreción, pero les ha servido para plantear una reacción a la cultura de los derechos humanos.

P. Algunos hombres sienten que han perdido su espacio.

R. También están viviendo su momento. Es como los que vienen a rezar a Ferraz, hay mucha gente que está viviendo su momento, no les vas a sacar de ningún equívoco, no hay interlocución posible, hay una fractura social muy grande. Quienes creemos en los derechos humanos tenemos que hablar para fortalecerlos y ver cómo nos defendemos de la reacción, afianzarnos en nuestros espacios.

P. ¿Seguimos en guerra de sexos?

R. Ahora hay mujeres muy pesadas con ese tema, con Rubiales he visto bastante de eso. Hay una culpabilización del hombre constante. A mí no me gustan los señalamientos, ni las prohibiciones, me gusta la transgresión. No hace falta estar en confrontación permanente, desgasta y pierdes el foco. Ahora hay un gran énfasis en la identidad sexual. Yo estoy muy preocupada por otros asuntos más atravesados por la clase, como la feminización de la pobreza, y se está desatendiendo.

P. ¿Defiende la incomodidad como forma de vida?

R. No sé de qué otra manera se puede vivir con un mínimo de conciencia. No me identifico con el confort, este feminismo de homilía que nos dice cómo hay que interpretar lo que pasa alrededor. Mi feminismo sería: vamos a hablarlo, yo te escucho y tú me escuchas, pero no creo en las interpretaciones unívocas y cómodas sobre qué es violencia y qué es denunciable.

P. ¿El estigma es un revulsivo para ser feminista y avanzar?

R. Para Millett fue un revulsivo porque transformó el estigma de loca en activismo antipsiquiatría. Lessing no llegó a interiorizar el suyo. Yo no cargo con más estigma que el de la clase social y no lo he superado nunca. Sigo teniendo un sentimiento de impostura por mi clase social y lo gestiono siendo consciente. Siempre me sale la hija de una limpiadora de Villaverde.

P. Annie Ernaux siente que ha traicionado a su clase.

R. Yo eso no lo he superado, pero es una condición social que me alegro de llevar conmigo. Soy muy de izquierdas y creo que tiene que ver con no renunciar a la clase, llevarla siempre conmigo. Va antes que el feminismo.

P. ¿Aprecia una demonización del hombre por el hombre?

R. Sí, es otra vez esa guerra de sexos que no me interesa nada. Todas albergamos una necesidad de que el feminismo en singular sea como queremos. Y no nos gusta oír a mujeres decir en nombre del feminismo cosas con las que nunca vamos a estar de acuerdo. Nos dará mucha tranquilidad darnos cuenta de que podemos ser muy feministas y pensar lo que nos dé la gana, aunque haya señoras que digan cosas muy feas y desagradables sobre los trans y otras que escriban sobre la cultura de la violación y cómo interpretar determinados gestos. Paso totalmente de esto, no lo sigo, no me interesa y no estoy ahí. No estoy en buscar qué es feminista y qué no lo es. Estoy bastante segura de mis propias convicciones. Me interesa la incomodidad, el conflicto y las contradicciones porque la vida es eso. A veces me enfado con debates que creo que no deberíamos tener, que nos agotan, nos hastían, nos hacen sentir perdidas, nos debilitan. Cada una sabe lo que piensa en su fuero interno y lo gestiona como buenamente puede. Cada una cargamos lo que podemos.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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