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Oleksandra Matviichuk, premio Nobel de la Paz: “Los rusos usan la violación como arma porque provoca vergüenza”

La activista ucrania documenta los crímenes de guerra rusos con el objetivo de llevar a Putin y a su entorno ante un tribunal internacional

Guillermo Altares
Oleksandra Matviichuk, retratada durante el Hay Festival de Cartagena de Indias 2023.
Oleksandra Matviichuk, retratada durante el Hay Festival de Cartagena de Indias 2023.Daniel Mordzonski

Cuando está de viaje fuera de Ucrania, lo primero que hace al despertar la activista de derechos humanos Oleksandra Matviichuk, premio Nobel de la Paz en 2022, es mirar el móvil. Y normalmente lo hace varias veces a lo largo de la noche. Y siempre siente el mismo miedo a encontrarse con la noticia de que un ataque ruso ha matado a alguno de sus familiares más cercanos. Incluso en el Caribe colombiano, en el Hay Festival de Cartagena de Indias donde se celebró esta entrevista a finales de enero, la guerra viaja con ella. Nunca le abandona.

Directora del Centro para las Libertades Civiles, nacida en Kiev hace 39 años, fue una de las personas que recibieron el Nobel el año pasado junto a la organización rusa de derechos humanos Memorial y el activista bielorruso encarcelado Ales Bialiatski. Comprometido con la libertad y los derechos humanos en Ucrania, el Centro fue fundado en 2007 y desde 2014, cuando se produjo la anexión de Crimea, se ha dedicado a documentar los crímenes de guerra rusos en Ucrania. Con la invasión, en febrero del año pasado, su trabajo ha aumentado de forma exponencial. Su objetivo es lograr llevar algún día al presidente Vladímir Putin, y a todos los perpetradores, ante un tribunal internacional, pero también considera que es esencial construir un recuerdo colectivo: documentar el enorme sufrimiento humano provocado por la guerra. Y que nunca se olvide.

Pregunta. ¿Qué sintió cuándo le comunicaron que había sido galardonada con el premio Nobel de la Paz?

Respuesta. No podía creérmelo. Una semana antes nos habían dado el Premio Nobel de la Paz alternativo, que concede el Parlamento sueco, y no podía imaginar que nos iban a dar el Nobel de la Paz, porque parece algo reservado para gente muy importante y famosa. Nosotros somos defensores de los derechos humanos, no somos famosos. Pero luego empecé a sentir una enorme responsabilidad porque durante décadas nadie había escuchado a los defensores de los derechos humanos en nuestra parte del mundo. Tal vez sí en la ONU, en algunos países, pero no en los lugares donde se toman las decisiones. El Nobel permite que nuestra voz sea escuchada.

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P. El trabajo de su organización consiste en documentar los crímenes de guerra rusos en Ucrania. ¿Su objetivo es llevar alguna vez a la cúpula del poder ruso ante un tribunal internacional?

R. Llevamos nueve años documentando crímenes de guerra en Ucrania. Fuimos el primer grupo de derechos humanos que envió equipos a Crimea, a Lugansk y a su región. Durante los primeros ocho años nuestra misión fue documentar detenciones arbitrarias, secuestros, torturas, violencia sexual y asesinatos de civiles en los territorios ocupados, así como persecuciones por motivos políticos. Entrevisté personalmente a cientos de personas que han sobrevivido al cautiverio ruso y que me contaron historias horribles, cómo recibieron palizas, torturas con electricidad, cómo fueron violadas…

P. ¿Cambió totalmente su trabajo después de la invasión de febrero de 2022?

R. Nos enfrentamos a un número sin precedentes de violaciones de los derechos humanos. Trabajamos en todo el país, incluyendo las zonas ocupadas. En 10 meses de agresión rusa, hemos documentado 31.000 episodios de crímenes de guerra. Es un número enorme, pero es solo la punta del iceberg porque Rusia utiliza el terror como una política deliberada para romper la resistencia de la gente a través del inmenso sufrimiento de la población de Ucrania. No documentamos solo violaciones de las convenciones de Ginebra, documentamos el sufrimiento humano.

P. ¿Rusia está utilizando la violación como un arma de guerra?

R. Forma parte del terror que Rusia impone en las zonas que ocupa y forma claramente parte de una táctica militar. Por eso también asesinaron a políticos locales, sacerdotes, voluntarios, artistas, periodistas, defensores de los derechos humanos… Su mensaje es claro: no ofrezcáis resistencia porque os pasará lo mismo que a ellos. Para ellos la violación es una arma especialmente eficaz porque es un crimen que provoca vergüenza no solo en la víctima, sino muchas veces en toda la comunidad. Las víctimas de violencia sexual sienten vergüenza: ellas, sus vecinos, sus familias, que se sienten culpables por no haber podido evitarlo. Y toda la comunidad siente el mismo miedo porque podrían encontrarse en su lugar. Es un crimen que utilizan para romper los lazos dentro de la comunidad.

“Vladímir Putin usa el terror como una política deliberada para romper la resistencia de la gente”.

P. Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada, contó en sus libros que en Chechenia hicieron lo mismo

R. En Chechenia, en Malí, en Libia… en muchos países.

P. ¿Cree que hay alguna forma de demostrar que se trata de órdenes que vienen directamente de Vladímir Putin?

R. Sí. Rusia ha utilizado durante décadas la guerra para cumplir objetivos geopolíticos en diferentes continentes. Y ha cometido este tipo de crímenes desde hace mucho. Las tropas rusas han cometido atrocidades en Chechenia, Moldavia, Georgia, Siria, Malí, Libia… Y nunca han sido castigadas. Sienten que pueden hacer lo que quieran. Cuando el mundo civilizado contempló las imágenes de los cadáveres tirados en las calles de Bucha se dio cuenta de que eran civiles, que no existían ninguna justificación militar para esos crímenes. Los rusos los mataron porque habían hecho lo mismo en Siria, en Georgia, en Chechenia, como contó Anna Politkovskaya. Y se han acostumbrado a hacerlo.

P. ¿Cómo se documenta todo eso? ¿cómo se buscan pruebas que puedan ser presentadas ante un tribunal internacional?

R. En los primeros momentos de la investigación utilizamos diferentes fuentes de información. Vivimos en una era digital y podemos analizar fuentes abiertas. Personas con un teléfono móvil pueden grabar fotos y vídeos que pueden convertirse en evidencias. Y, precisamente, porque trabajamos con redes ucranias podemos mandar a gente inmediatamente a las regiones liberadas para que puedan recoger sobre el terreno testimonios de las víctimas. Cuando Rusia ataca un edificio civil, podemos mandar muy rápidamente a personas para que filmen lo ocurrido y recojan testimonios. Y se trata solo de una primera fase de la investigación. Trabajamos en coordinación con el Tribunal Penal Internacional, la ONU, la OSCE…

P. ¿Cómo trabajan para identificar a las unidades rusas que se encuentran sobre el terreno en los lugares donde se cometieron crímenes de guerra?

R. Se trata de una labor mucho más ambiciosa porque nuestro objetivo es identificar a los perpetradores concretos, no solo a la unidad del Ejército, sino a las personas concretas que cometieron crímenes. Y eso es posible gracias también a instrumentos digitales con los que no podíamos soñar hace 15 años. Disponemos de imágenes de satélite, fotos, grabaciones, vídeos tomados por civiles. Pero no basta con eso: necesitamos recoger pruebas sólidas que puedan demostrar ante un tribunal que esos perpetradores, que tienen derecho a la defensa, han cometido crímenes concretos. Y eso significa que cada uno de los crímenes requerirá un gran esfuerzo de documentación.

P. ¿Qué significa el terror dentro de la estrategia militar rusa?

R. Es algo que me he preguntado mucho durante estos nueve años. ¿Por qué? ¿para qué sirve utilizar tanta crueldad? Cuando empecé a trabajar con supervivientes del cautiverio ruso, no podía creerme que seres humanos fuesen capaces de cosas así. Y quise entender qué había en las cabezas de las personas capaces de cometer esos crímenes. Empecé a leer muchos artículos de psicología que trataban de explicar ese comportamiento. Es como un experimento de la crueldad con otros seres humanos. Leí que se hizo una vez un experimento en el que a un perro le daban descargas eléctricas cada vez que le proporcionaban comida. Y, incluso cuando dejaron de dárselas, ya no quería comer. Prefería morir de hambre a experimentar el dolor. Creo que están haciendo algo parecido con el pueblo ucranio. Quieren mostrar de una manera atroz el sufrimiento, hacerlo muy visible, hacer que los demás sientan miedo para que renunciemos a nuestra resistencia.

P. ¿Cree que la comunidad internacional tiene una auténtica voluntad de juzgar en el futuro los crímenes de guerra en Ucrania, que estaría dispuesta a llevar a Putin ante un tribunal internacional? Imagine que un acuerdo de retirada pasa porque se garantice la impunidad del presidente ruso…

R. No soy naif, pero sí creo que existe una conciencia global para que la justicia internacional sea más efectiva y funcione mejor y eso pasa porque sea independiente de la política. La justicia debe ser independiente de la magnitud del poder de Putin. Si ha cometido crímenes de lesa humanidad, tenemos que perseguirlos. Es nuestra obligación. Hay que perseguir a los perpetradores y castigarlos, no solo por los ucranios, sino para evitar que se comentan ese tipo de atrocidades en otras partes del mundo. Es cierto que los criminales nazis solo fueron juzgados después del colapso del régimen. Pero estamos en un mundo muy diferente. La ley y la justicia deben ser independientes de las decisiones políticas. Esto hará que nuestro mundo sea más seguro, fiable, honesto y justo. No podemos esperar. Tenemos que establecer un tribunal internacional y hacer que Putin, Lukashenko y otros dirigentes rusos respondan por sus crímenes.

Tenemos que establecer un tribunal internacional y hacer que Putin, Lukashenko y otros dirigentes rusos respondan por sus crímenes.

P. Algunos expertos sostienen que Rusia está cometiendo un genocidio contra el pueblo ucranio. ¿Está de acuerdo con ellos?

R. Se trata de una guerra genocida. Soy una abogada de derechos humanos y sé que el genocidio es el crimen de crímenes. Y es muy difícil de probar porque tienes que demostrar que existe una voluntad genocida detrás de las torturas, los asesinatos, la violencia sexual, las deportaciones forzosas, los secuestros de niños ucranios. Para mí es un intento claro de destruir de forma parcial o total a un grupo étnico, los ucranios. Putin, las personas que le rodean, los altos funcionarios de la Federación Rusa lo dicen en voz alta, no lo ocultan. Por ejemplo, que no existe el pueblo ucranio, que no existe la lengua ucrania, ni la cultura, ni el Estado ucranio, que son rusos. Por eso Rusia actúa de esas forma en los territorios ocupados: persigue la identidad ucrania y prohibe la lengua ucrania. Es algo que empiezan a enseñar inmediatamente en las escuelas de las zonas que ocupan. Hasta destruyen los libros sobre historia ucrania. Es algo que ocurre en otros lugares del mundo: no es necesario liquidar a un grupo para acabar con su cultura. Cambias su identidad y ese grupo étnico desaparecerá.

P. ¿Qué sintió cuando comenzó la guerra y de repente se encontró en una zona de guerra, que su vida y la de su familia estaban en peligro?

R. Es muy difícil aprender a vivir en un país en el que no existe ningún lugar seguro. Una familia que conozco huyó a otra ciudad más alejada del frente porque tenían miedo por su hija. Pero les alcanzó igualmente un misil ruso y la niña de cuatro años, Lisa, murió porque ya no hay ningún lugar seguro en Ucrania. Los rusos atacan deliberadamente edificios civiles, viviendas, iglesias, hospitales e infraestructuras civiles. Su objetivo es dejar a millones de personas sin luz, ni agua, ni electricidad, ni internet durante el invierno. La vida cotidiana ha quedado arruinada tras la invasión. Vivimos en peligro constante y solo podemos planificar día a día porque no sabemos lo que ocurrirá con nosotros en la hora siguiente.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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