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Trabajar cansa
Columna
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Vamos por la tercera Tamara y sigo sin enterarme de nada

Estoy muy agradecido a los grandes medios por mantenerme puntualmente desinformado hasta hoy de lo que le pasaba a esta mujer

Tamara Falcó
Tamara Falcó el pasado 27 de septiembre en Madrid.Pablo Cuadra (Getty Images)
Íñigo Domínguez

Pensarán que es imposible, que lo simulo: no sabía quién era Tamara, lo juro. Pero creo que no soy el único obligado a enterarse a todo correr para no pasar por listillo (qué paradoja). En la farándula profundizo poco, porque creo que no me va a interesar, pero a veces se genera un magnético vórtice de atención sobre alguien y debes hacer averiguaciones. Solo para confirmar en cinco minutos que, en efecto, no te interesa. En este sentido quiero decir que estoy muy agradecido a los grandes medios por mantenerme puntualmente desinformado hasta hoy de lo que le pasaba a esta mujer. Me tranquiliza mucho que me tengan desinformado con criterio y les animo a que sigan en esa línea. Han hecho bien su trabajo aguantando hasta que han podido. Y cuando esta señorita ha tenido interés es porque de repente a mucha gente parece interesarle, y entonces el interés está en por qué nos interesa, la cosa sociológica. La noticia somos nosotros, el personaje es lo de menos, va cambiando. En esencia, se trata de coincidir media España riéndose de alguien. Pero yo lo paso mal, no disfruto nada.

Ahora debo confesar otra cosa, aún peor: que pensaba que sabía quién era Tamara. En mi confusión mental, creía que hablaban de otra ya olvidada. Quienes no lo vivieron no lo pueden imaginar. Hubo un momento en que decías Tamara y era ella. Crónicas marcianas hizo famosísima en 2000 a una chica de Santurce que cantaba desafinando. Como la actual Tamara, era otro personaje inenarrable y caricaturesco, pero de un palo muy distinto: en esto vienen de abajo o de arriba, es lo exótico para la clase media. También aparecía su madre. Y un tal Paco Porras, un vidente que leía el futuro en las frutas y salía con una mata de perejil en las orejas. Cuánto se rio España, cuánto análisis antropológico. Su éxito fue tal que, de hecho, tuvo que dejar el nombre porque la denunció otra Tamara, una cantante de boleros (que también ni idea). En fin, ya van tres Tamaras y entonces pasó igual: me tuve que enterar de quién era, parecías tonto o creído si no lo sabías, pero luego fue el mundo el que le dio la espalda. Te interesas y luego desaparecen, y yo tampoco tengo esa facilidad para desinteresarme, después te quedas preocupado, me da pena esta gente que acaba mal. Y esto solo en cuanto a Tamaras, porque es imposible seguir el ritmo de producción de personajes que deberías conocer para aparentar estar en el mundo real.

Cuando se habla de que todo el mundo hace o sabe esto o lo otro, recuerdo un dato: Final del Mundial de 2010. Gol de Iniesta. Lo vieron en la tele 16 millones de españoles. Pero es que España tenía entonces 47 millones de habitantes: la mayoría pasó del partido, más de 30 millones tenían cosas mejores que hacer. La España real es más silenciosa y misteriosa. Te preguntas quién está realmente en una burbuja y quién sabe de verdad en qué mundo vive (y ya ven que ni saco el tema de cómo está el mundo). Y cada vez hay más burbujas, personajes que emergen de mundos paralelos donde los toman por importantísimos. Quizá cuanto peor esté el panorama más nos volcaremos en lo intrascendente. Con personajes que justo nos hacen reír más cuanto más trascendentes se ponen (Tamara, esta última, diserta sobre cómo se ejerce el mal). Dices: ‘ah, mira, en la vida también hay estas chorradas, no todo es tan tremendo’. Como una tarde que te pones Loca academia de policía 3. Lo que pasa es que si luego nos pilla así un ataque nuclear quedaremos fatal en las hemerotecas.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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