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Tribuna
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El mundo se tambalea. Es el fin de la estabilidad

Cuando las consecuencias de la crisis climática se vuelvan aún más dolorosamente evidentes, ¿estaremos aún a tiempo de cambiar nuestro comportamiento?

Sequia Paises Bajos
Barcos de recreo yacen sobre el fondo marino en Beusichem Marina (Países bajos), una muestra de la sequía que han sufrido algunos ríos de Europa este verano.Michel Porro (Getty Images)

El mundo se tambalea, la causa es una extraordinaria confluencia de crisis, como la ofensiva de Rusia en Europa la persistente pandemia de covid-19, las interrupciones generalizadas en el comercio y las cadenas de suministro, la inflación, la inseguridad alimentaria y todos los nocivos síntomas del cambio climático. Aunque el orden mundial construido después de la Segunda Guerra Mundial distaba de ser perfecto, al menos proporcionaba estabilidad y amplias oportunidades para la cooperación internacional. Pero ahora parece estar viniéndose abajo.

Rusia, una gran potencia nuclear, ha atacado a un vecino sin motivo alguno y asesina indiscriminadamente a quienes aún llama sus “hermanos” y “hermanas”. Desde hace ya seis meses, el Kremlin libra una sangrienta campaña de conquista más propia de la década de 1940 que de la de 2020.

El caso de Taiwan

Y Europa del Este no está sola. El fantasma de la guerra —y de un conflicto entre las dos superpotencias del siglo XXI— también se cierne sobre el estrecho de Taiwán. China está intensificando su amenaza militar contra el país, aumentando así el riesgo de un enfrentamiento armado directo con Estados Unidos.

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Tampoco podemos olvidarnos de Irán, que ha estado dedicándose a fondo a su programa nuclear desde que el expresidente Donald Trump retirara a Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto en 2018. Un Irán provisto de armas nucleares introduciría un nuevo riesgo permanente de guerra en una región que ya está sobrecargada de tensiones y volatilidad geopolíticas.

Juntos, Europa del Este, el estrecho de Taiwán y Oriente Próximo, constituyen una tríada de crisis extraordinariamente peligrosas, que están desbaratando el orden mundial posterior a la Guerra Fría y sus principios básicos de no violencia, cooperación internacional y globalización económica. Los principales beneficiarios de ese orden —el este de Asia y las economías avanzadas occidentales, como Alemania— ya sufren los efectos de esta profunda destrucción. Los atascos en las cadenas de suministro, la interrupción del comercio y el aumento de la inflación son la prueba de una nueva realidad económica.

Cuando la caída de la Unión Soviética puso fin a la Guerra Fría y a sus enfrentamientos sin un claro ganador entre bloques geopolíticos rivales, Occidente pudo sacar partido de su victoria porque daba la sensación de tener un atractivo modelo alternativo que ofrecer. Su mensaje para las economías poscomunistas, emergentes y en desarrollo era: “Sigan nuestro ejemplo. La economía de mercado y la democracia traerán modernidad, prosperidad y estabilidad”.

Sin embargo, excepto en la Unión Europea, Norteamérica y el este de Asia, esta fórmula nunca funcionó realmente como se había prometido. Las historias de mayor éxito económico se dieron en lugares como China y Singapur, que adoptaron algunas reformas de mercado sin democracia. Y cuando estalló la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos y se difundió rápidamente por el resto del mundo, muchos llegaron a dudar de la superioridad del modelo occidental.

La cuestión ahora es si la nueva rivalidad entre las grandes potencias se transformará en un enfrentamiento sistémico más amplio entre la democracia (Estados Unidos y Europa) y el autoritarismo (China y Rusia). ¿Se avecina la segunda Guerra Fría?

La mitigación del cambio climático

Hay muchas pruebas que indican que sí. Pero la situación actual es mucho más difícil y complicada que la de finales de la década de 1940, cuando comenzó la primera Guerra Fría. Al nuevo riesgo de siempre de conflicto violento (en Europa, en el este de Asia y en Oriente Próximo) hay que sumar los efectos cada vez más graves del cambio climático. Como han dejado claro las olas de calor sin precedentes en China y en Europa este verano, la crisis climática aumentará la intensidad de las nuevas crisis geopolíticas y económicas. La humanidad ya no puede darse el lujo de ignorar o posponer las inversiones en la adaptación al cambio climático y en su mitigación, que requerirán una remodelación completa de las sociedades industrializadas.

La primera Guerra Fría la resolvieron en última instancia la carrera armamentista nuclear y la superioridad del sistema económico occidental. La actual dependerá de nuestra capacidad para construir un orden mundial más equitativo y para solucionar la crisis climática. Si quieren ganar, las democracias occidentales tendrán que ofrecer algo que realmente beneficie a todos. Aunque el armamento militar seguirá siendo un elemento disuasivo importante frente a posibles adversarios, las decisiones clave se tomarán en otras esferas.

En lo que respecta a la crisis climática, es importante tener en cuenta que no sigue un patrón típico en la progresión histórica de las sociedades humanas. Mientras que la mayoría de las crisis se producen en el seno del sistema existente y acaban por dar paso a una vuelta a la normalidad, ahora nos enfrentamos a una crisis del sistema en sí. Nos guste o no, se anuncia una nueva realidad que demuestra que no se podrá retornar a la situación anterior. Al destruir el medio ambiente y alterar el clima, la humanidad ha impedido la continuación de los modelos existentes.

Sin duda, la agresión rusa plantea una amenaza; pero se trata de una amenaza con la que ya estamos familiarizados y sabemos cómo hacerle frente. El aumento de las temperaturas, la sequedad de los cauces de los ríos, los paisajes resecos, la disminución del rendimiento de las cosechas, la escasez aguda de energía y las alteraciones de la producción industrial son algo diferente. Sabíamos desde hace mucho que estos problemas estaban por llegar, pero no hicimos nada, porque cualquier respuesta realmente eficaz exigiría una ruptura con el pasado y la revisión sistémica de nuestras políticas, nuestras economías y nuestras sociedades.

La mayoría de los Estados no han estado dispuestos a emprender proyectos de esa envergadura. Pero tenemos que preguntarnos: cuando las consecuencias de la crisis climática se vuelvan aún más dolorosamente evidentes, ¿estaremos aún a tiempo de cambiar nuestro comportamiento? ¿O el clima habrá ya sobrepasado momentos críticos irreversibles, dando paso a la llegada de una nueva Era de Calor que empeorará la vida de casi todos?

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