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TRABAJAR CANSA
Columna
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Los espías son los últimos románticos

Por muy tremendas revelaciones que salgan a la luz, la posverdad anula todo su trabajo

Margarita Robles, caso Pegasis
La ministra de Defensa Margarita Robles durante la Comisión de Defensa en el Congreso de los Diputados el 4 de mayo.Marta Fernández Jara (Europa Press)
Íñigo Domínguez

En la película Lawrence de Arabia (David Lean, 1962), el jeque Auda le dice a un oficial inglés: “Dé gracias a Dios, Brighton, de que cuando le hizo idiota le dio cara de idiota”. Hay gente de la que sabes exactamente lo que puedes esperar, no te sorprende nada. Sería absurdo espiar al tal Brighton solo para descubrir que es idiota, si ya lo parecía. No, el espía tiene que buscar lo contradictorio, lo secreto, la mentira oculta. Todo esto se ha quedado anticuado, porque ya es público. La gente lo cuenta todo en redes sociales y está deseando que la espíen. Y los políticos se contradicen abiertamente, han comprobado que no pasa nada. Qué vas a descubrir escuchando a Pedro Sánchez, ¿que no dormiría con Iglesias en el Gobierno? Casi todo el mundo ya es como parece, esto es terrible para los espías. En el caso de Sánchez también es mala noticia para la prensa de derechas, porque tiene difícil indignarse. Salvo atribuirle el cambio climático ya le han llamado de todo, así que por muy tremendas revelaciones que salieran a la luz solo podrían decir que ya lo habían dicho. Nada nuevo, salvo que grabaran a algunos del PSOE hablando bien de él.

La mayoría de los personajes públicos ya son indestructibles. No se les puede sacar nada que los avergüence y no nos escandalizaríamos de nada. Serían detalles menores, a lo mejor nos enteramos de que Gabriel Rufián se pasa una hora ante el espejo imitando a James Dean, pero es que eso ya nos lo imaginábamos. Supongan que a Feijóo le sacaran unas fotos con un narco: sería muy fuerte, pero a lo mejor no pasaba nada. Te descargas nueve gigas del móvil de Marine Le Pen y lo mismo son todo vídeos de gatos. Que llamara a Putin todos los días no sería noticia. Si nos espía Marruecos, sus agentes oirán en La Moncloa, sobre las relaciones con Rabat, que hay que bajarse los pantalones, nos tienen cogidos por las pelotas, etcétera, cosas que ya constatamos a diario. No harían ni un dosier, borrarían la cinta.

Lo que nos llama la atención ya es muy misterioso. Según la definición clásica, noticia es algo que alguien en algún lugar no quiere que se sepa, pero es que hoy tienes entre lo más leído a los 10 pueblos más bonitos de Finlandia, que es algo que a todos, en todas partes (salvo quizá en Finlandia), nos da igual que se sepa o no. Con este patrón, es imposible aclararse.

Los espías además lo tienen difícil porque el Pegasus cuesta una pasta y hay que elegir bien el día en que entras en un móvil. Por ejemplo, el jueves por la mañana pillarían hasta a los de Bildu hablando del Real Madrid. Por otro lado, ya nadie llama por teléfono, solo dice que luego te llama. Cualquiera se comporta como si fuera famoso, y se puede molestar si no sabes algo sobre lo que ya ha hecho declaraciones, en sus redes sociales. Ya me cojo el Pronto para recordar lo que era un famoso de verdad: el otro día leí que el padre Apeles ahora canta boleros.

Los espías quizá constaten, con frustración, que los personajes públicos son más sensatos y aburridos en la intimidad, porque por fin descansan. Cuando la gente no anda por ahí ya siempre, es que está en casa viendo una serie. Es enternecedor que los espías aún crean en la verdad, y en que es posible buscarla, pero la posverdad anula todo su trabajo, da igual lo que descubran, no superará lo que ya vemos y para un bulo ya no hace falta un espía. Son los últimos románticos. Que les pillen espiando a ellos ya es lo único emocionante.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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