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Punto de observación
Columna
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El hastío no es una justificación

La Convención de Ginebra marca que entrar en un país para pedir asilo sin documentación es un derecho, no un delito

Ideas 24-04-22
Patricia Bolinches
Soledad Gallego-Díaz


En su último artículo, Javier Pradera recordó “la capacidad del mundo de avanzar hacia el abismo y de sumergirse en sus honduras”. La inmigración es un tema que lleva años convertido, por intereses políticos, en un poderoso imán hacia ese vacío. En los últimos meses parece que la atracción hacia ese despeñadero se está haciendo insuperable. ¿Cómo explicar si no que países con una larga tradición democrática como Dinamarca y Reino Unido estén a punto de tomar la inconcebible y miserable decisión de “transferir” a Ruanda a los demandantes de asilo que hayan entrado en sus territorios? ¿Cómo que exista la posibilidad de que alguien tan manifiestamente xenófobo como Marine Le Pen logre hoy la presidencia francesa?

El abismo de la inmigración fue uno de los temas estrella del debate entre Macron y Le Pen y produjo uno de sus momentos más irrespirables, cuando la dirigente del Frente Nacional defendió la expulsión de extranjeros infractores (lleven los años que lleven viviendo en Francia y sea cual sea la llamada infracción) y la organización de un referéndum “para que los franceses decidan quién viene y quién debe irse”. La candidata quiere que se prohíba también regularizar inmigrantes sin papeles, implantar la llamada “prioridad nacional” en el empleo y en la vivienda e imposibilitar el acceso al derecho de asilo si ya se está en suelo francés.

Hoy se podrá comprobar si aún quedan fuerzas en Francia para tirar en dirección contraria al abismo o si el fastidio extremo, el hastío que dicen sentir amplias capas de la población con Macron (casi la mitad de los menores de 35 años se abstuvieron en la primera ronda francesa), justifica dejar paso a cualquier iniciativa por terrible que sea. Será un buen indicador para calibrar si la falta de propuestas para los problemas que agobian a esas capas de población francesa ha aumentado el vértigo y la apatía hasta el extremo de no ver la sima y una de sus más repugnantes consecuencias: la crueldad con el más débil.

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Pero ¿qué vértigo vital padecen los daneses que aprobaron en junio la ley que les permitirá “reubicar en otros países no europeos” a los demandantes de asilo? Las protestas internacionales no han servido de nada: esta misma semana, el ministro de Inmigración anunció que han empezado las conversaciones con Ruanda para “transferir” (tal cual) a esas personas; es decir, que ya están calculando cuánto dinero deberán pagar por cada “paquete” que envíen, con el compromiso, por supuesto, de no volver a pisar el sagrado suelo de Dinamarca. Para colmo, el Gobierno de Copenhague, presidido por una socialdemócrata, justifica su inconcebible idea como una compasiva manera de ayudar a esas personas a no caer en manos de redes de traficantes.

El Reino Unido está dispuesto a seguir la misma política, enviando a los demandantes de asilo al mismo país, Ruanda, y con la misma asombrosa justificación “humanitaria”. En este caso, Boris Johnson ya ha encontrado los 120 millones de libras con los que pagará los “envíos”. El primer ministro calificó el plan como un “enfoque innovador, impulsado por nuestro impulso humanitario compartido y hecho posible por las libertades del Brexit” y anunció que, “con la ayuda de Reino Unido”, Ruanda tendrá la capacidad de reasentar a decenas de miles de personas en los años venideros. Por lo menos, en el Reino Unido se han alzado voces horrorizadas con la propuesta y con la hipocresía que destila. La Convención de Ginebra, ha recordado el arzobispo de Canterbury, establece que entrar en un país para pedir asilo incluso cuando no se dispone de los necesarios documentos de viaje es un derecho, no un delito. Y que para tenerlo basta con que los derechos fundamentales de esa persona se encuentren amenazados por persecución o violencia.

¿Cómo se llega a ese estado de barbarie? Eligiendo a cada paso el camino que llega a ella. En bastantes democracias liberales se van introduciendo anomalías y restricciones en el ejercicio de las libertades democráticas, puertas que se han ido dejando abiertas por las que entra esa disposición suicida de la que hablaba Pradera. Son las cosas que se van dejando pasar y que nunca debieron aceptarse (¿quién ordenó el espionaje a los políticos españoles?) las que terminan abriendo el abismo.

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