_
_
_
_
La punta de la lengua
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ni cultura ni cancelación

Los tribunales pueden encarcelar o multar, pero no imponer la pena adicional de invalidar un legado artístico

Manifestantes contra Putin y Valeri Guérguiev, en el Auditorio Nacional de Barcelona, el 1 de febrero pasado.
Manifestantes contra Putin y Valeri Guérguiev, en el Auditorio Nacional de Barcelona, el 1 de febrero pasado.PAU BARRENA (AFP via Getty Images)
Álex Grijelmo

El eufemismo “cultura de la cancelación” nació en inglés hace unos siete años: cancel culture. Y ha venido nombrando la cada vez más extendida costumbre de ningunear las obras de artistas, profesores o escritores por un batiburrillo de motivos, a veces falsos y a veces verdaderos. Darío Villanueva lo explica con detalle en su libro Morderse la lengua (Espasa, 2021).

A partir de esa tendencia se pone ahora en cuestión la literatura de Pablo Neruda porque a los 24 años violó a una menor (lo contó él mismo en sus memorias, Confieso que he vivido, en 1974); lo cual se parecería a una hipotética propuesta de desmontar un rascacielos tras descubrirse que su arquitecto era un asesino. O se boicotea a Woody Allen —pese a que fue absuelto— por las denuncias que interpuso contra él su expareja Mia Farrow; o se expulsó a Kevin Spacey de una serie, hace cuatro años, al ser acusado de abusos (sin condena judicial hasta hoy, por muy verosímiles que nos parezcan).

Esta “cultura de la cancelación” parece afectar solamente a contemporáneos. Michelangelo Caravaggio (siglos XVI-XVII) fue un buscabroncas, un homicida fugitivo de la justicia, una mala persona; pero no por ello ha bajado el precio de sus cuadros.

El asunto es que ya se ha acuñado la “cultura de la cancelación”. Para qué traducir mejor. Para qué defender a la palabra “cultura”, que ahí no pinta nada. (Si acaso, será una tendencia, un movimiento).

El sentido de “cancelar” sí encaja, en parte, con su cuarta acepción: “Borrar de la memoria, abolir o derogar algo”.

“Cancelar” viene del latín cancellare, que a su vez procede del plural cancelli: verja, límites, barrera. Es decir: ponerle una cancela a algo. Corominas y Pascual señalan que este sentido actual equivalente a “borrar” se relaciona con la idea de “trazar un enrejado sobre lo escrito”, de manera que se vuelva ilegible. Y ello explica también que en inglés to cancel signifique tanto “cancelar” como “suprimir”.

Sin embargo, la cancelación que observamos ahora no afecta sólo a lo ya escrito, al pasado: implica dañar a una persona en el presente, incluso por sus opiniones. Y supone ir más allá de la ley. Los tribunales democráticos tienen la capacidad de condenar a alguien a la cárcel, a pagar una multa, a indemnizar a sus víctimas; pero la pena adicional de anular su desempeño artístico o literario no figurará en la sentencia; porque eso no está previsto en los códigos, sino que constituye un castigo accesorio ajeno al fallo.

Por tanto, aquí colisionan la libertad de los ciudadanos para rechazar la obra de alguien que no les gusta (por lo que sea) y el derecho del acusado a que no se le apliquen penas añadidas en una asamblea virtual tumultuaria.

Ahora la “cancelación” actúa contra los artistas rusos (y sólo ellos). A éstos (y no a otros) se les exige al firmar un contrato el salvoconducto de haber condenado las acciones de Putin. Aceptaron esa condición los directores de orquesta Vladímir Jurovski y Semión Bichkov, por ejemplo (reproduzco sus nombres transliterados al español desde el cirílico, sin pasar por el inglés). Pero Valeri Guérguiev, muy afecto al régimen, declinó hacerlo y se quedó sin dirigir en La Scala. Una reacción similar empieza a sufrir Will Smith tras su bofetada en los Oscar.

Cuando estos boicoteos combaten posiciones legítimas, “cancelación” oculta el concepto de “censura”. Cuando implican una pena extrajudicial, reemplaza a “condena popular”. Y en los otros casos equivale a una prohibición, y así podríamos decirlo sin tapujos y sin complejos. Conviene distinguir entre la represión de las ideas, el linchamiento mediático y una proporcionada reacción de veto social contra quienes notoriamente practican, justifican o toleran la violencia.

Apúntate aquí al boletín semanal de Ideas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_