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Olivia Laing: “Debe existir el consentimiento, ¿pero cómo sabes qué te va a proporcionar placer?”

La heterodoxa ensayista británica, que afirma ser trans como forma de expresar las miles de derivas que ofrece la libertad sexual individual, disecciona en su nuevo libro los grandes debates del feminismo y la identidad. Sostiene que el cuerpo es la jaula y la palanca para entender el mundo

La escritora Olivia Laing fotografiada en Londres este 16 de marzo.
La escritora Olivia Laing fotografiada en Londres este 16 de marzo.Ione Saizar
Rafa de Miguel

El cuerpo como prisión, como único filtro con la realidad que nos rodea. El cuerpo como depositario de enfermedades y vehículo de goce sexual. El cuerpo también como víctima de la libertad desatada de otros, y como condicionante político de la realidad vital. Olivia Laing (Brighton, 45 años), escritora, pero ante todo crítica de arte, ha producido un fascinante e hipnótico ensayo, Todos los cuerpos. Un libro sobre la libertad (Paidós), en el que utiliza la figura del psicoanalista de entreguerras Wilhelm Reich (y otras muchas figuras históricas y contemporáneas) para divagar sobre la libertad conquistada y perdida, que cada generación debe esforzarse en defender. Laing se define a sí misma como “trans” o “no binaria”, dos formas de declarar su rechazo a ser encajonada en un género concreto y de expresar los miles de derivas que ofrece la libertad sexual de cada persona. Después de su éxito La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing), traducido a 15 idiomas, Laing ha logrado demostrar ahora que la ruta de salida del debate más envenenado de nuestro tiempo, el del género y la identidad, no está en la biología ni en el activismo radical. Radica en utilizar el arte, la literatura, el psicoanálisis, la música, la historia del feminismo o incluso la de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos para entender, con un estilo exquisito de escritura, que el cuerpo es la jaula y la palanca para entender el mundo. “Imagina, por un minuto, lo que sería habitar un cuerpo sin miedo, sin la necesidad de temor. Imagina lo que podríamos hacer y el mundo que podríamos construir”, escribe.

PREGUNTA. En la era de Instagram, no es la frivolidad —o no— de tener un cuerpo perfecto lo que a usted le preocupaba. Era más bien la idea de alcanzar la libertad desde el límite físico que nos toca habitar.

RESPUESTA. Quería reflexionar sobre la experiencia de habitar un cuerpo, que es algo mortal y vulnerable. Quería pensar en ello desde una perspectiva social y política para entender lo que significa vivir dentro de unos cuerpos a los que se asigna categorías concretas. Y algunas de esas categorías sufren el odio, mientras otras disfrutan de un inmenso privilegio sin ser conscientes de ello. Claro que la apariencia externa es importante, mucho más ahora. Pero no era ese aspecto el que a mí me interesaba.

“Con Twitter el principio de solidaridad se disuelve, solo hay conflicto y está destrozando el feminismo”

P. Wilhelm Reich es el psicoanalista en quien Sigmund Freud puso su confianza pero acabaron enfrentados. El hombre que soñó en el orgasmo como el principio liberador de las personas. ¿Por qué Reich?

R. Al principio era uno más de los personajes del libro. Reaparecía constantemente en cada uno de los aspectos en los que yo me adentraba. Fue un psicoanalista que desarrolló una psicoterapia orientada hacia el cuerpo. Y fue un activista político, muy interesado en los factores políticos y sociales que afectaban a nuestras vivencias corporales. En sus trabajos iniciales se interesó por las mismas cosas que yo. Era un antifascista muy interesado en el sexo y en la sexualidad. Tuvo una segunda fase de su vida muy extraña, acabó muriendo en prisión.

P. Tan contradictorio como el resto de personajes que desfilan por su libro: Susan Sontag, Malcolm X, Nina Simone, Andrea Dworkin, Ana Mendieta o Kathy Acker…

R. Sí, porque era un personaje realmente complicado. No estoy de acuerdo con todas sus ideas. Algunas de las cosas que hizo no me gustan en absoluto. Maltrató a su mujer. Pero a la vez era hijo de un matrimonio donde hubo violencia de género. Entendía la misoginia y la violencia sexual de un modo muy profundo. La primera ola de feministas le admiraba realmente. Yo no quería para mi libro un héroe o un santo. Quería alguien que hubiera cometido errores graves también.

P. Una proclama contra la cultura de la cancelación.

R. Odio la idea de que no se permita a la gente cometer errores, cambiar, sostener una idea, aprender por experiencia propia que se trata de una idea equivocada, y cambiar de idea. Esa sensación de que todo el mundo está rastreando en internet para ver lo que esa persona pudo escribir cuando estaba en el colegio o en la universidad, para usar contra ella esa información. Es absurdo. Debemos permitir a los demás cambiar, y adquirir nuevas ideas. Todos empezamos con ideas tontas y con una visión limitada del mundo, hasta que la ampliamos. Permitir que los demás cometan errores es una parte fundamental para mejorar nuestras libertades.

P. ¿No tiene usted la sensación de que la izquierda, con su debate sobre las identidades, con sus enfrentamientos internos, corre el riesgo de arruinar conquistas consolidadas?

R. El problema reside en que las victorias de la izquierda han sido bastante limitadas. Y cuando surgen nuevos grupos que, bien por el color de su piel o por su género, dicen: “Espera un momento, estas libertades no nos incluyen a nosotros”, hay una terrible tendencia en la izquierda a responder: “¿Quiénes sois vosotros? Dejad de quejaros, ya hemos asegurado todas estas conquistas”. Pero la realidad es que debemos seguir ampliando nuestras luchas, debemos seguir escuchando lo que la gente quiere expresar. No podemos dormirnos en los laureles. Pero es verdad que hay una terrible tendencia en la izquierda a las luchas internas. Ocurría durante la década de los años treinta. Por eso no me canso de repetir que lo más importante es la solidaridad. Uno puede permitir a otros llevar a cabo sus propias batallas sin tener la sensación de que se superponen unas con otras. Tenemos enemigos más importantes a los que combatir.

“Debe existir el consentimiento. ¿Pero cómo sabes qué es lo que te va a proporcionar placer?”

P. Tiene usted una postura clara, generosa y conciliadora, en el actual debate sobre las personas trans.

R. Ocurre también en la izquierda, pero es particularmente doloroso con el feminismo, que se desgarra a sí mismo una y otra vez. Ya pude comprobarlo al indagar sobre el feminismo de los años setenta. Y el asunto actual es la gente trans, y las feministas transfóbicas frente a las feministas transpositivas —con las que me identifico claramente, como persona trans que soy—. Encuentro todo esto muy triste, porque creo que hay toda una generación de feministas que han sido sometidas al exilio y al ostracismo, porque no ha existido el suficiente diálogo, la suficiente conversación. Han tenido una reacción instintiva de defensa ante todo lo que está ocurriendo: “Tengo miedo de que esté cambiando la categoría misma de ser mujer, y no pueda controlarlo. Quiero controlarlo”, piensan. Y a la vez, la gente trans está diciendo: “Yo también pertenezco a esta categoría. ¿No podemos ampliarla y hacerla más expansiva?”. De algún modo, esa conversación no ha ocurrido en un espacio de generosidad donde puedan expresarse ideas que la otra parte considere dolorosas, sí, pero buscar un espacio de maniobra desde ese punto.

P. ¿Dónde está la causa de un desencuentro tan feroz?

R. Se ha convertido en un conflicto imposible donde cada lado es más y más binario y enfrentado al otro. Y la culpa la tienen Twitter y las redes sociales, un espacio para expresar opiniones opuestas, pero donde es imposible construir un consenso. En una habitación donde estés condenado a hablar y hablar puedes lograr ese consenso. Si realizas acciones de protesta conjuntas, encuentras modos de comunicarte. Pero con Twitter el principio de solidaridad se disuelve, solo hay conflicto y antagonismo, y creo que está destrozando el feminismo.

P. Rechaza esa parte casi puritana del feminismo de Dworkin, incapaz de admitir que la imaginación en el sexo puede llevar a terrenos ambiguos. ¿Es necesario el consentimiento sexual expreso en una relación?

R. Es un asunto clave, y entramos en áreas realmente complicadas. Es necesario el detalle fino. Puede parecer que la respuesta simple sea la de que el consentimiento es lo más importante. Debe existir el consentimiento. ¿Pero cómo sabes por adelantado qué es lo que te va a proporcionar placer? Ahí tenemos un problema, y es algo muy duro de admitir por las feministas, que reclaman que haya un consentimiento absoluto. Debe haber espacio para poder decir que no a lo que en un principio has consentido, y al revés… En eso consiste la ambigua madurez de las relaciones sexuales. Aunque entiendo la necesidad de intentar proporcionar seguridad a las mujeres en sus encuentros sexuales. No hay una respuesta operativa simple.

“Fui criada por una pareja gay. Tengo la convicción de que los padres gais tienen derecho a tener hijos”

P. Resulta fascinante el modo contradictorio en que Andrea Dworkin y Angela Carter analizan y estudian la obra del Marqués de Sade. La primera, para condenar al autor, sin dudar de la verosimilitud de sus aberraciones; la segunda, como un triunfo de la fantasía.

R. Fue un momento y un debate muy interesante en la segunda ola del feminismo. El porno provocó división. Una parte que aseguraba que era imposible representar de ese modo la actividad sexual, que se trataba de un puro ejercicio de misoginia que, por tanto, debía ser prohibido. Yo nunca podría situarme en ese bando, niegan la posibilidad de que haya un mundo de la imaginación distinto del mundo físico del cuerpo. Hay un mundo en el que puedes ensayar cosas, probar cosas, sin que por ello resulte una réplica directa de las estructuras de abuso de poder que tenemos en el mundo real. Vivir en un mundo en el que todo sea real y nada pueda ser imaginario resultaría bastante desagradable.

P. El cuerpo como único medio de alcanzar la libertad, pero también como condicionante vital. Lo vemos actualmente, con una vuelta a cierto supremacismo racista.

R. Escuchar, como hemos escuchado últimamente, que a los refugiados se les describe como cucarachas… Es interesante ver cómo ha vuelto a cambiar el lenguaje. Y parece algo bueno, pero tiene también un punto racista. Estos son cuerpos blancos, y les damos la bienvenida en nuestros hogares. Esto no ocurrió con los refugiados sirios. A eso me refiero cuando hablo del tipo de cuerpos en los que las personas habitan. Esas son las ideas que históricamente han surgido al referirse a distintos tipos de cuerpos. Ideas políticas de las que hablamos constantemente, pero tienen detrás algo visceral y físico. De eso es de lo que quiero hablar.

P. Maternidad subrogada o vientre de alquiler, según como lo vea cada uno. No cabe mayor debate sobre el cuerpo y su libertad.

R. Vengo de una familia gay. Fui criada por una pareja gay. Así que mi opinión va a estar siempre muy influida por mi convicción de que los padres gais tienen derecho a tener hijos. Pero es complicado, no me va a encontrar en una postura muy definida porque creo que en este asunto hay una zona gris muy interesante. Pero si alguien se muestra dispuesto, creo que es una transacción posible.

“¿Que no se pueden mezclar dinero y sexo? Lo importante es que la prostitución sea segura”

P. ¿No acaba siendo un modo de explotar a las mujeres pobres?

R. Bueno, pero en ese caso, hablemos de pobreza y de cómo solucionarla. No pensemos en ellas solo como posibles receptáculos, sino como personas que tienen capacidades, ideas, su deseo de ayudar a alguien, o incluso su voluntad de conseguir dinero a cambio de algo que pueden hacer.

P. También hay una fuerte corriente contra la prostitución.

R. No me pueden meter en ese saco. Cuando el feminismo acaba compartiendo cama con la derecha, siento que las cosas comienzan a ir terriblemente mal. No comparto ese proteccionismo que dice a las mujeres lo que pueden o no pueden hacer. ¿Qué es eso de decirles que no pueden mezclar dinero y sexo? Me resulta incluso ingenuo. Lo verdaderamente importante es que la prostitución sea algo seguro.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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