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La punta de la lengua
Columna
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“Todo el mundo” no es todo el mundo

Nos hallamos ante la creencia de que aquello que uno mismo ve, siente o conoce se puede extrapolar a los demás

Rafael Nadal en un partido del Abierto de Acapulco, el pasado 25 de febrero.
Rafael Nadal en un partido del Abierto de Acapulco, el pasado 25 de febrero.Hector Vivas (Getty Images)
Álex Grijelmo

Decimos “todo el mundo” y sabemos que casi nunca queremos decir “todo el mundo”. Al afirmar “Marcela viajó por todo el mundo” se entiende que Marcela fue a muchos países, pero no necesariamente a todos y cada uno. Y cuando proclamamos “Madrid es la capital de España, como todo el mundo sabe”, cabe esperar que no se tome en sentido literal tampoco, pues siempre habrá algún chino que desconozca cuál es la capital de España, o algún norteamericano incluso; tal vez también algún español, sobre todo si se trata de un recién nacido.

Aun sabiendo que el sentido que le damos a “todo el mundo” no coincide con su significado, a veces su identificación con “la casi totalidad” constituye también una exageración. Por ejemplo, al decir “todo el mundo sabe preparar una tortilla francesa” o “todo el mundo compra las entradas por internet”.

En las conversaciones sobre asuntos idiomáticos suele intercalarse asimismo esa locución: “Todo el mundo sabe lo que es un spoiler, ¡por favor!”, “todo el mundo entiende lo que es una app”, “todo el mundo dice ucraniano y no ucranio”.

Y al usar “todo el mundo”, muchas personas quedan excluidas del grupo, ya sea porque no han encendido nunca la cocina, porque adquieren las localidades en taquilla, porque han leído “ucranio” en libros y enciclopedias o porque ignoran el significado exacto de app o de spoiler (en este último caso, igual que muchos de quienes lo usan). En efecto, “todo el mundo sabe” aparece con frecuencia en conversaciones sobre términos en inglés, en boca de quienes los defienden, claro. “Todo el mundo sabe lo que es un slot”.

En los tiempos en que se presta tanta atención a que los significantes no dejen fuera a nadie, al margen incluso de lo que transmitan sus significados, la afirmación “todo el mundo” resulta, paradójicamente, muy poco inclusiva. Nos hallamos ante la creencia de que aquello que uno mismo ve, siente o conoce se extrapola a los demás. Sin embargo, no afirmaré que eso le sucede a todo el mundo.

En determinados ámbitos profesionales o de afinidad, la mayoría de quienes forman parte de ellos entiende sus anglicismos y sus tecnicismos habituales; y los equivalentes en el lenguaje general les parecen propios de gente desconocedora de la palabra que se emplea en esa jerga. Propios de inferiores, en definitiva. Pero fuera de ese ámbito, a menudo el vocablo en cuestión suena lejano, extraño; ajeno incluso si se conoce su significado. Sin embargo, quienes se relacionan con ese reducido espacio de hablantes tienden a decir que “todo el mundo” dice tal o cual expresión… O, si no, que todo el mundo debería conocerla.

Por ejemplo, en el sector periodístico del tenis se suele afirmar que “Nadal tiene una buena derecha”, aunque sea zurdo. Pero fuera del tenis suena inconsistente. La mala traducción de drive (literalmente “conducido”; pero mejor “golpe natural” o simplemente “natural”) ha llevado a que ciertos comentaristas españoles (¡y no todos!) llamen “golpes de derecha” a los zurdazos de Nadal; y a que usen tal incongruencia pensando que “todo el mundo” lo dice así.

Por tanto, la locución “todo el mundo” tiene utilidad en el lenguaje coloquial como recurso retórico para afirmaciones contundentes en las cuales se nos disculpa la imprecisión; pero no puede servir en una conversación de cierto rigor intelectual, porque parte simplemente del punto de vista de cada uno. En esos debates, la locución “todo el mundo” delata claramente lo que podríamos llamar “el sesgo del ombligo”.


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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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