Le pidió el divorcio
Habrá quien acabe creyendo que la ruptura depende de que uno de los cónyuges acceda o no a la solicitud del otro
Las separaciones entre famosos llevan de vez en cuando a los programas del corazón y a la prensa rosa la expresión “le pidió el divorcio”. En los últimos tiempos se han podido oír o leer frases como estas: “Ainhoa Arteta le pidió el divorcio a Matías Urrea”, “Agatha desvela cómo Pedro J. le pidió el divorcio”, “Elliot Page le pidió el divorcio a Emma Portner”, “Cuando Rocío Carrasco le pidió el divorcio al guardia civil”… Y la búsqueda de esa locución en Google da otros muchos casos, como “Hace 45 años Tina Turner le pidió el divorcio a Ike” o “Angelina Jolie le pidió el divorcio a Brad Pitt”.
Por cierto, esta última noticia resaltaba que el divorcio de Jolie y Pitt llegó “tras dos años de matrimonio y doce de estar juntos”; y en el caso de Ágatha Ruiz de la Prada y Pedro J. Ramírez, las informaciones detallan que llevaban unidos 30 años y se habían casado unos meses antes. No sé si eso refuerza la chistosa tesis de que la principal causa de divorcio es el matrimonio.
En cambio, no tiene ninguna gracia lo que el primer marido de Tina Turner escribió en sus propias memorias: “Por supuesto, golpeé a Tina... Tuvimos peleas y hubo veces que la mandé al suelo de un puñetazo sin pensarlo. Pero nunca le di una paliza”.
La oración “le pidió el divorcio”, oída y leída a menudo en las informaciones sobre el famoseo, puede considerarse coloquial, expresada en un ámbito que no busca la precisión jurídica; pero quizás a fuerza de repetirse habrá seguidores de esos espacios que, por carecer de información adicional, acabarán creyendo que la ruptura de un matrimonio depende de que uno de los cónyuges acceda a la solicitud del otro; y que, por tanto, del mismo modo que se concede se puede denegar. Menos mal que las leyes no suelen decir eso, porque a ver cómo se le pide amablemente el divorcio a un energúmeno como Ike Turner, el primer marido de Tina.
Al menos en España, ninguno de los miembros de la pareja puede bloquear la libre decisión del otro de divorciarse. La vigente ley española señala que se decretará judicialmente el divorcio a petición de uno solo de los cónyuges, de ambos o de uno con el consentimiento del otro. Y esa petición no se le plantea al otro cónyuge, sino al juez, que habrá de decretarla.
Es decir, igual que dos no se pelean si uno no quiere, dos no siguen casados si uno prefiere poner fin a la unión. El acuerdo sobre reparto de bienes y custodia de los hijos facilitará el trámite judicial y evitará engorrosas situaciones, pero eso no lo convierte en imprescindible. Ahora bien, en caso de desacuerdo, la división de propiedades y potestades quedará a lo que establezca el juez.
La ley española añade que el cónyuge que emprenda las actuaciones tendentes al divorcio no necesita alegar causa alguna que lo justifique. Por tanto, basta su libérrima voluntad.
Así pues, cada vez que alguien informe de que una persona famosa le pide el divorcio a su pareja, el público deberá descodificar el mensaje, deducir que el periodista no estaba iluminado ese día por la precisión de la lengua y pensar que ahí “pedir” significa más bien exigir (o reclamar, activar, emprender la ruptura). Plantear el divorcio no consiste en expresar un deseo con la esperanza de que alguien lo satisfaga, sino en ejercer un derecho con la seguridad de que la legislación lo garantiza. Por tanto, nadie está obligado a pedir el divorcio a su cónyuge: se divorcia y adiós. Y ahí te quedas, Ike Turner.
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