Un monumento al corrupto desconocido
Hay un refrán castellano: “No la hagas y no la temas”. Hay algunos que deben de vivir en el temor tan a gusto como con el aire acondicionado. Siempre me quedo pensando cuántos no habrán pillado
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Así arranca Orgullo y prejuicio, la novela favorita de María Dolores de Cospedal, por su protagonista, Elizabeth Bennet, determinada y orgullosa. Su imputación y la de su marido me pilló leyendo otro libro en el que salen los dos. Es un libro delicioso, divertido y a ratos conmovedor, un diario de Ignacio Peyró, Ya sentarás cabeza. (Cuando fuimos periodistas 2006-2011), de Libros del Asteroide, en el que cuenta sus cosas y tiene una subtrama: el submundo de la derecha de esos años, del que él formó parte. Como periodista en La Gaceta y luego escribiendo discursos para Cospedal y al final en La Moncloa con Rajoy. Ya entonces se veían venir cosas. Escribe Peyró en 2009: “López del Hierro, marido de Cospedal, desayuno en el Villamagna. Reacciona ante una noticia, en la que citaba sin citar a un importante aznarista diciéndole que ande con ojo, que tiene el escándalo en casa. Se refiere a su reciente marido, este López del Hierro, primo de Álvarez del Manzano, sevillano golosón, moscardón de la UCD y luego de AP, reconvertido con bien para su bolsillo de la política a la construcción pero nostálgico aún de la política. En su tiempo fue gobernador civil de Sevilla, cuando aún había gobernadores civiles. (…) Que enreda sin parar lo demuestra el hecho de tener jefe de prensa –medio asesor, medio confesor”. Qué años los de aquel PP, todavía los estamos contando, o descontando, como una pena. Justo en 2009 empiezan los contactos del matrimonio con el excomisario Villarejo, que también llevaba sus diarios. Anotó en 2017 en uno de sus cuadernitos: “MD: vernos 15h. Vips. Velázquez. Lista”.
Me pasó una sincronía rara, de esas tan misteriosas que hacen de los libros objetos vivos y del mundo un lugar tan intrigante. Peyró dice que un día habla de López del Hierro por teléfono y en ese momento se lo cruza por la calle, dos veces le pasa. Luego menciona a alguien del PSOE de esos años a quien yo había olvidado: José Blanco. Y justo al día siguiente lo vi en una terraza, y hacía mil años, no ya que no le veía, que ni pensaba en él, como tiene que ser. Imaginen si no cómo sería la vida. Al contrario del PSOE de Zapatero, salvo Carmen Calvo que ahí sigue, esa es otra cosa de aquel PP: no se acaban de ir nunca. Continúan arrastrándose por los telediarios: Zaplana, Cospedal, Bárcenas, Rato, Aguirre, y muchos otros que desfilan como testigos en juicios.
Yo una vez robé una cosa en clase y todavía algunas noches me despierto sudoroso pensando que va a venir la policía a mi casa a pedir explicaciones. Hay un refrán castellano sobre eso: “No la hagas y no la temas”. Hay algunos que deben de vivir en el temor tan a gusto como con el aire acondicionado. Siempre me quedo pensando cuántos no habrán pillado. Es decir, ese chorizo o corrupto desconocido –quizá merecería un monumento- que se sale con la suya, con un golpe perfecto, y se muere sin haber aparecido nunca en los periódicos, y jamás se sabe nada, así que en realidad es como si no hubiera ocurrido, es indoloro. Casi lo prefiero, la verdad. Por amor y por el bien de España esta gente debería ser más escrupulosa, más profesional, más pérfida, no dejar huella y no endosarnos este rastro de cutrez y mamoneo infinito que nos acompaña desde hace tanto tiempo y nos deprime tanto. Dice Peyró: “El Congreso: hay una manera de coger del brazo, de establecer miradas cómplices y susurrar confidencias al oído que ya debiera estar tipificada como delito de corrupción”.
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