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Un asunto marginal
Columna
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El fútbol y la muerte

¿De verdad no puede detenerse el negocio futbolístico? ¿Cierran escuelas y empresas pero sigue rodando la pelotita?

Enric González
Futbol
Jugadores del River Plate y del Santa Fe en un partido de la Copa Libertadores en el Estadio Monumental, Buenos Aires, el pasado 19 de mayo.JUAN IGNACIO RONCORONI (El País)

Esta semana se habló bastante de la hazaña de River Plate. El equipo de Buenos Aires tenía 20 enfermos de covid, entre ellos los cuatro porteros, y fue obligado a jugar contra un equipo colombiano, Independiente de Santa Fe, con una alineación de circunstancias, un centrocampista medio cojo bajo los palos y un banquillo de suplentes vacío. Aun así, ganó. Pura épica.

La auténtica hazaña, sin embargo, fue la de Conmebol. La Confederación Sudamericana de Fútbol impuso la celebración del partido sin medidas paliativas y logró una espectacular audiencia televisiva: nadie quiso perderse ese espectáculo agónico. Medios de todo el mundo se hicieron eco del acontecimiento. A falta de vacunas, bueno es el contemporáneo opio del pueblo. Olvídense de la pandemia. Miren la pelotita.

Ni el coronavirus ni las convulsiones sociales importan. Una semana atrás, el encuentro entre América de Cali y Atlético Mineiro brasileño, en Medellín, tuvo que interrumpirse cinco veces porque los gases lacrimógenos que la policía disparaba fuera del estadio caían en pleno césped y los futbolistas se ahogaban. Pero se jugó. El negocio no puede parar.

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Colombia y Argentina debían compartir la sede de la próxima Copa América de selecciones. Colombia pidió un aplazamiento porque su situación interna resultaba inmanejable y Conmebol, por supuesto, se negó. La Copa América, cuyo inicio está previsto para dentro de tres semanas, quedó exclusivamente en manos de Argentina.

Argentina vuelve a partir de este fin de semana al punto cero de la pandemia. Sufre una crisis sanitaria pavorosa: está entre los cinco países del mundo con más contagios y más muertes por 100.000 habitantes, peor que Brasil y peor que la India. Los hospitales bordean el colapso. No hay vacunas. El presidente, Alberto Fernández, anunció el jueves que, 14 meses después del primer (y larguísimo) confinamiento estricto, había que volver a lo mismo. Todos encerrados.

El mismo presidente Fernández había dicho dos días antes que Argentina estaba perfectamente preparada para acoger la Copa América en solitario. Y la cosa sigue en pie. Da igual que las supuestas “burbujas” que protegen a los futbolistas muestren agujeros de un tamaño patagónico y que los contagios sean incesantes. Lo de River constituye un ejemplo, pero cabe recordar que su rival colombiano del miércoles era favorito porque tenía solamente cinco enfermos de covid. Da igual también que, aún sin público en los estadios, el “circo” que rodea la Copa América incluya miles de personas, desde transportistas y técnicos televisivos hasta médicos y personal de seguridad, que se moverán y distribuirán virus.

Omitamos el historial de corruptelas que caracteriza a Conmebol. Aceptemos incluso la improbable posibilidad de que la sensatez se imponga en el último minuto y la Copa América se suspenda. ¿De verdad no puede detenerse ahora mismo el negocio futbolístico? ¿Pueden cerrar las escuelas y las empresas pero ha de seguir rodando la pelotita? En el triste otoño argentino, con la enfermedad rampante y la perspectiva de una catástrofe económica a punto de estallar, el presidente cierra el país y al tiempo abre la puerta al jolgorio futbolero.

Quizá sea mejor poner la vista en un balón que en la perspectiva de la ruina, la muerte o el confinamiento infinito. Pero este disparate del fútbol habría que repensarlo un día de estos.

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