Pobres, y no de clase media
La Cumbre Iberoamericana se va a celebrar con el mundo mirando hacia otro lado
América Latina (AL) vive la peor recesión desde que se tienen registros, la crisis más profunda que ha enfrentado en su historia. Apenas se habla de ello fuera de la región. Uno de los efectos colaterales de la pandemia del coronavirus es el ensimismamiento en los problemas más cercanos, olvidando las situaciones más apartadas, por más que sean extremas y tengan que ver con nosotros. De Latinoamérica apenas se sabe que Chile es el único lugar de la zona donde el ritmo de vacunaciones es dinámico (el 90% de las vacunas puestas son chinas), o tal vez vemos en las televisiones escenas dantescas como las de los cementerios brasileños abarrotados y abiertos por las noches porque no dan de sí para los entierros con luz.
Este es el contexto en el que se va a celebrar esta semana la Cumbre Iberoamericana, en Andorra, retrasada desde noviembre por las limitaciones de la enfermedad. De sus contenidos se podría decir, como hace alguno de los que van a participar: “Cuando creímos tener todas las respuestas nos cambiaron todas las preguntas”. El panorama de lo sucedido en el último lustro (cinco años de crecimiento débil y una caída de la economía del 7% en 2020) es de regresión profunda. Ejemplos: la región representa el 8% de la población mundial, pero sufre entre el 25% y el 30% del total de fallecimientos por coronavirus; los niveles de pobreza extrema han retrocedido 20 años y 12 los de pobreza relativa, hasta tal punto que por primera vez desde 2010 el habitante promedio en América Latina será pobre y no de clase media (datos de la Comisión Económica para América Latina). Según la economista argentina Nora Lustig, las brechas en educación devuelven la zona a desigualdades que no se veían desde la década de los sesenta del siglo pasado. Un último dato muy representativo: la economía sumergida ha crecido desde el 54% al 64% de la población activa (entre los trabajadores indígenas llega al 82,6%).
El economista colombiano José Antonio Ocampo hablaba hasta ahora de “media década perdida”, pero si se le añade lo sucedido en 2020 y las negras expectativas sobre el futuro inmediato, se estima que AL tardará al menos hasta 2025 en recuperar el PIB per capita regional, lo que la convierte en el territorio más golpeado en términos económicos y amenaza con la posibilidad de una nueva década perdida, como la de los años ochenta con la crisis de la deuda.
¿Por qué ha golpeado la pandemia a AL más duramente que a otras zonas? La secretaria general iberoamericana, Rebeca Grynspan, entiende que la covid ha interactuado con las brechas estructurales de la región y las ha ampliado todas. Muchos países entraron en la pandemia con altos porcentajes de economía sumergida, pocos márgenes fiscales para generar estímulos, enorme desigualdad, baja productividad, etcétera. Esos desequilibrios previos habrían sido la leña que atizó el fuego de esta crisis. La Cumbre Iberoamericana se va a desarrollar con una sociedad civil desactivada, fatigada, con la mayor parte de los organismos multilaterales de integración regional hibernados, y con el mundo mirando hacia otro lado.
Recuperar el tiempo perdido pasa en primer lugar, en eso no hay diferencias, por la vacunación. Hay estimaciones de que hasta 2023 no se podrá vacunar a la mayor parte de la población latinoamericana. Los países ricos han comprado suficientes vacunas para inyectar a cada ciudadano casi tres veces, mientras que la mayoría del mundo en desarrollo tendrá suerte si consigue una dosis para cada 10 personas durante el año en curso. Pese a estos datos no parece que de la cumbre vaya a salir la demanda de que se suspendan las patentes farmacéuticas para acelerar el proceso.
La reunión andorrana se va a celebrar en medio de la pandemia. Ahora, al revés que en la Gran Recesión de 2008, organismos como el G20 o el Consejo de Seguridad de la ONU no han dado señales de vida. Lo que repercute más en los más débiles.
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