Hazañas publicitarias
Sin gastar un dólar, dos anunciantes han aparecido en medios de todo el mundo como paladines del antirracismo. El progresismo aplaude, convencido de su victoria
El redactor de una revista deportiva entró hecho una furia en el despacho del director. Se plantó ante la mesa del jefe y fue tan conciso como tajante: “¡Eres un fascista!”, gritó. El director respondió con suavidad: “Gracias, pero por la vía del halago no vas a conseguir nada de mí”. El redactor quedó mudo.
La anécdota ilustra de forma indirecta un fenómeno contemporáneo. Que Isabel Díaz Ayuso se sienta reconfortada cada vez que la llaman fascista no es nada extraordinario: revela por un lado de dónde viene ella y dónde se siente cómoda, y revela por otro que el término “fascismo” ha perdido, por mal uso, cualquier significado relevante. Ni siquiera yo me ofendería si me insultaran con esa palabra. En cambio, me sentaría mal que me llamaran “progresista”. Nadie sabe en qué consiste exactamente el “progresismo”. Sí podemos afirmar que está invadiendo el campo semántico de la bobaliconería. De seguir así las cosas, “progre” y “pazguato” acabarán siendo sinónimos.
Un hermoso ejemplo acaba de ofrecerlo la revista Vogue. No sé si están al corriente del caso de Alexi McCammond, una periodista de 27 años que habían contratado para dirigir Teen Vogue, el flanco juvenil de la publicación. McCammond escribió 10 años atrás unos tuits presuntamente ofensivos para la comunidad asiática. No eran cosas feroces. Un ejemplo: “Buscando en Google cómo no despertarme con esos ojos asiáticos hinchados”. ¿Mal gusto? Quizá. Que cada uno piense en las burradas que dijo a los 17 años y emita su sentencia. McCammond, de raza negra, hizo saber a los responsables de Vogue que esos mensajes habían existido, que había pedido disculpas en su momento y los había borrado.
Pero entonces aparecieron unas quejas que yo situaría dentro del progresismo ortodoxo. Un par de docenas de empleados de la revista dijeron que no, que esos mensajes de la adolescencia eran imperdonables. La coyuntura dio alas a la protesta interna. La coyuntura no es más que uno de los resultados de la presidencia de Donald Trump: su insistencia en atribuir a los chinos la responsabilidad de la pandemia ha generado una ola de racismo antiasiático. El martes, un joven blanco asesinó en Atlanta a ocho personas, seis de ellas asiáticas. Se sospecha una motivación racista. Es posible. Esta es la coyuntura.
Bien. Ya tenemos los tuits borrados con una disculpa, la protesta de unos cuantos empleados y la coyuntura. Ahora aparecen los anunciantes. Dos de ellos, las firmas de cosmética Ulta Beauty y Burt’s Bees, al parecer muy importantes para Vogue, retiran sus campañas publicitarias. Ulta Beauty proclama que está “contra el racismo en todas sus formas” y que no puede anunciarse en lugares donde no se comparten esos valores. Recuerden: el “racismo” de Vogue se debe a unos mensajes simplones escritos a los 17 años. Conclusión: Alexi McCammond tiene que irse.
¿Cuál es la lección de todo esto? Que siempre ganan los mismos. Sin gastar un dólar, Ulta Beauty y Burt’s Bees se han hecho una formidable publicidad. Han aparecido en medios de todo el mundo como paladines del antirracismo. El progresismo aplaude, convencido de su victoria. Quizá el director de aquella revista deportiva trabaja ahora en la industria de los cosméticos.
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