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Trabajar cansa
Columna
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La vida en dos palabras

Muchas de esas personas que veíamos normalmente ya no tienen una vida normal, y ya no sé qué será de las que ya ni veíamos

Íñigo Domínguez
Un grupos de mujeres espera su turno en un local del Banco de Alimentos en el barrio de Orcasitas, Madrid.
Un grupos de mujeres espera su turno en un local del Banco de Alimentos en el barrio de Orcasitas, Madrid.Olmo Calvo

En la vida hay frases de dos palabras que resumen el secreto de la existencia. “Te quiero” o, con la edad: “Es benigno”. En la infancia hay otra que desata una felicidad sin límites: “A comer”. Se lo dices a los críos y salen disparados locos de entusiasmo. La alegría es aún más profunda cuando eres mayor, porque ya nadie te llama a comer, tú te lo guisas y te lo comes. Solo en algún regreso al hogar familiar, o en vacaciones, te llaman a la mesa y tú no has hecho nada para que eso suceda, es una sensación maravillosa. Simplemente aparece la comida en el plato.

El domingo estaba tomando cañas en una terraza y pasó un hombre pidiendo dinero, que cada vez hay más. Como no teníamos monedas, que cada vez hay menos, señaló un plato, donde quedaban dos alitas de pollo, a ver si se las dábamos. Ya estábamos descolocados, aparentando naturalidad para no causar embarazo a esa persona -que tampoco lo tenía, éramos nosotros los avergonzados-, pero me impresionó más lo que hizo después: no se las comió, las envolvió y se las guardó. En cosas así notas que está pasando algo más grave de lo que crees.

Recuerdas que el periodismo es imprescindible cuando te habla exactamente de lo que estás pensando y nadie dice. Es como las buenas películas, contaba el maestro de guionistas Robert McKee, cuando ante una sensación compleja dices: “Ah, la vida es exactamente así”. Al día siguiente, el lunes, escuché un reportaje en la Cadena SER de Nicolás Castellano en una de esas colas llamadas del hambre. Había un hombre que llevaba 30 años de camarero en la Plaza Mayor de Madrid y ahora está sin trabajo: “He intentado ponerme a pedir, pero no valgo, no valgo, me emociono mucho”. Que fuera un camarero del mismo centro de España, la Plaza Mayor de Madrid, tiene algo potente: muchas de esas personas que veíamos normalmente ya no tienen una vida normal, y ya no sé qué será de las que ya ni veíamos. Este hombre ganaba 2.000 euros al mes y ahora cobra 780 de ERTE, pero paga 650 de piso, donde vive con su mujer y una niña de dos años. Se torturará cada mañana pensando cómo hará para decirle a su hija dos palabras, “a comer”, y que no note que la vida se está derrumbando a su alrededor. Tenía otra frase muy buena, contando quién le ayuda: “La misma gente de aquí de la cola, dicen que si los inmigrantes, que si esto que si lo otro pero mira, una me ha dado un cacho pan, la otra me ha dado una lata de bonito”. Te puedes pasar una mañana pensando una frase así en un relato y no te sale, tan cristalina.

No voy a hacer ahora un párrafo optimista para levantar esto, contando lo que se está haciendo, porque no tengo ni idea, salvo la labor de Cruz Roja, Cáritas, el Banco de Alimentos, las parroquias. Pero no lo sé porque ninguna autoridad ni político habla en público de esto, solo de la tontería del día. Demasiadas palabras cuando no tendríamos que estar hablando de otra cosa. Insistiré en la demagogia barata, ya a nivel usuario, contando mi estupor cada vez que veo por Madrid obras muy prescindibles de aceras y parterres de las que nadie sentía la necesidad, con la que está cayendo. Te preguntas si no hay cosas más urgentes en las que gastar el dinero. Ya sé todo ese rollo de que lo que ya está presupuestado hay que gastarlo, y que no puedes mover de una partida a otra, bla, bla, bla, pero me parecen chorradas de burócratas ante colas kilométricas de personas hambrientas. Que, por cierto, no creen ya en los políticos. Y cómo anhelo yo también, que como y ceno todos los días, líderes con lo que hay que tener. Es que te hacen populista a la fuerza. Bastan políticos astutos que te resumen la vida en cuatro ideas y dos palabras.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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