‘Compliance’, con toda solemnidad
¿Qué induce a alguien a utilizar una palabra que no será entendida por la mayoría de quienes la oyen?
Muchos españoles se habrán extrañado ante una palabra de Pablo Casado leída con toda solemnidad el pasado martes y contenida en esta frase: “Cambiaremos la sede nacional de ubicación y crearemos un nuevo departamento de compliance”.
Ésa es la palabra, pronunciada compláyans.
Dejemos de lado el pleonasmo “crearemos un nuevo departamento” (si se crea, habrá de ser nuevo), para observar que el presidente del PP no se molestó en explicar ese término inglés inusual en el lenguaje común; si bien informó acerca de la misión de esa oficina: establecer “a semejanza de lo que sucede en las grandes empresas”, mecanismos de transparencia y de rendición de cuentas, así como un canal anónimo de denuncias.
Esas palabras que siguieron a compliance habrán llevado a mucha gente a deducir que el vocablo inglés equivale a “vigilancia”. Sin embargo, puede significar, dependiendo de los contextos, “sumisión”, “conformidad”… o “cumplimiento”.
Compliance procede de la raíz latina complere (llenar, completar). En la Edad Media todavía se usaba en castellano el verbo “complir”, forma más próxima entonces a sus parientes ingleses completely o compliments, por ejemplo, según recogen Corominas y Pascual. Y dentro de todas esas palabras pervive la idea de poner algo que falta (es decir, “completar”, “complementar”, siempre con la misma raíz). Y en el fondo, eso es lo que significa “cumplir”: redondear con hechos lo que se ha anunciado con palabras.
El Diccionario LID de economía y empresa (2003) traduce compliance department como “departamento de control”. Pero hay otras opciones. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia publicó en 2020 un documento donde señalaba: “Los programas de cumplimiento normativo o programas de compliance (en adelante, ‘programas de cumplimiento’) han experimentado un auge significativo en España”. Esos programas se conciben para establecer modelos de gestión que alerten ante la comisión de infracciones administrativas y reduzcan las posibilidades de incurrir en delitos. Es decir, sirven para vigilar que se cumplen las normas.
Todos podemos caer en desatinos cuando hablamos o escribimos con prisa. Faltaría más. Pero Casado leyó (mediante un sistema de sobreimpresión en cámara) un discurso preparado; muy preparado. El uso del anglicismo fue por tanto muy consciente.
¿Qué lleva a alguien a utilizar una palabra que no será entendida por una inmensa mayoría de quienes la oyen, ni siquiera por muchos que hablan inglés? Nunca lo sabremos, porque no estamos dentro su cerebro, pero sí podemos imaginar qué pensarán los que se hallen a la escucha. Por ejemplo, quizás crean que quien usa el anglicismo no sabe cómo traducirlo. O también que tal vez esté latiendo en el autor el mismo intento de aquellos conquistadores de América que escribían en sus cartas determinadas palabras indígenas aunque supieran de sobra que sus superiores las desconocerían cuando las leyesen. No las usaban para significar, sino para significarse: pretendían transmitir subliminalmente su gran conocimiento del terreno, su experiencia en la conquista. Y puede que la gente perciba eso mismo hoy en día ante políticos, periodistas o expertos de distinta condición que presumen de su léxico en inglés como si no se supiera ya que también existen los ignorantes en varios idiomas.
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