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Un asunto marginal
Columna
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Conspiraciones

Según la teoría QAnon, jerifaltes del Partido Demócrata y estrellas de Hollywood son una banda de sádicos pedófilos

Enric González
Seguidores de Trump en Ronkonkoma, Suffolk County, el pasado 11 de octubre.
Seguidores de Trump en Ronkonkoma, Suffolk County, el pasado 11 de octubre.John Marshall Mantel / Redux / ContactoPhoto

Las teorías conspirativas han mejorado con el tiempo. Durante siglos fueron bastante unidimensionales: siempre tenían la culpa los judíos. Ahora también, pero comparten protagonismo con otros supuestos malvados. Hay más culpables, las tramas argumentales son más ricas (lo del microchip en la vacuna constituye una cumbre del género) y, gran avance, el juego se ha hecho interactivo.

La interacción fue ensayada ya a principios de siglo, con los blogs de “participación ciudadana” que florecieron tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y del 11 de marzo de 2004. Cada jugador podía aportar presuntas pruebas o nuevas teorías. Eso aumentaba la diversión, pero complicaba la patraña hasta hacerla incomprensible. Y una buena teoría conspirativa necesita que todo encaje. ¿Se acuerdan de los “peones negros” tras el 11-M? Al final estaban involucrados los servicios secretos de España y Marruecos, el PSOE, ETA, varios grupos yihadistas, algún vendedor de droga y hasta el pobre Iñaki Gabilondo. No había forma de seguir un guion tan enrevesado.

Para disfrutar en condiciones de una buena teoría conspirativa se puede recurrir a la vía quirúrgica (una buena lobotomía hace milagros) o, con menos gasto y engorro, al pequeño imbécil que todos llevamos dentro. Mi pequeño imbécil (nunca es tan pequeño como creemos) se introdujo hace unas semanas en la conspiración más emocionante hasta la fecha, lo que se conoce como QAnon, y ha pasado unos días maravillosamente trepidantes. Olviden por un momento las consecuencias políticas, centrémonos en el juego.

Conocen ya el punto de partida: los jerifaltes del Partido Demócrata de Estados Unidos, las estrellas de Hollywood y una red secreta de altos funcionarios componen una banda de sádicos pedófilos y caníbales cuyo objetivo último es el control del poder mundial. Detalle simpático: su cuartel general está en una pizzería. Donald Trump se propone acabar con esa terrible trama. Una fuente anónima, autodenominada Q, va dando pistas sobre el combate entre el héroe Trump y los malvados progres. Cada uno de los miles y miles de jugadores puede hacer su propia interpretación de los crípticos mensajes de Q. A diferencia de otros juegos conspirativos, en los que se intenta explicar algo ya ocurrido (la peste, o un atentado, o una crisis económica), aquí el juego avanza. El desenlace no ha ocurrido aún.

El desenlace es denominado La Tormenta. Se trata del momento en que Trump desenmascara, detiene, juzga y ejecuta a los malvados. En el juego, no lo olvidemos, participa un presidente real, Donald Trump (en la medida en que ese hombre pueda considerarse un presidente real), y ocurren realmente cosas tremebundas, como el asalto al Capitolio. En las fechas previas a la toma de posesión de Joe Biden, la mayoría de los jugadores consideraron que la ceremonia de jura, con tantos malvados en escena, constituía el momento perfecto para La Tormenta.

Reconozco que seguí la ceremonia con la íntima esperanza de que pasara algo y que me quedé un poco chascado. Q no dijo nada. Pero un par de guiños de Trump (“lo mejor está por llegar”, “volveremos de una forma o de otra”) dieron sosiego a mi estupidez: el juego continuará.

El fascismo nunca había progresado de forma tan amena. Qué gran época esta para ser imbécil.

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