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Un asunto marginal
Columna
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Hace más de 20 años

Por debajo de los sondeos, el ‘big data’ y el electoralismo continuo, la realidad es bastante obvia en la calle

Enric González
Cándida Martínez (izquierda) y Purificación Ovidio, en la sede del PP de Almendralejo (Badajoz) el 25 de febrero de 2000, durante las elecciones legislativas de ese año.
Cándida Martínez (izquierda) y Purificación Ovidio, en la sede del PP de Almendralejo (Badajoz) el 25 de febrero de 2000, durante las elecciones legislativas de ese año.Jose Manuel Perez Cabo

A principios de 2000, este diario decidió que viviera una temporada en Almendralejo. Se trataba de imitar un experimento que había realizado anteriormente en el Reino Unido el diario británico The Guardian. La localidad extremeña había clavado todos los resultados electorales desde 1977. Quien ganaba en Almendralejo, ganaba en España. Como el 12 de marzo de 2000 se celebraban elecciones generales, la idea consistía en averiguar qué pensaban los almendralejanos y adivinar su voto.

La cosa se hizo bastante en serio. Una empresa demoscópica creó un grupo de personas que representaban, de forma proporcional, las diferentes tendencias políticas locales. Casi cada tarde me reunía con el grupo. El resto del tiempo me dedicaba a zascandilear. Visitaba empresas, tomaba cañas, conocía a la aristocracia y al golferío y charlaba con cualquiera que se pusiera a tiro.

Por entonces, el PP completaba su primera legislatura en el gobierno, con apoyo parlamentario de Jordi Pujol, y el PSOE intentaba quitarse la adicción a Felipe González. Las fallidas primarias (José Borrell ganó a Joaquín Almunia, pero la presión de la “vieja guardia” forzó su dimisión y finalmente fue candidato Almunia, el perdedor) dejaron al PSOE en una situación de debilidad. Como Izquierda Unida tampoco estaba fuerte bajo el liderazgo de Francisco Frutos, ambos partidos forjaron una alianza electoral. Por las sinergias, decían.

Los sondeos, incluidos los de la empresa demoscópica que me asesoraba en Almendralejo, predecían en general un leve avance del PP. José María Aznar podía mantenerse al frente del gobierno, pero lejos de la mayoría absoluta. Lo que yo había percibido durante mi estancia extremeña era distinto. La gente apreciaba el descenso en el desempleo juvenil y el hecho de que España fuera a formar parte del grupo inicial del euro. Entre los votantes del PP había satisfacción. Entre los votantes tradicionales del PSOE, desánimo. Y entre los votantes de Izquierda Unida había desprecio hacia el PSOE.

El día previo a la jornada electoral, el sábado 11 de marzo, me presenté en la redacción con mis conclusiones. Anuncié que en Almendralejo iba a ganar el PP de calle y que, si extrapolábamos, Aznar iba a obtener una mayoría absoluta. Yo no las tenía todas conmigo: no sabía si creer lo que decían los sondeos o lo que habían visto mis ojos. Mis jefes zanjaron la cuestión. Primero, los sondeos no podían equivocarse tanto. Segundo, quizá Almendralejo no reflejara ya el pulso político de todo el país. Tercero, España era sociológicamente de centro-izquierda. Y cuarto, este diario no podía aparecer el día de las elecciones con el vaticinio de una gran victoria de Aznar. Eran argumentos comprensibles.

Horas después, Almendralejo clavó de nuevo el resultado. El PP arrasó y obtuvo 183 escaños. Comenzaba aquello que Manuel Vázquez Montalbán llamó “la aznaridad”.

Hace más de 20 años de esta historia, anterior a las redes sociales y a las grandes crisis con que ha comenzado el siglo XXI. España es distinta. En cualquier caso, yo estoy más convencido que entonces de que, por debajo de los sondeos, el big data y el electoralismo continuo, la realidad es bastante obvia en la calle. Siempre que uno pase en la calle el tiempo suficiente.

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