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Un asunto marginal
Columna
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La pesadilla mesocrática

Cuando las clases medias se sienten confortables, todo va bien. Cuando no, ocurren las peores cosas

Enric González
Una mujer transporta un cartel el día antes de las elecciones en Estados Unidos, el pasado 2 de noviembre, en Washington DC.
Una mujer transporta un cartel el día antes de las elecciones en Estados Unidos, el pasado 2 de noviembre, en Washington DC.Chris McGrath (Getty Images)

Las clases medias suelen tener buena prensa. Es normal. Casi todos nos sentimos miembros de las clases medias, por una razón o por otra. Ni estamos muy arriba, ni estamos muy abajo. Recordamos (o nos recuerdan) con frecuencia que la formación de las clases medias fue crucial para las revoluciones burguesas y para la formación de sistemas de gobernanza representativos. Eso que hoy, tras cierta evolución, llamamos democracias. Existe la convicción más o menos colectiva de que una clase media robusta proporciona estabilidad y progreso. Vivimos en sociedades hechas a medida de las clases medias, sea lo que sea eso.

Si “nuestra civilización está basada en la codicia y el miedo”, como decía George Orwell (un tipo con bastante buen ojo), las clases medias constituyen el paradigma de nuestra civilización. Mientras los que están arriba raramente pierden algo y los que están abajo tienen muy poco que perder, los de en medio, los que viven codiciando lo de arriba y con miedo a los de abajo, son propensos a la ansiedad. El trastorno obsesivo-compulsivo es una enfermedad típicamente mesocrática. Cuando las clases medias, siempre necesitadas de seguridad y de “respetabilidad”, se sienten confortables, todo va bien. Cuando no, ocurren las peores cosas.

El historiador John Lukacs, fugitivo del nazismo y admirador de los valores mesocráticos, nunca consiguió resolver por completo una paradoja que marcó su vida: la burguesía alemana, grande y pequeña, se sumó con entusiasmo a un movimiento, el nacionalsocialista, esencialmente antiburgués. Umberto Eco, en una célebre conferencia sobre “el fascismo eterno” pronunciada en 1995, señaló varias características del fenómeno. Entre ellas, “el llamamiento a una clase media frustrada, una clase que sufre de una crisis económica, se siente humillada y está asustada por la presión de grupos sociales más pobres” y “la obsesión con una conspiración”.

Cuidado con las generalizaciones: un sector de las clases medias socioeconómicas, por su rango académico, su participación en los medios y/o sus conexiones con el poder político, prefiere verse como “élite”.

¿Alguna vez se preguntaron cómo fue posible que las instruidas y ordenadas clases medias alemanas se sumaran a un movimiento tan nihilista y caótico como el nazismo? ¿Nunca entendieron del todo por qué alguien como Mussolini despertó tanta admiración en Italia y en muchos otros lugares del planeta? La historia ofrece de vez en cuando una clase práctica de repaso. Si quieren comprender cómo funcionan estas cosas de las clases medias, el fascismo y la locura, miren lo que ocurre en Estados Unidos. Es asombroso, ¿no? Parecía imposible que algo así pudiera ocurrir allí, ¿verdad? Pues lo tienen ante sus ojos.

Ahí está, siguiendo la explicación de Eco, una clase media afectada por una crisis (nadie se siente más clase media que un trabajador industrial habituado al salario seguro y a cambiar de coche cada dos años), regodeándose en todo tipo de humillaciones imaginarias, asustada por los más pobres (los inmigrantes) y obsesionada con las “conspiraciones” de las élites. Ahí está, siguiendo la paradoja de Lukacs, una clase media (o un buen pedazo de ella) aferrada a un líder que encarna lo contrario a los valores mesocráticos.

En realidad, no hace falta fijarse en Estados Unidos: encontramos ejemplos por aquí y por allá. Las pesadillas de las clases medias se parecen bastante en todas partes.

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