Daniel Susskind: “Una máquina no necesita copiar a los humanos para ser mejor que ellos”
Este economista, experto en Inteligencia Artificial, augura un futuro en el que sea el Estado, y no un mercado laboral cada vez más automatizado, el que distribuya la riqueza entre trabajadores
La pandemia ha sido el tubo de ensayo perfecto para que Daniel Susskind (Watford, Reino Unido, 33 años) comprobara de primera mano el escenario que lleva una década imaginando: la drástica reducción de puestos de trabajo, una población ociosa y un Estado fortalecido. No imaginó este economista del Balliol College (Universidad de Oxford) y exasesor de los Gobiernos de Gordon Brown y David Cameron, sin embargo, que sería un virus, y no el avance imparable de la Inteligencia Artificial (IA), el catalizador de un futuro lleno de desafíos. El autor de A World Without Work: Technology, Automation and How We Should Respond (un mundo sin trabajo: tecnología, automatización y cómo deberíamos reaccionar) defiende que los sistemas y las máquinas van a transformar de tal modo el mercado laboral que será tarea del Estado distribuir la riqueza para que llegue a todo el mundo. Debido a las restricciones por la pandemia impuestas en Reino Unido esta semana, Susskind tuvo que responder a esta entrevista por videollamada.
PREGUNTA. ¿Cómo convencer de la amenaza que se aproxima a quienes creen que una máquina nunca será como un ser humano?
RESPUESTA. No pronostico un big bang tecnológico dramático en el que las máquinas nos reemplacen completamente. Mi argumento central es que las máquinas y los sistemas, de un modo gradual pero imparable, van a ser capaces de hacer más y más cosas.
P. Cree que no hemos entendido que las máquinas no tienen que ser como los humanos para superarles.
R. Existe un malentendido muy común sobre el modo en que operan las máquinas y los sistemas. Se piensa que, para superar a los humanos, deben copiar el modo en que pensamos y razonamos. Ese era el fundamento de lo que yo llamo la primera generación de la Inteligencia Artificial (IA). Y ese ha sido el modo en que los economistas se han planteado hasta hace poco la capacidad e influencia de las máquinas. Si querías desarrollar una máquina capaz de derrotar al ajedrez a Gari Kaspárov, tenías que crear un sistema capaz de capturar el proceso razonador que tendría un gran jugador de ajedrez. Lo que ha ocurrido como consecuencia de los últimos adelantos tecnológicos, sin embargo, es que las máquinas son capaces de desarrollar estas tareas de un modo muy diferente a cómo lo hacemos los humanos.
P. Y han conseguido, sin tener empatía o capacidad de enjuiciar, resolver problemas que requieren de esas aptitudes.
R. Exactamente. Ese es el cambio de paradigma que intento mostrar. Los sistemas y las máquinas no tienen necesariamente que copiar lo que hacen los seres humanos para ser mejores que ellos. Puedes tener máquinas muy eficaces que no necesiten pensar. La Universidad de Stanford ha desarrollado un sistema que puede diagnosticar si una mancha en la piel es cancerígena de un modo tan preciso como los mejores dermatólogos. ¿Cómo funciona? No intenta copiar el buen juicio de un médico. De hecho, la máquina ni sabe ni entiende de medicina en absoluto. Lo que tiene son datos almacenados de unos 130.000 casos reales, y aplica un algoritmo de reconocimiento de características repetidas a lo largo de esos casos.
P. De ese modo, los trabajos de profesiones liberales, que sostenían a la clase media, también se reducirán. ¿Qué le diría al joven que se enfrenta al futuro?
R. Cualquier trabajador que se encuentre en el mercado laboral tiene básicamente dos estrategias frente a estos desafíos. O compite contra estas máquinas y sistemas en las tareas en las que todavía no son eficaces —y sigue habiendo muchas— o se convierte en una de las personas que construyen y diseñan estos sistemas y máquinas. Actualmente estamos educando a la gente joven para el tipo de tareas rutinarias que las máquinas ya saben hacer bastante bien.
P. ¿Y qué pasa con los de entre 40 y 50 años, a los que la revolución tecnológica ha pillado en medio?
R. Para esos profesionales con un par de décadas de experiencia laboral la respuesta está en la formación continuada, y en la posibilidad de seguir aprendiendo. En los próximos 10 o 15 años no se presenta un panorama en el que los trabajos disponibles simplemente desaparezcan. Pero los que existan requerirán nuevas habilidades. El desafío al que nos enfrentamos es el de crear un nuevo entorno en el que la reeducación se tome tan en serio en una edad avanzada como al comienzo de la vida.
P. Vamos hacia un mundo con escaso empleo en el que el Estado tendrá un papel clave en la redistribución de la riqueza.
R. Hoy, el mercado laboral es el modo principal en que compartimos las ganancias en la sociedad. El trabajo de las personas es su principal fuente de ingresos. Las enormes desigualdades que observamos a nuestro alrededor nos indican que este planteamiento comienza a tener grietas. Hay personas que obtienen muchísimo más rendimiento de su trabajo que otras. Si el mercado laboral ya no nos sirve como respuesta, el único mecanismo creíble al que podemos acudir es el Estado. Necesitamos que el Estado asuma un papel mucho mayor en asegurar que la sociedad comparte su prosperidad. Lo que yo reclamo es la necesidad de un Gran Estado, pero no para controlar la producción, como en el siglo XX, sino la distribución.
P. En el que tengan cabida propuestas como la renta básica universal.
R. Hoy la solidaridad social surge de la idea asumida de que todo el mundo añade su propio peso económico, bien sea a través del trabajo que desempeña o de los impuestos que paga. El problema con la universalidad de la renta básica —que todo el mundo recibe sin condiciones añadidas— es que socava esa solidaridad social. No todos están contribuyendo a la cesta económica. Y, por eso, una renta básica universal puede ser la solución al problema de la distribución, en un mundo con poco trabajo, pero no soluciona el problema de la contribución. Yo propongo que esa renta venga con condicionantes, que sea una renta básica condicionada, aunque las condiciones que se impongan no tienen por qué ser necesariamente económicas. Hay otros modos de contribuir a la sociedad.
P. Y replantearse el cambio de una ética del trabajo por una ética del ocio.
R. El reto al que hace frente un mundo con menos puestos de trabajo no se reduce al hecho de que algunas personas ya no tengan ingresos, o de que la tecnología vacíe el mercado laboral, sino que puede acabar vaciándose también ese sentido de la vida. Curiosamente, también la pandemia nos ha enfrentado a este dilema.
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