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La punta de la lengua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se puede decir “negro” sin ser racista

La Academia argentina salió en defensa del futbolista Cavani y aclaró el sentido de sus palabras

Pierre Webo, ayudante técnico del Estambul Basaksehir,con una camiseta contra el racismo el pasado 9 de diciembre.
Pierre Webo, ayudante técnico del Estambul Basaksehir,con una camiseta contra el racismo el pasado 9 de diciembre.FRANCK FIFE/AFP/Getty Images (AFP via Getty Images)
Álex Grijelmo

El fútbol es la vida sintetizada en un tubo de ensayo. El racismo, la violencia, el éxito, el fracaso, el dolor, el placer… Cuanto sucede en el mundo del balón sucede en el mundo. Con las mismas proporciones.

El partido París Saint Germain-Estambul Basaksehir, de la Copa de Europa, se suspendió el 9 de diciembre después de que el cuarto árbitro, el rumano Sebastian Coltescu, llamara “negro” al ayudante del entrenador del equipo turco, el exfutbolista Pierre Webo, camerunés de nacionalidad uruguaya. Los jugadores de uno y otro club decidieron retirarse al vestuario, con gran enfado.

El asistente había avisado al árbitro sobre una inadecuada protesta de Webo. Cuando el árbitro se acercó, su auxiliar le dijo en rumano: “Negrul” (“el negro”). Webo entendió la palabra y se ofendió. De nada sirvió que Coltescu le explicara que en Rumania no es racista llamar negru a alguien.

Hemos de creer en la sinceridad de Webo, que tantos casos de discriminación habrá sufrido. Pero así como el jugador del equipo turco vivió en el fondo de su corazón el agravio, también pudo ocurrir que Coltescu le señalase por el color de su piel simplemente para distinguirlo con rapidez entre los demás suplentes, como habría hecho en el caso de un pelirrojo entre rubios o de un rubio entre morenos.

Por tanto, quizás el problema se resuma así: el auxiliar no quiso ofender, pero ofendió (de un árbitro internacional se podía esperar un mayor cuidado); y el ofendido no atendió a la explicación de que no hubo intención de ofender (de un políglota como él podía esperarse mayor comprensión al respecto).

A mí no me molestaría que alguien me identificase en un grupo diciendo “ha sido el de Burgos”, pero también habré de considerar que los de Burgos no hemos sufrido discriminación por el color de nuestra piel. Así que intento comprender las dos posiciones.

El 23 de diciembre, se montó también una escandalera después de que el uruguayo Edinson Cavani, del Manchester United, llamara “negrito” en Twitter a un amigo suyo: “Gracias, negrito”, le dijo en respuesta a una felicitación por la última victoria. Y la Asociación de Fútbol inglesa le abrió a Cavani un expediente por racismo que concluyó el jueves 31 con una sanción de tres partidos sin jugar.

No les importó que la Academia Argentina se apresurase a explicar que en el español rioplatense (como en Cuba y Puerto Rico) las voces “negro” y “negrito” poseen “un claro sentido afectivo, por completo exento de cualquier matiz discriminador o racista”. Lo sabe cualquiera que haya oído salsa: “mi negro” y “mi negra” aparecen con frecuencia en contextos cariñosos; incluso muy cariñosos.

Algunas palabras ofensivas en un idioma no lo son en otro. Recuérdese por ejemplo aquel luminoso reclamo de carretera que anotó el académico José María Merino: “Showgirls low cost”; traducción que evitaré por si me sancionan con cuatro partidos.

En la lucha contra los racistas, más que combatir ciertas palabras hay que combatir ciertas intenciones. El racismo ofende a la humanidad, pero también ofende ser tachado de racista simplemente por usar la palabra “negro” en una lengua que no la acuñó con desprecio.

El problema radica a veces en que se tiene poco en cuenta la cultura del otro, para que prevalezca la propia: “Me da igual que en tu cultura esa palabra no sea ofensiva. Lo es en la mía”. Y eso constituye también una forma de supremacismo.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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