“Los vulnerables” excluye a los vulnerados
Esa locución tapa expresiones más crudas, como “los más desfavorecidos”, “los más pobres”, “los excluidos”
Los políticos han grapado a sus discursos la locución “los más vulnerables”.
Esta expresión se abrió paso a principios del siglo XX en el terreno de la medicina para aludir a personas con bajas defensas ante una enfermedad, según muestran los bancos de datos de la Academia y las hemerotecas digitalizadas.
Su sentido político añadido se extendió primero por América. Lo hallamos, por ejemplo, en el mexicano José Ángel Gurría Treviño, que fue secretario de Exteriores del presidente Ernesto Zedillo: “El mandato de cualquier Gobierno es proteger a los grupos más vulnerables” (2003); y antes, en el cubano Fidel Castro: “Nos las hemos arreglado para apoyar a los más vulnerables” (1999).
Pero, como tantas veces ocurre en los discursos de birlibirloque, la locución sustituye a expresiones más crudas; por ejemplo, “los más desfavorecidos”, “los más pobres”, “los excluidos”, “los desatendidos”, “los desamparados”. Y a veces, en contextos determinados, también ocupa el lugar de “los indigentes”, “los desvalidos”, “los marginados”…, “los hambrientos”.
Ya se ve que los recursos del español para nombrar a los pobres son paradójicamente muy ricos.
El adjetivo “vulnerable” se forma a partir de “vulnerar”, que procede del latín vulnerare, derivado a su vez de vulnus (herida). Por tanto, “los vulnerables” significa “los heribles”. Y así lo indica el Diccionario: “Vulnerable. Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente”. (Aún no se ha añadido “económicamente”).
Ahora bien, el hecho de que alguien pueda ser herido no significa que esté herido ya. Es decir, una cosa es ser vulnerable y otra vulnerado. Y los políticos se olvidan precisamente de los vulnerados, para hablar sólo de los vulnerables: los que se hallan en situación de riesgo pero, como gozan de su fantástica protección (“vamos a proteger a los más vulnerables”), se vienen librando.
Y ahí tenemos la manipulación. Al decir solamente “los vulnerables” se activa en el público la imagen de que todos estamos estupendamente, aunque algunos corran ciertos riesgos.
Así pues, cuando un político habla de “proteger a los más vulnerables” está incurriendo en una maniobra de distracción porque oculta a los que ya fueron desahuciados, a quienes no cubren sus deudas ni con el nuevo subsidio, a los que han visto cómo se alimentaba a sus hijos a base de pizzas, a los que sufrieron daños irreversibles.
Esta pandemia ha dejado empobrecidas y desvalidas a muchas personas. Y el discurso político, si quiere ser justo, debe abarcar tanto a los vulnerables, para defenderlos, como a los vulnerados, para ayudarlos. Se trata de dos acciones distintas porque el segundo término no está comprendido en el primero.
El Estatuto de los Trabajadores afecta por igual a las trabajadoras; y un concurso público para jefe de servicio lo puede ganar una candidata, pero es difícil incluir simultáneamente en una posibilidad pasiva (“acabable”, “adquirible”, “contagiable”…) una realidad cumplida (“acabado”, “adquirido”, “contagiado”). Por tanto, usar el eufemismo “los vulnerables” y ocultar a vulnerados y empobrecidos constituye un claro ejemplo de verdadero lenguaje excluyente. Aquí sí hace falta una duplicación.
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