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El confinamiento ha aumentado la lectura en pantallas. ¿Es eso bueno para nuestro cerebro?

Una transforma silenciosa de uno de nuestros circuitos neuronales está en curso. ¿Tiene ventajas consumir contenido en papel frente a hacerlo en móvil o en libro electrónico?

Una joven lee un libro digital en Sevilla el pasado 20 de mayo.
Una joven lee un libro digital en Sevilla el pasado 20 de mayo.PACO PUENTES (EL PAIS)
Carmen Pérez-Lanzac

El circuito neuronal que nos da la capacidad cerebral para leer está rápidamente cambiando para todos. Tabletas, ordenadores, portátiles, Kindles y móviles van sustituyendo a los viejos libros, realizando una silenciosa transformación en cada uno de nosotros. El ser humano no nació para leer. La adquisición de la alfabetización es uno de los logros más importantes del Homo sapiens. El acto de leer reorganizó completamente un circuito de nuestro cerebro. Cambió la estructura misma de las conexiones neuronales y eso transformó la naturaleza del pensamiento humano. En 6.000 años, la lectura ha impulsado nuestro desarrollo intelectual. La calidad de nuestra lectura no es solo un indicador de nuestro pensamiento, es el mejor camino que conocemos para desarrollar vías nuevas en la evolución cerebral de nuestra especie. Pero ¿cómo ha cambiado la calidad de nuestra atención a medida que leemos más y más en pantallas y dispositivos digitales? Este proceso se ha visto reforzado durante el confinamiento. ¿Estará, como afirmó el filósofo Josef Pieper, disminuyendo nuestra capacidad de percepción al enfrentarnos a un exceso de estímulos y de información?

En su libro Lector, vuelve a casa (Deusto, febrero), la neurocientífica Maryanne Wolf, directora del Centro para la Dislexia de la Universidad de California en Los Ángeles, cuenta que en el cerebro impera una máxima: “Usa esa capacidad o piérdela”. Así, cada soporte de lectura beneficia unos procesos cognitivos en detrimento de otros. Wolf lanza una pregunta: ¿La mezcla de estímulos que distraen continuamente nuestra atención y el acceso inmediato a múltiples fuentes de información aporta al lector menos incentivos para construir sus propios almacenes de conocimiento o para pensar por sí mismo de forma crítica?

Un estudio reciente probó que entendemos peor los textos informativos si los consumimos en soportes digitales

La plasticidad de nuestro cerebro nos permite formar circuitos cada vez más extensos y sofisticados en función de qué leemos y en qué soporte lo hacemos. Como sugirió el psicólogo cognitivo Keith Stanovich, aquellos que no hayan leído mucho y bien, tendrán menos base para la inferencia, la deducción y el pensamiento analógico, haciéndoles propensos a caer presa de información no contrastada o falsa. Wolf cree que ya no vemos ni escuchamos con la misma calidad de atención porque vemos y escuchamos demasiado y, además, queremos más. Ella misma experimentó el cambio. Tuvo que empeñarse para releer El juego de los abalorios, de Hermann Hesse, uno de los libros que la marcaron en su juventud y que recordaba que no era especialmente ligero. Tras un primer fracaso, tuvo que fijar periodos de 20 minutos de lectura para terminar el libro, lo que le llevó dos semanas. “El vertiginoso ritmo al que acostumbraba a leer mis gigabytes diarios de información no me permitía detenerme lo suficiente como para entender lo que Hesse estaba transmitiendo”, escribe en Lector, vuelve a casa.

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La lingüista Naomi Baron es, junto con Wolf, la punta de lanza en este asunto en Estados Unidos. Baron cuenta que los jóvenes cambian de medio de comunicación 27 veces por hora y de media consultan su teléfono móvil entre 150 y 190 veces al día. Por su plasticidad, afirma el neurocientífico argentino Facundo Manes, el cerebro se adapta a los cambios ambientales y la atención que prestamos a los avances posibles gracias a las nuevas tecnologías nos enfrenta a una nueva forma de procesar la información. El cerebro debe adaptarse a estos cambios y los niños y los jóvenes que están creciendo entregados a las nuevas tecnologías posiblemente desarrollen y potencien la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo “en detrimento de otras capacidades”.

¿Estará disminuyendo nuestra capacidad de percepción al enfrentarnos a un exceso de estímulos y de información?

No todos los expertos están de acuerdo con esta tesis ni creen que nuestra lectura se vea afectada por el formato elegido. La Comisión Europea quiso fomentar el debate y sufragó entre 2014 y 2018 (con un millón de euros en total) el proyecto E-Read, que financió a 200 profesores universitarios de toda Europa para que estudiaran el asunto y se reunieran con cierta periodicidad. Anne Mangen, del Centro de Lectura de la Universidad de Stavanger, Noruega, fue una de las coordinadoras del grupo. De aquella experiencia destacan varios estudios, dos de ellos de la propia Mangen: comparó la comprensión en formato impreso y en Kindle de un relato corto picante y de otro de misterio de 28 páginas (el más largo estudiado hasta el momento) entre un grupo de estudiantes de instituto. Llegó a la conclusión de que los estudiantes que habían leído el libro impreso entendieron mejor ambos relatos, especialmente a la hora de ordenar la historia cronológicamente.

Ladislao Salmerón, profesor de Psicología Evolutiva y Educación en la Universidad de Valencia, fue, junto con su entonces becario, Pablo Delgado, el autor del estudio más relevante del conocido como Grupo de Stavanger. Realizaron un metaestudio de 54 estudios realizados entre 2000 y 2017 con un total de 170.000 participantes de distintas edades que demuestra que la comprensión de textos expositivos e informativos (no narrativos) es más elevada cuando se lee en papel que cuando se lee en un medio digital, especialmente si el lector se encuentra con un tiempo de lectura limitado. “Lo que encontramos es que, a igualdad de condiciones, sistemáticamente se entiende mejor lo leído en papel”, afirma Salmerón. Y lo que más le sorprendió: cuanto más jóvenes eran los sujetos, mayor era la diferencia de comprensión entre ambos formatos.

Durante la década pasada hubo un importante esfuerzo por acercar las pantallas a las escuelas. El proyecto One Toplap per Child, pensado para reducir la brecha digital, llevó miniordenadores a niños desde Uruguay a Ruanda. Otros proyectos los llevaron a Glasgow o Kansas. También dentro de España hubo esfuerzos por acercar la tecnología a los menores. La Junta de Andalucía entregó un miniordenador a 390.000 menores. Salmerón, que está en contacto con la comunidad educativa, afirma que cada vez recibe más peticiones para hablar sobre los posibles efectos negativos de la excesiva lectura en pantallas. “La tecnología se metió en las escuelas llevada por una esperanza y una fe”, afirma Anna Mangen, “y a mucha gente le da vergüenza quedar anticuado vetando la tecnología”. Ladislao no olvidará la reacción de un alto cargo danés que asistió a una de las presentaciones del Grupo de Stavanger: “Pero ¿qué hemos hecho?”.

“El vertiginoso ritmo al que acostumbraba a leer no me permitía detenerme para entender”.
Maryanne Wolf, neurocientífica

Uno de los asuntos que preocupan a los expertos en enseñanza es los efectos que esta nueva forma de leer puede estar teniendo en las universidades. Una encuesta a profesores universitarios de Estados Unidos y Noruega de Baron y Mangen, que verá la luz el año que viene, reveló que el 40% de los 150 encuestados piden a sus alumnos menos lecturas que antes y un tercio de ellos contestó que lo hacía porque directamente no leían lo que les pedían que leyeran. Un 81% afirmó que en su opinión la tecnología digital está llevando a los estudiantes a hacer lecturas más superficiales.

Distintos grados de interés en Europa

Antes de que se decretara el estado de alarma, Salmerón estaba preparando un estudio con unos 100 universitarios para detectar, mediante electroencefalograma, el nivel de atención durante la lectura en formato impreso y digital (la financiación la aportaba el BBVA). En estos momentos está elaborando los resultados de una encuesta a 4.000 españoles sobre los cambios en los hábitos lectores durante el confinamiento. El profesor cree que si bien el aumento de la lectura digital va a ayudar a llegar a alumnos que de otra forma no hubieran tenido acceso a lecturas en papel, resulta urgente encontrar soluciones para limitar los efectos negativos que el formato digital tiene en la comprensión lectora. Ve un importante contraste en el interés hacia este asunto respecto al norte de Europa. Afirma que para hacer un estudio sobre el beneficio de la lectura en pantallas encuentra a infinidad de candidatos. En cambio, para estudiar su lado negativo, le cuesta encontrar participantes y patrocinadores. Nombra a André Schueller-Zwierlein, el responsable de la biblioteca de la Universidad de Ratisbona (Alemania), por su esfuerzo en el fomento de la lectura profunda. Schueller-Zwierlein afirma que, en su opinión, las bibliotecas tienen la responsabilidad de habilitar distintas salas para distintos tipos de lectura (en su biblioteca hay 13 salas distintas) y promover la enseñanza de competencias lectoras.

Hace poco más de un año, el Grupo de Stavanger publicó una declaración que resume los resultados obtenidos por los investigadores participantes. Uno de los responsables de su redacción, Paul van den Broek, experto holandés y miembro del grupo de profesionales que elaboran el informe PISA, destaca que él no es contrario a la lectura digital, pero señala que cada formato tiene un público para el que es adecuado y que se debería estudiar más el asunto. La declaración defiende la relevancia del texto impreso para la lectura de textos largos, especialmente cuando se trata de comprender en profundidad y de retener la información. Entre las recomendaciones que incluye destacan tres: 1) aumentar la investigación acerca de las condiciones bajo las cuales aumenta o disminuye el aprendizaje y la comprensión en textos impresos y digitales, 2) que se enseñe a los estudiantes estrategias para el dominio en los entornos digitales de la lectura en profundidad y que los centros educativos motiven a los estudiantes a leer libros impresos en su espacio curricular y 3) que los maestros sean conscientes de que intercambiar lo aprendido mediante papel y lápiz no es indiferente al cambio por lo digital.

Leer no siempre es divertido. Conlleva esfuerzo, afirma Anna Mangen. “Deberíamos pedir evidencias de que la lectura digital mejora la lectura”, afirma la experta noruega, que subraya: “Es importante, pues es una cuestión de salud mental”. Como dijo el visionario tecnológico Edward Tenner, sería una lástima que una tecnología tan genial acabara amenazando el tipo de intelecto que la hizo posible.

Para qué o para quién es mejor, esa es la pregunta, Por Facundo Manes (neurocientífico y doctor por Cambridge)

Leer supone, en primera instancia, reconocer la forma de las letras y, con ellas, las palabras. Pero además mientras leemos percibimos la totalidad del texto como si se tratara de un paisaje. Así, nos hacemos una representación mental de este, que nos sirve de base para interpretar la información que vamos procesando. En las neurociencias no hay consenso sobre cuál es el formato más adecuado para la lectura. Muchos estudios muestran las ventajas del papel, mientras que otros señalan que no hay diferencia alguna entre ambos formatos o bien muestran las ventajas del formato digital. La pregunta importante no es qué formato es mejor, sino para quién, para qué y cuándo. ¿Es lo mismo para un adulto que para un niño? ¿Es mejor para las lecturas de la escuela pero peor para la lectura recreativa? ¿Hay alguna ventaja que justifique el uso de un formato concreto para textos de ficción y no para los técnicos?

 

Uno de los cambios estructurales que se da en la lectura digital es que en ella la experiencia del límite no se produce de una manera tan acabada como en la lectura en papel: cuando leemos en pantalla vemos solo una parte del libro, podemos movernos para adelante o para atrás a lo largo del texto, pero no está tan clara esa noción de finitud del texto. Por eso no es azarosa la metáfora de la “navegación” que se usa para referirse a Internet, ya que no hay un camino prefijado y tampoco se sabe dónde está la orilla. Un libro tradicional, en cambio, ofrece al lector unos rasgos topográficos que le permiten orientarse sin perder de vista el conjunto: la página de la izquierda, la página de la derecha, las cuatro esquinas y un texto fluido que no se ve interrumpido por enlaces o publicidades. A esto se suma la posibilidad de tocar las páginas con las manos y dejar una huella a medida que se avanza en la lectura, lo cual nos brinda un informe sensorial-motor de cuánto hemos leído y cuánto nos falta. Todos estos elementos hacen que muchas personas perciban la lectura en papel como algo más controlable, en tanto les ofrece un mapa mental coherente sin ninguna traba. A su vez, la orientación espacial tiene impacto en la memoria: muchas personas afirman que les resulta más fácil recordar lo leído cuando recuerdan dónde estaba situada la información.

 

La interacción con el texto es distinta en cada soporte ya que este se halla relativamente obturado (por ejemplo, en un formato sin posibilidad de edición) o tiene una capacidad de inserción sin marcas de límites entre lo ajeno y lo propio (por ejemplo, en un texto de procesador). Escribir en los márgenes, subrayar, destacar y volver atrás para releer alguna frase es algo más ligado al libro de papel. Ese sentido de apropiación del texto a partir de los trazos originales hace del libro algo más próximo. Aunque quizá sea por el hecho de haber leído siempre en ese formato. Es importante entender que la comprensión lectora es un proceso posterior a la descodificación: primero se lee y después se comprende lo leído. Sabemos que, para un lector, no es lo mismo leer en una pantalla que en un libro. Faltan más investigaciones que estudien el efecto del uso de la tecnología en el funcionamiento cognitivo a largo plazo. Mientras tanto, la clave estaría en usar la tecnología de manera equilibrada y saludable.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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