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Foucault y Bourdieu: la batalla de dos pensadores contra el neoliberalismo radical

Los dos intelectuales franceses quisieron reinventar la izquierda; una misión que sigue vigente, según cuenta en su último libro el sociólogo Christian Laval

Jean-Paul Sartre, Andre Gluksmann y Michel Foucault, con un megáfono, en una manifestación en París en 1969
Jean-Paul Sartre, Andre Gluksmann y Michel Foucault, con un megáfono, en una manifestación en París en 1969GERARD-AIME/Gamma-Rapho/ Getty Images (Gamma-Rapho via Getty Images)

Foucault y Bourdieu, es cierto, se ignoraron el uno al otro. Esto se debe en parte a la vida intelectual francesa. Es como si hubiera funcionado a pleno rendimiento el “efecto silo”, es decir, cierto funcionamiento del campo intelectual en el que los “maestros” no se discuten, no se citan, prosiguen sus respectivos trabajos con una indiferencia fingida o real, pero en todo caso efectiva, respecto de las investigaciones de sus contemporáneos. Esta ignorancia recíproca es manifiesta en lo que al neoliberalismo se refiere. Bourdieu, cuando empieza a hacer de él su objeto y su diana, a finales de los años 1980 y a comienzos de los 1990, no se refiere, al menos en sus escritos publicados, a los cursos en el Collège de France de Foucault. Tampoco menciona trabajos que se desarrollan en Italia, en Inglaterra o en los Estados Unidos en el campo de los estudios sobre la gubernamentalidad (governmental studies).

Sin embargo, hay un nivel en el que se encuentran repetidamente: el de la historicidad del hombre económico. Según ambos autores, que han llegado al mismo análisis por vías diferentes, una “realización” del hombre económico está en curso. El neoliberalismo presenta, tanto para el uno como para el otro, una aceleración de la construcción política de los hombres económicos. El lugar teórico de un encuentro posible reside, más ampliamente, en la “construcción de la economía capitalista”, que supone no sólo la destrucción de los frenos, las trabas y las reglas, sino también la construcción de instituciones, de normas, de leyes y de subjetividades. Si al fin y al cabo son contemporáneos es porque, extrayendo uno y otro lecciones de los límites del marxismo, abandonan la idea de que el capitalismo sería el movimiento autónomo a partir del cual se edificarían superestructuras que reflejan la base económica. La racionalidad capitalista no se impone únicamente por el movimiento expandido del capital que colonizaría mediante la mercantilización la totalidad del espacio social. Es necesaria una palanca política, un plan institucional, una acción normativa y simbólica.

Pero hay también otro encuentro logrado que es político. Ambos —y éste es el motivo de nuestra investigación— consideraron el neoliberalismo como una forma política que desafía a la “izquierda” e impone repensar por entero la crítica del orden existente. Y esto se basa en un acuerdo entre ellos más fundamental acerca del papel, al mismo tiempo crítico y prospectivo, del intelectual. Foucault precisó los términos de este acuerdo: “Creo que su papel [del intelectual] es precisamente mostrar constantemente cómo aquello que parece evidente en lo que es nuestra vida cotidiana es de hecho arbitrario y frágil, y que siempre podemos sublevarnos. Y que siempre y en todas partes hay razones para no aceptarla, esa realidad, tal como no es dada y se nos propone. No sé cómo cierto número de comentaristas y críticos, más críticos que comentaristas si ustedes quieren, han llegado a formarse la idea de que para mí, siendo las cosas como son, no es posible moverlas. Cuando yo he hecho todo lo contrario”. He aquí una reflexión que hubiera podido firmar Bourdieu sin reservas.

Pero la convergencia entre ambos autores supera la intención crítica de sus respectivos trabajos. Y esta convergencia se lee entre líneas en sus trabajos sobre el neoliberalismo. Reside en la conciencia que tienen del cambio de época que vivimos. No basta con decir, como muchos marxistas, que “el capitalismo siempre será capitalismo” y que, en consecuencia, nunca hay que alejarse mucho de los escritos de Marx. Esta reverencia ante el texto conduce al inmovilismo teórico y a la impotencia práctica. Es preciso, por el contrario, dar todo su lugar en el análisis a la renovación de las formas del poder. Tanto para Bourdieu como para Foucault, el “neoliberalismo” es el nombre de esta novedad histórica que hay que pensar como tal. No lo plantean tan sólo por motivos de exactitud intelectual, sino también de eficacia práctica. La esperanza que comparten, el objetivo que comparten, a más de una década de distancia, es la reinvención de la izquierda. Entendámoslo bien: el problema no es para ellos ser “intelectuales de izquierda”, incluso dominar la intelligentsia de izquierda, sino hacer avanzar el pensamiento y modificar la acción de quienes se oponen al orden existente. Esta ambición es explícita en Bourdieu. ¿Lo es tanto en Foucault?

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La necesidad de reinventar la esperanza

En realidad, Foucault “no quería hacer política”, pero jamás abandonó la tarea de pensar la política. ¿Acaso no concibió, en 1983, un proyecto de libro blanco sobre la política socialista, prueba de que el tema le importa mucho? Pero, sobre todo, se preocupa constantemente por la necesidad de reinventar la esperanza, sin la cual la crítica del presente es imposible. Esta reinvención es el horizonte de su trabajo: “Ya no hay en la tierra un solo punto de donde pueda brotar la luz de una esperanza. Ya no hay orientación. [...] Tenemos que empezar todo de nuevo desde el comienzo y preguntarnos a partir de qué se puede llevar a cabo esta crítica, en una palabra, la importante tradición del socialismo debe ser fundamentalmente cuestionada, porque todo lo que esta tradición socialista ha producido en la historia debe ser condenado”.

Como ya no hay brújula, estamos obligados a inventar. La tarea no consiste en permanecer fieles a la tradición, menos todavía en cultivar la nostalgia, sino en crear un nuevo arte de gobernar y gobernarse.

Bourdieu tiene la misma preocupación cuando trata de repensar las formas del movimiento social y las articulaciones entre investigadores y actores. Sin duda, los conceptos no son los mismos, ni lo son, por otra parte, las vías que proponen explorar. Según él, la lucha debe dirigirse ante todo al plano teórico y simbólico, mientras que Foucault apuesta por nuevos modos de subjetivación capaces de engendrar esta «reinvención de nosotros mismos». (…)

Ni Bourdieu ni Foucault dijeron la última palabra sobre el neoliberalismo, que no cesa de metamorfosearse mientras se extiende y se radicaliza. No sólo no pueden haberlo dicho todo sobre una historia que prosiguió e incluso se agravó considerablemente tras su muerte, sino que sus análisis son hoy en día insuficientes. Tienen en común, por decirlo de algún modo, su aislamiento respecto a otras formas de crítica social y política. Este aislamiento ya no es sostenible cuando se están produciendo tantos desarrollos importantes, desde los nuevos marxismos y las heterodoxias económicas, pero también desde otros sectores del pensamiento crítico.Foucault, Bourdieu y la cuestión neoliberal

A fin de cuentas, no basta con preguntarse lo que uno y otro han legado a la posteridad de la investigación. Hay que inspirarse en sus análisis sin tratarlos como cuerpos teóricos cerrados sobre sí mismos que deban ser tomados en bloque para repetirlos como dogmas, al modo de la escolástica marxista de ayer. Y la relación necesariamente libre con estos dos autores no debe hacernos olvidar otra obligación que tenemos hacia ellos: dar cuenta de la coherencia teórica de su pensamiento y de su fuerza crítica.

Christian Laval (Francia, 1953) es profesor de Sociología en la Universidad de París X Nanterre y director del programa en el Collège International de Philosophie. Este texto es un extracto de su libro ‘Foucault, Bourdieu y la cuestión neoliberal’, de editorial Gedisa, disponible en e-book.

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