2021
No resulta inconcebible la idea de que este momento constituya un hito en la creciente influencia planetaria de China


La memoria no es nuestro fuerte. ¿Quién se acuerda ya de aquellas promesas, en 2008, sobre la refundación del capitalismo? Incluso aquel dineral que prestamos a los bancos ha quedado en el olvido. El mundo cambió después de aquella crisis. Y fue un cambio a peor. Pero quizá esta vez las cosas sean distintas. Para empezar, por los muertos. Hay gente que está perdiendo a las personas que más quiere y quedarán, como recordatorio, grandes vacíos. También porque esta experiencia la compartimos todos, incluyendo a los cretinos que aún no se han enterado.
Ignoramos cómo evolucionarán las cosas en los próximos días y semanas y, por tanto, lo suyo ahora mismo es extremar la prudencia y evitar especulaciones. Lo único que sabemos con certeza es que esto pasará. Con todas las cautelas necesarias, me parece aceptable formular algunas hipótesis (suposiciones a partir de los datos disponibles) para cuando las heridas individuales y colectivas empiecen a cicatrizar.
Ojalá en 2021 tengamos aún presente que esta pandemia no surgió de un oscuro rincón de África y no la extendieron los inmigrantes, sino los viajeros aéreos, los ciudadanos más o menos acomodados. Ojalá los europeos no olvidemos que esta vez somos nosotros los indeseables en otras regiones del mundo y mejore nuestra capacidad de empatía. Ojalá permanezca en nuestro espíritu una convicción que parece extenderse en estos momentos: la de que tiene sentido hacer pequeños sacrificios (sí, pequeños) para proteger a nuestros congéneres más vulnerables.
No resulta inconcebible que este momento acabe siendo para el neoliberalismo lo que fue Josef Stalin para el comunismo: la toma de conciencia de que las ideologías dogmáticas pueden generar monstruos, más horrendos cuanto más dogma. El mercado, estamos viéndolo, no lo resuelve todo. Y comprobamos que ciertas cosas que ya considerábamos valiosas, como una buena sanidad pública, son importantísimas. Anotémoslo para cuando haya que decidir quiénes pagan la factura de la crisis y cómo se redistribuyen unos recursos que, cuando amaine, serán escasos.
Tampoco resulta inconcebible la idea de que este momento constituya un hito en la creciente influencia planetaria de China. De China surgió el virus. De China está llegando, y seguirá haciéndolo, una información valiosa sobre cómo enfrentarse a él. También llega de China ayuda material para Italia; es muy posible que esa ayuda sea necesaria próximamente en otros países europeos. Eso contrasta con la actitud de Estados Unidos, cuyo gobierno no se molesta en consultar con sus aliados europeos, o dar previo aviso, cuando toma decisiones como la supresión total del transporte aéreo de pasajeros: ya sabemos que si las cosas van mal no podemos contar con la vieja hiperpotencia.
También estamos constatando la relativa irrelevancia actual de la Unión Europea. Cada Estado adopta sus medidas y finge sordera cuando el vecino grita: ¿cuántos gobiernos respondieron cuando Italia pidió material sanitario de emergencia? Al parecer, la única institución europea con la que contamos (y no hace maravillas) es el Banco Central. ¿A eso se reduce la integración? ¿Somos solamente una moneda común? Confiemos en que después, en el momento de la reconstrucción, la UE sirva para algo más.
Lo urgente, hoy, es frenar la propagación del virus. Lo importante es hacer lo posible para reducir al máximo el número de víctimas. Lo aconsejable es no olvidar lo que estamos viviendo.
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