De DiCaprio a Will Smith: 9 intentos desesperados por ganar un Oscar que terminaron en fracaso
Vivimos la campaña de Oscars más rara de la historia, pero ni siquiera este año nos hemos librado del típico papel que aspira a conseguir uno de forma excesivamente obvia. Es el caso de Glenn Close en ‘Hillbilly, una elegía rural’. Pero no es la primera vez que ocurre: todas estas estrellas lo han intentado sin éxito
El estreno en Netflix de Hillbilly, una elegía rural, un drama sobre una familia del Medio Oeste norteamericano que subsiste en la pobreza extrema, se ha saldado con las críticas más crueles del año. “Es en lo que los ricos creen que consiste ser pobre”, señala Allisa Wilkinson en Vox. “Hace cosplay con la pobreza”, critica David Fears en Rolling Stone. “Un cebo descarado y sin pudor para los premios”, resumía en Vanity Fair Richard Lawson.
Las interpretaciones de Amy Adams y Glenn Close han sido ridiculizadas por la comunidad cinéfila. Charles Bramesco analiza cómo se pueden percibir los mecanismos en la cabeza de ambas actrices por sobreactuar, con escenas de lucimiento (monólogos y ataques de pánico) tan exageradas que acaban cayendo en la parodia involuntaria. “Son el tipo de papeles que suelen atraer la atención de los premios”, indica Jason Bailey. “Estrellas de cine transformándose en gente normal y gritando mucho”.
Adams y Close son las dos intérpretes vivas con más nominaciones al Oscar (seis y siete, respectivamente) sin haberlo ganado nunca, lo cual ha generado la percepción de que están tan cansadas de perder que han apostado por lo fácil. Pero no son las primeras en aceptar personajes matemáticamente concebidos para ganar premios, las estrellas de Hollywood llevan décadas apostando por papeles que parecían apuestas seguras pero solo despertaron sorna. Aquí van nueve ejemplos.
Halle Berry en Frankie & Alice (Geoffrey Sax, 2010)
Quién era la estrella: Tras una década permanentemente a punto de ser una estrella (con papeles secundarios en Boomerang, Los picapiedra o X-Men), Berry alcanzó por fin el éxito de taquilla y el Oscar en 2001. El mismo año que protagonizó uno de los desnudos más publicitados del cine en Operación Swordfish (pidió medio millón extra por mostrar los pechos o, como explicó el director, “250.000 por teta”), la actriz demostró su talento dramático en Monster’s Ball convirtiéndose en la primera actriz afroamericana en ganar el Oscar como protagonista. Pero su siguiente proyecto, Catwoman, la convirtió en un hazmerreír y su carrera nunca remontó.
Qué ingredientes tenía: La personalidad múltiple supone un arma de doble filo para cualquier actor: le permite lucir su versatilidad, pero corre el peligro de despertar pitorreo entre el público. Sally Field ganó el Emmy por Sybil, Joanne Woodward, el Oscar por Las tres caras de Eva y Edward Norton se convirtió en uno de los actores mejor considerados del mundo gracias a su nominación por Las dos caras de la verdad. Frankie & Alice, desde luego, era un salto mortal para Halle Berry al interpretar a una mujer con tres personalidades: una stripper de 25 años, un niño de 7 y una mujer blanca y racista del sur de Estados Unidos. Se rodó en 2008, se proyectó en Cannes en 2010, Berry logró la nominación al Globo de Oro (eso no significa nada, como bien sabe Sharon Stone) en 2011 y se estrenó sin ninguna repercusión en 2014.
Qué dijo la crítica: “Cuando, durante el clímax, Frankie salta de una personalidad a otra rápidamente, la historia queda en un segundo plano detrás del espectáculo de Berry sufriendo un ataque de fiebre de Oscar” (Michelle Orange).
Sharon Stone en Condenada (Bruce Beresford, 1996)
Quién era la estrella: Stone se convirtió en el mito erótico oficial de la década gracias a Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) y enseguida logró una nominación al Oscar por su revelación dramática en Casino (Martin Scorsese, 1995). Pero ella quería más.
Qué ingredientes tenía el papel: Una presa en el corredor de la muerte, como el papel que le dio el Oscar a Susan Hayward en 1959 por ¡Quiero vivir!. Stone apostó por una fórmula supuestamente infalible: dirigida por Bruce Beresford (Paseando a Miss Daisy), la actriz interpretaba a una víctima traumatizada que despertase la compasión del público con una interpretación cruda (es decir, sin maquillaje y con el pelo sucio). Su personaje era una condenada a muerte por haber asesinado a dos adolescentes cuando era una chiquilla adicta al crack (Stone interpretaba también los flashbacks, con una peluca negra para hacerla pasar por adolescente) y el drama se centraba en los intentos de su abogado (Rob Morrow) por salvarla de la inyección letal. Pero la actriz no solo no consiguió la nominación, sino que la película fue ignorada por el público (recaudó cinco millones con un presupuesto de 40, que en la película no aparece por ningún lado porque todo son interiores) y le granjeó a Stone una nominación al Razzie a la “Peor actriz revelación” por su nueva faceta de intérprete dramática. Perdió contra Pamela Anderson por Barb Wire.
Qué dijo la crítica: “La película no es Pena de muerte con una rubia tonta, pero ese título satírico no le queda lejos: es formulaica y extrañamente distante” (Desson Howe). Sharon Stone siguió intentándolo hasta el punto de verse envuelta en un escándalo cuando se descubrió que había enviado un reloj de oro a cada votante de los Globos de Oro en 1998 (cuando la nominaron por La musa). Solo tres de los 93 votantes devolvieron el regalo.
Dennis Quaid en Bienvenido al paraíso (Alan Parker, 1990)
Quién era la estrella: Nada más anotarse un éxito de taquilla con El chip prodigioso y casarse con la Novia de América, Meg Ryan, Quaid se abalanzó sobre una de esas películas que llevan impregnado el adjetivo “importante” en cada fotograma.
Cuáles eran los ingredientes: El prestigioso director Alan Parker (El expreso de medianoche, Arde Mississippi) abordó un épico drama sobre un proyeccionista de cine que se enamora de una japonesa. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, su esposa es internada en un campo de concentración del ejército estadounidense y él no parará hasta salvarla.
Qué dijo la crítica: “Una película de prisioneros en la que no ocurre nada, realmente, el campo es una excusa para rodar planos de nubes de polvo contra el sol del desierto” (Owen Gleiberman). Pero lo que ha hecho que Bienvenido al paraíso pase a la posteridad, aparte de su banda sonora omnipresente en los tráilers de los noventa, es que fue señalada por un estudio de la Universidad de Los Ángeles como la película más supuestamente oscarizable jamás rodada: ambientación bélica, historia de amor truncada, drama épico, sufrimiento, crímenes de guerra, cine dentro de cine, niños que sufren, intrigas políticas, paisajes naturales, discapacidades, contexto histórico, racismo, estreno en diciembre, eventos históricos trágicos y mensaje inspirador. No solo no logró ni una sola nominación, sino que cayó en el olvido inmediatamente y ni siquiera la televisión de los noventa, donde podría haber arañado un estatus de clásico, quiso recuperarla.
Will Smith en Belleza oculta (David Frankel, 2016)
Quién era la estrella: Los orígenes de Smith en el cine forman ya parte del folclore de Hollywood: cuando se anunció el final de El príncipe de Bel-Air se sentó con su agente y juntos calcularon qué elementos tenían los mayores blockbusters (ciencia-ficción, explosiones, humor, etc). Con ese criterio encadenó taquillazos verano tras verano: Dos policías rebeldes, Independence Day, Men in Black, Enemigo público... convirtiéndose en la estrella favorita del planeta. El siguiente paso natural fueron los dramas de prestigio y para ello Smith siguió apostando por fórmulas: el negro que le cambia la vida a un blanco (La leyenda de Bagger Vance), el biopic deportivo (Ali, que le dio su primera nominación al Oscar) o el mendigo que triunfa gracias a su ingenio y buen corazón (En busca de la felicidad, su segunda nominación). Pero fue perdiendo su toque mágico (Siete almas, Men in Black III, After Earth) y, en 2016, trató de regresar a las grandes ligas rodeándose de otras estrellas en vez de liderando sus películas en solitario. En verano, El escuadrón suicida. En invierno, Belleza oculta.
Qué ingredientes tenía: Un reparto con 19 nominaciones al Oscar y dos victorias (Kate Winslet, Edward Norton, Helen Mirren, Keira Knightley, Naomie Harris) y un cuento mágico sobre el duelo y la pérdida. Un creativo de una agencia de publicidad pierde la fe en la humanidad tras la muerte de su hija. Lo superará gracias a un grupo de ayuda donde se enamora de una mujer que también ha perdido a su hija y mediante conversaciones con el Tiempo (Jacob Latimore), el Amor (Knightley) y la Muerte (Mirren). [Spoiler] Al final se descubre que esos tres seres mágicos eran actores contratados por su empresa para que se reincorporase al trabajo cuanto antes y que la mujer de la que se ha enamorado es, de hecho, su esposa. No la recordaba porque tenía amnesia.
Qué dijo la crítica: “Parece la parodia de una película de Oscars, con interpretaciones sobreexcitadas y monótonas girando en torno a una trama tan solemne como estúpida” (Allen Adams).
Meg Ryan en Cuando un hombre ama a una mujer (Luis Mandoki, 1994)
Quién era la estrella: Entre Julia Roberts y ella revitalizaron la comedia romántica y se convirtieron en las actrices mejor pagadas del mundo. Ryan demostró que la adorabilidad puede ser una profesión.
Cuáles eran los ingredientes: Hollywood no suele prestarle atención al alcoholismo, porque prefiere glamourizar el consumo de alcohol, utilizarlo como recurso cómico o síntoma de que el héroe está tocando fondo. Ray Milland ganó el Oscar por Días sin huella en 1946, Jack Lemmon estuvo a punto por Días de vino y rosas y Meg Ryan fue nominada por este papel al galardón otorgado por el sindicato de actores en la primera edición de esos premios. Se comentó mucho en la época lo chocante que resultaba verla cayéndose en la ducha, dándole una bofetada a su hija o poniéndose violenta con su marido. Pero cuando escondía las botellas debajo de la escalera seguía resultando encantadora. Su clip de Oscar era un discurso final en su graduación de Alcohólicos Anónimos, en el que todos los asistentes lloraban y la aplaudían. Como curiosidad, el nombre de Andy García aparecía antes que el de Ryan en el póster. Y por si alguien no se acuerda bien, no, Andy García jamás fue más estrella que Meg Ryan. Cosas que pasaban en los noventa.
Qué dijo la crítica: Roger Ebert, que había sido alcohólico, alabó que la película “retratase con sabiduría y ambición cómo el alcoholismo afecta al tejido de un matrimonio” y destacó el trabajo de Ryan, a quien no ponía “ni un solo pero”. Pero Owen Gleiberman opinó que se trataba de “un culebrón en el que los personajes no pueden abrir la boca sin sonar como si estuvieran en medio de una sesión de terapia. No se basa en la experiencia de la adicción, sino en la experiencia de hablar sobre la adicción: es el anuncio de Alcohólicos Anónimos más largo del mundo”. Lo curioso es que, de haber sido nominada, es probable que Meg Ryan hubiese ganado: aquel año no había ninguna clara favorita y el premio fue para Jessica Lange por Las cosas que nunca mueren, una película que apenas había visto nadie.
Robert Downey Jr. y Jamie Foxx en El solista (Joe Wright, 2009)
Quién era la estrella: Downey Jr. había regresado a lo grande con los taquillazos Iron Man (Jon Favreau, 2008) y Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009), tras varios años de problemas legales por su adicción a las drogas, y pretendía recuperar el título de “mejor actor de su generación” con el que se le había bautizado en los noventa. Foxx había ganado el Oscar en 2007 por Ray y buscaba ratificar su prestigio dramático.
Cuáles eran los ingredientes: Una fórmula matemática: la historia de superación de un blanco de buen corazón que salva de la inmundicia a un negro esquizofrénico y genio de la música. Pero al final es el blanco quien acaba aprendiendo una valiosa lección. Dirigida por Joe Wright justo después del éxito de Expiación, su estreno estaba previsto para diciembre, en plena temporada de premios, pero la cosa empezó a oler mal cuando la distribuidora la retrasó al verano siguiente.
Qué dijo la crítica: “Aberrante. Un intento de modernizar las formas de expresión de la tradicional película-de-oscar que no logró obtener ni una triste candidatura” (Jordi Costa). “Un rico cóctel de todos los clichés endémicos de Hollywood, es fácil tildarla de cebo para los Oscar: cada uno de sus movimientos está calculado para agradar y provocar a los liberales, pero con mucho tacto” (Tom Hutchinson). Desde el fracaso de El solista, Downey Jr ha participado en 11 blockbusters y solo un drama adulto.
Kevin Bacon y Christian Slater en Homicidio en primer grado (Marc Rocco, 1995)
Quién era la estrella: Bacon parecía destinado convertirse en uno de los grandes actores de carácter de su generación junto a Penn, Seymour Hoffman o Day-Lewis. A Slater, Hollywood llevaba unos años intentando convertirlo en una estrella a toda costa: le metieron en pelis de culto adolescente (Heathers), repartos generacionales (Arma joven 2), superproducciones (Robin Hood, príncipe de los ladrones), comedias familiares (Kuffs, poli por casualidad), noir canalla (Amor a quemarropa), adaptaciones de bestsellers (Entrevista con el vampiro) o comedias románticas (Mil ramos de rosas). No hubo forma.
Qué ingredientes tenía: Un drama carcelario en el que Bacon sufre todo tipo de torturas en Alcatraz, donde pasa tres años encerrado en un zulo sin ver la luz. Slater hace del abogado idealista que se empeña en sacarlo de la cárcel. La amistad entre ambos personajes, la injusticia de la condena (el preso estaba encarcelado por haber robado cinco dólares para alimentar a su hermana cuando era adolescente ) y los kilos que perdió Bacon (quien, como Slater, presumía de haberse pasado horas encerrado en una celda para meterse en el personaje) garantizaban su presencia en los Oscar, pero pasó completamente desapercibida.
Qué dijo la crítica: “Bacon actúa como un amasijo de sufrimiento y victimización, casi tiene que contenerse para no comerse el decorado. Slater es demasiado joven para el papel y no tiene la confianza como para rebajar la intensidad: como DiMaggio, quiere darle a la pelota cada vez que aparece. Al final dejamos de creernos la historia, luego deja de importarnos y luego empezamos a admirar los fantásticos decorados” (Rogert Ebert). A pesar de colgarse el cartel de “basada en hechos reales” para adquirir una pátina de prestigio, Asesinato en primer grado cambió detalles esenciales: el verdadero preso no estaba ahí por robar cinco dólares para dar de comer a su hermana sino por asesinato, jamás estuvo en un zulo solitario y en 1972, a los 61 años, se saltó la condicional y desapareció sin dejar rastro.
Leonardo DiCaprio en J. Edgar (Clint Eastwood, 2011)
Quién era la estrella: Recién cumplidos los 20 años, DiCaprio parecía destinado a continuar la tradición de actores de carácter de los setenta gracias a su nominación al Oscar por ¿A quién ama Gilbert Grape? y su Oso de Plata en Berlín por Romeo + Julieta. Pero el fenómeno sin precedentes de Titanic lo convirtió en un ídolo adolescente, una imagen contra la que él decidió remar a toda costa trabajando con los directores más famosos de Hollywood: Spielberg, Scorsese, Scott, Mendes o Nolan. Para cuando su carrera se cruzó con Clint Eastwood, ya empezaba a generarse entre el público la percepción (correcta o no) de que DiCaprio deseaba ganar un Oscar con todas sus fuerzas. O, en cualquier caso, que la Academia se lo debía. Para cuando ganó finalmente en 2016 hubo quien propuso salir a las calles a celebrarlo: el Oscar de Leonardo se había convertido en un asunto de interés mundial.
Cuáles eran los ingredientes: J. Edgar Hoover, el fundador del FBI, es quizá el papel más oscarizable que DiCaprio ha hecho jamás: una figura histórica emblemática, con un conflicto interno por su orientación sexual y docenas de escenas en las que atravesar todas las emociones humanas y pasar del susurro a los gritos en cuestión de un contraplano. Scorsese decía que en la cara de DiCaprio pueden chocar varios los conflictos morales a la vez y J. Edgar era una oportunidad idónea para poner en práctica ese don, ya que Hoover era a la vez un héroe, un villano, un hombre enamorado y un maníaco. Y además envejecía varias décadas, mediante un maquillaje que provocaba risas incómodas en las salas de cine: la cara de Leonardo DiCaprio, para bien y para mal, era demasiado famosa.
Qué dijo la crítica: “La película libra una guerra contra sí misma y todo el mundo pierde. La dirección pesada, el guión torpe y los cadavéricos ungüentos de maquillaje conspiran para colocar la trama a una distancia emocional e histórica. Es como ver figuras de cera parcialmente en movimiento” (Joe Morgenstern).
Cualquiera en Cadena de favores (Mimi Leder, 2000)
Quién era la estrella: Kevin Spacey era un eterno secundario que saltó a la fama con dos Oscars en cuatro años (por Sospechosos habituales y American Beauty), Helen Hunt pasó de ser la actriz mejor pagada de la televisión por la telecomedia Loco por ti a arrasar en taquilla con Twister y ganar el Oscar por Mejor imposible y Haley Joel Osment era, sencillamente, el niño más famoso del mundo en aquel momento: Cadena de favores era su primer papel tras el fenómeno de El sexto sentido.
Qué ingredientes tenía: Además de su reparto, el argumento también parecía hecho con escuadra y cartabón para ablandar el corazón de los votantes de los Oscar: un niño muy introvertido (Osment), hijo de una stripper alcohólica (Hunt, interpretando a la Julia Roberts de Erin Brockovich) y un maltratador (Jon Bon Jovi) deciden promover un sistema llamado “cadena de favores” con la ayuda de su profesor (Spacey, quien aceptó el papel, negro en el guión original, después de que Denzel Washington lo rechazase), un hombre deprimido con la piel destrozada porque su padre le prendió fuego cuando era niño. El sistema consiste en que él le hace un favor a un desconocido, quien en vez de devolvérselo le hará tres favores a otros tres desconocidos, expandiendo así una red de buenas intenciones para hacer del mundo un lugar mejor. [¡ATENCIÓN SPOILER!] Cuando el niño está llevando a cabo su tercer favor, un compañero de clase lo apuñala y lo mata.
Qué dijo la crítica: “Está tan enamorada de su propio optimismo al respecto de la naturaleza humana que pretende que pases por alto sus personajes rígidos, la chirriante maquinaria de su trama y su asalto impúdico a tus lagrimales” (Dana Stevens).
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