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Están entre nosotros: dos centenares de especies animales con las que compartimos piso

En un apartamento normal pueden vivir dos personas, quizás un gato y casi seguro hasta otras 211 especies de animales. No se alarme: esta microfauna doméstica no suele suponer una amenaza. A menudo es hasta necesaria

Sergio C. Fanjul
Retrato de una hormiga con traje. En realidad, las hormigas son animales enormes al lado de todos los organismos que vienen con nosotros, en nuestras casas y en nuestras caras.
Retrato de una hormiga con traje. En realidad, las hormigas son animales enormes al lado de todos los organismos que vienen con nosotros, en nuestras casas y en nuestras caras.Evgeniya Smirnova (Getty)

Vemos cómo el precio de la vivienda, sobre todo en las grandes ciudades, se pone por las nubes y muchas personas se tienen que dar al coliving, la forma amable y cool del compartir piso de toda la vida: una experiencia dura donde las haya. Vivir solo es un privilegio, pero además es casi imposible por razones biológicas: aunque no los veamos, puede haber decenas o cientos de bichos no humanos pululando por ahí, sin hacerse visibles a nuestros ojos. Son insectos, ácaros, miriápodos o crustáceos, y usted, tal vez sin saberlo, les paga el alquiler.

En un pisito mono y sin estridencias puede haber desde 32 hasta 211 especies de animales, y muchos individuos de cada especie. No se alarme: por lo general, esta microfauna doméstica no supone una amenaza. “Pero algunos bichos sí que pueden ser peligrosos, como los mosquitos, las garrapatas o las pulgas, por las enfermedades que puedan transmitir”, explica el bioquímico y ambientalista David González Jara, que acaba de publicar el libro Un zoo en casa. La microfauna con la que convivimos (Plataforma Editorial), donde describe la jungla salvaje que tenemos dentro de la vivienda.

Otros bichos son beneficiosos, por ejemplo, ciertas arañas domésticas que se ocupan de comerse a los mosquitos. “En mi casa, después de discutir un poco con mi mujer, las respetamos: las tenemos por las esquinas y van cazando mosquitos”, dice González. Yéndonos al terreno de los microorganismos también encontramos ventajas: dos kilos de nuestro peso corporal están formados por bacterias, unos seres que solemos considerar como negativos para nuestra existencia, como “microbios”, pero que son imprescindibles para ciertos procesos de nuestro cuerpo, como la digestión. En parte, nosotros también somos bichos. Unos más que otros.

Los bichos prefieren nuestras manos

Dependiendo de las características de nuestro domicilio tendremos diferentes tipos de fauna: no es lo mismo vivir en la ciudad gentrificada que en la España vacía, no es lo mismo un bajo que un ático, no es lo mismo disponer de dos ventanas que de diez, no es lo mismo tener mascota que no tenerla. “Pero independientemente de dónde estemos, la naturaleza se va a colar”, dice González. “Es imposible que nos desvinculemos de ella”. Algunos lugares de la casa también son más proclives a la vida. Entre la ropa o la moqueta pueden vivir las polillas. En las cabezas se encuentran los resistentes piojos; en algunas entrepiernas, las ladillas. Los chinches pueden esconderse en los sofás o las camas. En el frigorífico podemos encontrar comida abandonada en mal estado, donde prospera el moho, que son hongos que flotan en el aire en forma de esporas. Todo está lleno de vida.

Dos chinches en la portada de <i>The New Yorker</i>
Dos chinches en la portada de The New Yorker

Una exposición celebrada en 2018 en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, titulada Compañeros de piso, la biodiversidad doméstica ahondaba en las historias sobre estos pequeños convivientes del mundo natural. Allí se explicaba cuáles eran, según los estudios, los lugares del hogar con mayor número de especies: el pomo de la puerta principal, el suelo y el interruptor de la luz en el baño, la encimera de la cocina, nuestras manos o nuestras narices. También las suelas de nuestros zapatos, donde viven hasta 400.000 colonias de bacterias. Las misteriosas pelusas que aparecen en algunas esquinas, cerca de los zócalos, tan etéreas, están formadas por pelos, polvo, restos de piel, ácaros, bacterias o esporas, todo junto y revuelto.

“En nuestro hogar se encuentran muchos ecosistemas diferentes”, explica González. “Estos bichos suelen preferir los lugares oscuros, húmedos y cálidos, el baño, los desvanes, la despensa...”. Y muchos de estos seres prefieren salir de noche, como los fiesteros, cuando nadie los ve. ¿Nunca han sorprendido a un pececillo de plata huyendo por los azulejos del baño al acudir a una micción de medianoche? “Son los lepismas, les gusta la humedad y odian la luz, el único problema que causan es que pueden comerse el papel de los libros y las paredes”, señala el científico. Si hay problemas con ellos, basta dejar que crezca otro bicho, la Scutigera coleoptrata, un ciempiés doméstico que es un fantástico depredador de los lepismas. Todo el drama natural de la depredación se da de noche, entre las juntas de las baldosas de nuestra ducha. “Lo más sorprendente de esta microfauna es su capacidad de adaptación: si hay comida, les vale, si no también, se adaptan a las humedades, a las temperaturas...”, cuenta el científico. No en vano, llevan mucho más tiempo que nosotros sobre la faz del planeta y posiblemente sobrevivirán a las grandes catástrofes que provoquemos en forma de cambio climático o invierno nuclear.

Los más inquietantes son unos inquilinos que viven sobre nuestro propio rostro. Los Demodex folliculorum y los Demodex brevis, unos ácaros primos de las arañas que se ponen cómodos dentro de los poros de nuestra piel y salen de noche a hacer amigos sobre nuestras mejillas; a veces practican sexo delante de nuestras narices, literalmente. Son microscópicos, pero tienen forma de monstruo lovecraftiano, con pequeñas garritas peludas y aspecto de lombriz. “Es posible que la desaparición de esos ácaros de la cara pueda causarnos desequilibrios en el sistema inmune”, dice el autor. En el caso de los microrganismos, sabemos que nuestro sistema inmune se modula interaccionando con ellos. De hecho, demasiada higiene, demasiada ausencia de vida microscópica alrededor, puede hacer que tengamos un sistema inmune débil, por eso es conveniente dejar que los niños pequeños se enguarren un poco para fortalecerlo.

¿Por qué sentimos aversión por los bichos? Existen varias hipótesis. Una tiene que ver con el lugar central que creemos ocupar dentro de la naturaleza: todo lo que consideramos inútil o ajeno lo consideramos molesto o amenazante, como los bichos. En cuestión de arácnidos, explica González, existen estudios que señalan que pueden existir razones evolutivas, igual que en el caso de las serpientes: se trata de miedos atávicos provenientes de nuestros antepasados, que podrían haber tenido como enemigos a estos animales. “En algunos experimentos se enseñan a niños pequeños patrones de araña y segregan cortisona y dilatan las pupilas, entraban en alerta de manera innata”, revela el experto.

El concepto que tenemos sobre los bichos suele ser malo, relacionado con las plagas y las enfermedades, pero tenemos que entender que por lo general no es así y que convivimos estrechamente con ellos, aún sin darnos cuenta. Los humanos, en nuestra soberbia biológica, encastillados en nuestros inmuebles, solemos olvidar nuestra profunda conexión con el resto de la vida del planeta. “Queremos desvincularnos de la naturaleza, pero eso es ridículo”, concluye González. “Porque somos naturaleza”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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